05/10/15

11:19 a.m.
En aquellos días, nos embarcamos en Tróade y fuimos derecho a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis. De allí fuimos a Filipos, ciudad importante de esta región de Macedonia y colonia romana. Pasamos algunos días en esta ciudad, y el sábado nos dirigimos a las afueras de la misma, a un lugar que estaba a orillas del río, donde se acostumbraba a hacer oración. Nos sentamos y dirigimos la palabra a las mujeres que se habían reunido allí. Había entre ellas una, llamada Lidia, negociante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios. El Señor le tocó el corazón para que aceptara las palabras de Pablo. Después de bautizarse, junto con su familia, nos pidió: "Si ustedes consideran que he creído verdaderamente en el Señor, vengan a alojarse en mi casa"; y nos obligó a hacerlo.

11:19 a.m.
Canten al Señor un canto nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que Israel se alegre por su Creador y los hijos de Sión se regocijen por su Rey. Celebren su Nombre con danzas, cántenle con el tambor y la cítara, porque el Señor tiene predilección por su pueblo y corona con el triunfo a los humildes. Que los fieles se alegren por su gloria y canten jubilosos en sus fiestas. en su garganta están los elogios de Dios y en su mano, la espada de dos filos, para aplicarles la sentencia escrita: eso es un honor para todos los suyos.

11:19 a.m.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio. Les he dicho esto para que no se escandalicen. Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes.»

11:19 a.m.
La misión conjunta del Hijo y del Espíritu: Cuando el Padre envía a su Verbo, envía siempre su Aliento – misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu son distintos pero inseparables. Ciertamente, es Cristo quien aparece como la imagen visible del Dios invisible (Col 1,15), pero es el Espíritu quien le revela. Jesús es el Cristo, es decir, «el ungido» porque el Espíritu es su unción, y todo lo que le sucede a partir de la Encarnación deriva de esta plenitud. Finalmente, cuando Cristo es glorificado puede, a su vez, desde el Padre enviar el Espíritu a los que creen en él; les comunica su gloria (Jn 17,22), es decir, el Espíritu Santo que le glorifica (Jn 16,14). La misión conjunta se desarrolla desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será la de unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él... La misión de Cristo y del Espíritu Santo se lleva a cabo en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia, ya desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo; el Espíritu es el que prepara a los hombres, les previene con su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor Resucitado, les recuerda su palabra, y les abre el espíritu a la comprensión de su muerte y resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo en ellos, eminentemente en la Eucaristía, a fin de reconciliarlos y ponerlos en comunión con Dios y hacer que den «mucho fruto» (Jn 15,5). Así la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu, sino que es su sacramento; a través de todo su ser y en todos sus miembros es enviado para anunciar y dar testimonio, actualizar y difundir el misterio de la comunión de la Santa Trinidad.

Hermanos Franciscanos

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