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10:46 a.m.
Pregúntale al tiempo pasado, a los días que te han precedido desde que el Señor creó al hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del cielo sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante. ¿Qué pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú, y pudo sobrevivir?. ¿O qué dios intentó venir a tomar para sí una nación de en medio de otra, con milagros, signos y prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo fuerte, y realizando tremendas hazañas, como el Señor, tu Dios, lo hizo por ustedes en Egipto, delante de tus mismos ojos?. Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios - allá arriba, en el cielo y aquí abajo, en la tierra - y no hay otro. - Observa los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tú y tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre.

10:46 a.m.
Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. La palabra del Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales; porque él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste. Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. Nuestra alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti.

10:46 a.m.
Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.

10:46 a.m.
En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo".

10:46 a.m.
Cristo, nuestro abogado (1Jn 2:1), está sentado a la derecha del Padre. En medio de nosotros ya no es visible en su naturaleza humana. Pero se dignó quedarse con nosotros hasta el fin de los siglos, invisible bajo las apariencias de pan y de vino en el sacramento de su amor. Es el gran misterio de un Dios presente y escondido, de ese Dios que un día vendrá juzgar a los vivos y a los muertos. Es hacia ese gran día de Dios que avanza la humanidad entera de los siglos pasados, del presente y del porvenir. Es hacia ese día que avanza la Iglesia, maestra para todas las naciones de la fe y de la moral, bautizando en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y nosotros, así como creemos en el Padre, creador del cielo y de la tierra, en el Hijo, redentor del género humano, igualmente creemos en el Espíritu Santo. Él es el Espíritu que procede del Padre y del Hijo, de su amor consubstancial, prometido y enviado por Cristo a los Apóstoles el día del Pentecostés, virtud que viene de arriba y que los llena. Es el Paráclito y el Consolador que mora con ellos por siempre, Espíritu invisible, desconocido por el mundo, quién les enseña y recuerda todo lo que Jesús les dijo. Muestren al pueblo cristiano el poder divino e infinito de este Espíritu creador, don del Altísimo, dador de todo carisma espiritual, consolador, luz de los corazones, que, en nuestras almas lava lo que está sucio, riega lo que es árido, sana lo que está herido. De él, amor eterno, desciende el fuego de esta caridad que Cristo quiere ver encendida aquí abajo; esta caridad que hace a la Iglesia una, santa, católica, que la anima y la vuelve invencible en medio de los ataques de la sinagoga de Satán; esta caridad que une en la comunión de los santos; esta caridad que renueva la amistad con Dios y perdona el pecado.

10:46 a.m.
Hermanos: Si alguien está afligido, que ore. Si está alegre, que cante salmos. Si está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si tuviera pecados, le serán perdonados. Confiesen mutuamente sus pecados y oren los unos por los otros, para ser curados. La oración perseverante del justo es poderosa. Elías era un hombre como nosotros, y sin embargo, cuando oró con insistencia para que no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después volvió a orar; entonces el cielo dio la lluvia, y la tierra produjo frutos. Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados.

Hermanos Franciscanos

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