05/09/16

11:32 p.m.

Del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11
Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.

Oración introductoria
¡Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres! Este clamor de los ángeles también resuena en el tiempo pascual, porque Tú eres grande, Señor. Grande es tu poder. Tu sabiduría no tiene medida. Quiero alabarte y glorificarte con mi vida, especialmente en este momento de oración.

Petición
Jesús, permite que no caiga en la tentación de las distracciones ni de las preocupaciones, para centrar mi oración en Ti.

Meditación del Papa Francisco

¿Quién nos separará del amor de Cristo? Con estas palabras, san Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en Jesús: no sólo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que nos ha unido a él y nos ha hecho partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y su victoria es la nuestra.

[…] Con san Pablo, nos dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la victoria más grande de todas. En efecto, ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

La victoria de los mártires, su testimonio del poder del amor de Dios, sigue dando frutos en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio.

[…] El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo.

Es significativo, ante todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos muestran el camino. (Homilía de S.S. Francisco, 16 de agosto de 2014)

Jesús reza, pide para que la tristeza y el aislamiento no nos gane el corazón. Nosotros queremos hacer lo mismo, queremos unirnos a la oración de Jesús, a sus palabras para decir juntos: “Padre santo, cuídalos con el poder de tu nombre… para que estén completamente unidos, como tú y yo”, “y su gozo sea completo”. Jesús reza y nos invita a rezar porque sabe que hay cosas que solo las podemos recibir como don, hay cosas que solo podemos vivir como regalo. (Homilía de S.S. Francisco, 20 de septiembre de 2015).

Reflexión
Si alguna vez hemos dirigido a Dios una oración mientras pasábamos por un momento poco deseable, ¿cómo ha sido ese momento de unión con Dios? ¿Qué le hemos pedido, qué le hemos dicho? Lo más cierto es que hemos dejado desahogar nuestra alma contando a Cristo las penas que atravesábamos en ese momento.

Hoy Cristo nos enseña a orar con el alma cargada de temor, de miedo, de pena. Y hoy también Cristo nos dice cuánto se preocupa por nosotros. Que un hombre deje de lado sus sufrimientos y preste mayor atención a otras angustias que no son las suyas, o una de dos: o es un loco que busca fastidiarse la vida con masoquismos o ama vehementemente a los demás. Quien no ha sufrido por una persona ni la conoce ni la ama. Sin embargo, Cristo no se cansa de probarnos su amor. Porque sufrió por nosotros nos ama.

La respuesta más humana de nuestra parte debería de ser la de la gratitud. La de nuestra correspondencia a su amistad. Sufriendo un poco Él u ofreciendo el sufrimiento que ya padecemos. Pero también le agradecemos lo que hace por nosotros, y lo hacemos guardando los mandamientos pero sobre todo custodiando el distintivo que caracteriza a todo cristiano. La caridad. Si Cristo pidió algo ardientemente a su Padre fue precisamente la unidad. "Cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno" Unidad en la familia, en el trabajo. Unidad en cualquier grupo social en el que nos encontremos. Es así como podríamos consolar a Jesús y como podríamos agradecer lo mucho que se preocupa por nosotros.

Propósito
Para agradecerle a Dios su amor, aceptaré con alegría y confianza las dificultades de este día.

Diálogo con Cristo
Permite que esta oración, en la que doy gloria a tu presencia en mi vida, sea mi punto de partida para tener siempre esa sed de orar que me lleve a la convivencia plena y diaria Contigo y con mis hermanos.

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Treinta días de oración a la Reina del Cielo. A lo largo del mes de mayo, tengamos a María presente en nuestro corazón y en nuestros hogares, entregándole un ramo de Rosas de oración.

No dejes de rezar la Novena al Espíritu Santo. El domingo celebraremos la venida del Espíritu Santo que le llamamos Pentecostés. Pidámosle al Espíritu Santo que nos renueve los frutos y dones que nos concede.

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11:03 a.m.
Pablo, desde Mileto, mandó llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso. Cuando estos llegaron, Pablo les dijo: "Ya saben cómo me he comportado siempre con ustedes desde el primer día que puse el pie en la provincia de Asia. He servido al Señor con toda humildad y con muchas lágrimas, en medio de las pruebas a que fui sometido por las insidias de los judíos. Ustedes saben que no he omitido nada que pudiera serles útil: les prediqué y les enseñé tanto en público como en privado, instando a judíos y a paganos a convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesús. Y ahora, como encadenado por el Espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que me sucederá allí. Sólo sé que, de ciudad en ciudad, el Espíritu Santo me va advirtiendo cuántas cadenas y tribulaciones me esperan. Pero poco me importa la vida, mientras pueda cumplir mi carrera y la misión que recibí del Señor Jesús: la de dar testimonio de la Buena Noticia de la gracia de Dios. Y ahora sé que ustedes, entre quienes pasé predicando el Reino, no volverán a verme. Por eso hoy declaro delante de todos que no tengo nada que reprocharme respecto de ustedes. Porque no hemos omitido nada para anunciarles plenamente los designios de Dios."

11:03 a.m.
Tú derramaste una lluvia generosa, Señor: tu herencia estaba exhausta y tú la reconfortaste; allí se estableció tu familia, y tú, Señor, la afianzarás por tu bondad para con el pobre. ¡Bendito sea el Señor, el Dios de nuestra salvación! El carga con nosotros día tras día; él es el Dios que nos salva y nos hace escapar de la muerte.

11:03 a.m.
Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado. Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera. Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.

11:03 a.m.
El Señor pronunció esta oración la víspera de su pasión. Pero no está fuera de contexto aplicarla al día de la Ascensión, en el momento en que se separó por última vez de sus “hijitos”, (Jn 13,33) confiándolos a su Padre. El, que en el cielo gobierna la multitud de los ángeles que él creó, había reunido en torno a si un pequeño grupo de discípulos para instruirlos con su presencia en la carne, hasta el momento en que ellos, con el corazón ensanchado, podían ser conducidos por el Espíritu. El Señor amaba a estos pequeñuelos con un amor digno de su grandeza. Los había liberado del amor de este mundo. Veía cómo ellos renunciaban a toda esperanza terrena y cómo dependían únicamente de él. No obstante, mientras vivía en su cuerpo junto a ellos nos les prodigaba a la ligera las muestras de su afecto; se mostró con ellos más bien firme que tierno, como conviene a un padre y a un maestro. Pero en el momento de dejarlos parece que el Señor se dejó vencer por la ternura que sentía por ellos y no puede disimular delante de ellos su dulzura... De ahí que dice: “Y él, que había amado a los suyos, que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin” (Jn 13,1). Porque entonces, él derramó de alguna manera toda la fuerza de su amor por sus amigos, derramándose él mismo como agua, a manos de sus enemigos (cf Sal 21,15). Les entregó el sacramento de su cuerpo y de su sangre y les mandó celebrarlo en memoria suya. No sé lo que es más admirable: su poder o su amor al inventar esta nueva manera de quedarse con ellos para consolarlos de su partida.

12:03 a.m.

Del santo Evangelio según san Juan 16, 29-33
En aquel tiempo dijeron los discípulos a Jesús: Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios. Jesús les respondió: ¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo.

Oración introductoria
Señor, celebrando a tu Madre santísima de Fátima, inicio esta oración diciéndote que creo en Ti y en todo lo que has revelado para nuestra salvación. Espero en Ti porque confío en tu misericordia. Cada acto tuyo en la tierra demuestra tu amor por nosotros. Te amo y te reitero mi deseo de que seas el centro de mi vida.

Petición
Jesús, dame la docilidad para no buscar la paz en mis fuerzas o habilidades, sino en tu poder divino.

Meditación del Papa Francisco

No se puede ser cristiano, sin trabajar continuamente para ser justos. Una cosa que nos ayudaría mucho sería preguntarnos si ¿creo o no creo? Si creo un poco y un poco no. ¿Soy un poco mundano y un poco creyente?

Sin fe no se puede seguir adelante, no se puede defender la salvación de Jesús. Necesitamos el escudo de la fe, porque el diablo no nos lanza flores sino flechas en llamas para matarnos. Hay que tomar el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios. Los invito a rezar constantemente, a velar con oraciones y súplicas.

La vida es una milicia. La vida cristiana es una lucha, una lucha bellísima, porque cuando el Señor vence en cada paso de nuestra vida, nos da una alegría, una felicidad grande: esa alegría porque el Señor ha vencido en nosotros, con la gratuidad de su salvación. Pero sí, todos somos un poco vagos en la lucha y nos dejamos llevar adelante por las pasiones, por algunas tentaciones. Es porque somos pecadores, ¡todos! Pero no se desanimen. Valentía y fuerza, porque el Señor está con nosotros. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 30 de octubre de 2014, en Santa Marta).

Cuántas veces —nosotros no lo sabemos, lo sabremos en el cielo—, cuántas veces nosotros estamos ahí, ahí… [a punto de caer] y el Señor nos salva: nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su misericordia. Nunca es tarde para convertirnos, pero es urgente, ¡es ahora! Comencemos hoy. Que la Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia. (Homilía de S.S. Francisco, 28 de febrero de 2016).

Reflexión
Unos versículos antes de este evangelio Jesús habla clara y abiertamente a los apóstoles sobre su Padre. Por ese exclamarían “ahora sí no hablas con parábolas” Y versículos después Jesús se encuentra en oración antes de padecer los sufrimientos en la cruz. En medio de ambos versículos nos encontramos rejuvenecidos por su palabra. Es Jesús quien nos anima a ser fuertes, es Él quien nos dice que no estaremos exentos de tribulación pero tampoco de su gracia.

Por ello, ¿por qué nos extrañamos si en nuestra vida como cristianos atravesamos por dificultades, problemas o desilusiones que jamás hubiésemos pensado que nos sucederían a nosotros? Ya oímos decir a Jesús estas palabras dirigidas a Pedro "mira que Satanás ha pedido permiso de cribaros como trigo". Y en el libro de Job, Satán pide permiso a Dios para tentar a su siervo.

Es una constante en la vida de todo hombre: la tribulación, la aflicción. Y efectivamente, tanto Pedro como Job fueron probados duramente. Tanto así que el primero negó a su maestro y el segundo maldijo el día de su nacimiento. Sin embargo, ambos encontraron la paz de Cristo después de la lucha. Ambos confiaron en el Señor y en el momento oportuno les llegó su recompensa. La paz de Cristo a sus almas. Por ello, si tenemos a Cristo en nuestro corazón, adiós tristezas, adiós angustias, adiós soledad. Nada hay que temer porque Jesús está con nosotros.

Propósito
Revisar mis actitudes y comportamientos para cambiar lo que me aleje de la luz de la verdad.

Diálogo con Cristo
Señor, gracias por darme fe, esperanza y caridad, el día de mi bautismo, para hacerme capaz de obrar el bien, por amor a Ti y a los demás. Qué serenidad y confianza me da saber que Tú has vencido al mundo y estás conmigo, dándome esa paz, que con tu gracia, podré irradiar a los demás, especialmente a mi familia.

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No dejes de rezar la Novena al Espíritu Santo. El domingo celebraremos la venida del Espíritu Santo que le llamamos Pentecostés. Pidámosle al Espíritu Santo que nos renueve los frutos y dones que nos concede.

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