03/11/21

11:26 a.m.


Así habla el Señor: Vuelve, Israel, al Señor tu Dios, porque tu falta te ha hecho caer. Preparen lo que van decir y vuelvan al Señor. Díganle: "Borra todas las faltas, acepta lo que hay de bueno, y te ofreceremos el fruto de nuestros labios. Asiria no nos salvará, ya no montaremos a caballo, ni diremos más "¡Dios nuestro!" a la obra de nuestras manos, porque sólo en ti el huérfano encuentra compasión". Yo los curaré de su apostasía, los amaré generosamente, porque mi ira se ha apartado de ellos. Seré como rocío para Israel: él florecerá como el lirio, hundirá sus raíces como el bosque del Líbano; sus retoños se extenderán, su esplendor será como el del olivo y su fragancia como la del Líbano. Volverán a sentarse a mi sombra, harán revivir el trigo, florecerán como la viña, y su renombre será como el del vino del Líbano. Efraím, ¿qué tengo aún que ver con los ídolos? Yo le respondo y velo por él. Soy como un ciprés siempre verde, y de mí procede tu fruto. ¡Que el sabio comprenda estas cosas! ¡Que el hombre inteligente las entienda! Los caminos del Señor son rectos: por ellos caminarán los justos, pero los rebeldes tropezarán en ellos.

11:26 a.m.


un decreto que impuso a José, cuando salió de la tierra de Egipto. Oyó, entonces, una voz desconocida: él se la impuso como norma a José, cuando salió de la tierra de Egipto. Oigo una voz desconocida que dice: Yo quité el peso de tus espaldas y tus manos quedaron libres de la carga. En la angustia gritaste y te salvé, te respondí en el secreto de la nube, te puse a prueba en las aguas de Meribá: En la angustia gritaste y te salvé, te respondí en el secreto de la nube, te puse a prueba en las aguas de Meribá: Clamaste en la aflicción, y te salvé. Te respondí oculto entre los truenos, aunque me provocaste junto a las aguas de Meribá. Oye, pueblo mío, yo atestiguo contra ti, ¡ojalá me escucharas, Israel! No tendrás ningún Dios extraño, no adorarás a ningún dios extranjero: Yo soy Yavé, tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto. Abre tu boca y te la llenaré». ¡Ojalá mi pueblo me escuchara, e Israel siguiera mis caminos! Yo alimentaría a mi pueblo con lo mejor del trigo y lo saciaría con miel silvestre.

11:26 a.m.


Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?". Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

11:26 a.m.


Los grandes de la tierra se vanaglorian de poseer reinos y riquezas. Jesucristo encuentra toda su felicidad en reinar sobre nuestros corazones; es el reino que ansia y que decidió conquistar por su muerte en la cruz: "Lleva a hombros el principado" (Is 9,5). Por estas palabras, varios intérpretes... entienden la cruz que nuestro divino Redentor llevó sobre sus hombros. "Este Rey del cielo, dice Cornelio a Lapide, es un maestro muy diferente del demonio: éste carga pesados fardos en los hombros de sus esclavos. Jesús, al contrario, toma sobre sí todo el peso de su reino; abraza la cruz y quiere morir en ella para reinar sobre nuestros corazones". Y Tertuliano dice que mientras los monarcas de la tierra "llevan el cetro en la mano y la corona sobre la cabeza como emblemas de su poder, Jesucristo llevó la cruz sobre sus hombros. Y la cruz fue el trono dónde subió, para fundar su reinado de amor»... Apresurémonos pues a consagrarle todo el amor de nuestro corazón a este Dios que, para obtenerlo, sacrificó su sangre, su vida, a él mismo. "Si supieras el don de Dios, decía Jesús a la Samaritana, y quién es el que te dice: ' Dame de beber ' " (Jn 4,10). Es decir: si supieras la grandeza de la gracia que recibes de Dios... ¡Oh, si el alma comprendiera qué gracia tan extraordinaria le hace Dios cuando reclama su amor en estos términos: "Amarás al Señor tu Dios". ¿Quién al escuchar a su príncipe decirle: "Ámame", no quedaría cautivado por esta invitación? Y Dios ¿no conseguiría ganar nuestro corazón, aunque nos lo pida con tanta bondad: "Hijo mío, dame tu corazón?» (Pr 23,26) Pero este corazón, Dios no lo quiere a medias; lo quiere entero, sin reserva; este es su mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón".

Hermanos Franciscanos

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