11/02/21

11:24 a.m.


Hermanos: Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Porque los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro, se resumen en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley.

11:24 a.m.


Feliz el hombre que teme al Señor y se complace en sus mandamientos. Su descendencia será fuerte en la tierra: la posteridad de los justos es bendecida. Para los buenos brilla una luz en las tinieblas: es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo. Dichoso el que se compadece y da prestado, y administra sus negocios con rectitud. Él da abundantemente a los pobres: su generosidad permanecerá para siempre, y alzará su frente con dignidad.

11:24 a.m.


Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: 'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo."

11:24 a.m.


La tradición unánime de los Padres se junta a la autoridad de las Escrituras para mostrar, en efecto, que las renuncias son tres... La primera consiste en despreciar todas las riquezas y bienes de este mundo. Por la segunda renunciamos a nuestra vida pasada, a nuestros vicios y a nuestras afecciones del espíritu y de la carne. La tercera tiene por objeto apartar nuestra mente de las cosas presentes y visibles, para contemplar únicamente las cosas futuras y no desear más que las invisibles. Que es menester cumplir con los tres, es el mandamiento que el Señor hizo ya a Abraham, cuando le dijo: «Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre» (Gn 12,1). En primer lugar ha dicho: «Sal de tu patria», es decir, de los bienes de este mundo y de las riquezas de esta tierra. En segundo lugar: «Abandona a tu parentela», esto es, la vida y las costumbres de antaño, tan estrechamente unidas a nosotros desde nuestro nacimiento, que hemos contraído con ellas como una especie de afinidad y parentesco natural, cual si fuera nuestra propia sangre. En tercer lugar: «Aléjate de la casa de tu padre», o sea, aparta tus ojos del recuerdo del mundo presente... Contemplemos, tal como lo dice el apóstol Pablo, «no las cosas visibles sino las invisibles; pues las visibles son temporales y las invisibles, eternas» (2Co 4,18)...; «somos ya ciudadanos del cielo» (Flp 3,20)... Abandonaremos, así, la morada de nuestro primer padre, él que fue nuestro padre, como sabemos, según el hombre viejo, desde nuestro nacimiento, cuando «éramos por naturaleza hijos de ira, como el resto de los hombres» (Ef 2,3). Entonces, despojados de este afecto, nuestra mirada se concentrará únicamente en el cielo... entonces nuestra alma se elevará hasta el mundo invisible por la meditación constante de las cosas de Dios y la contemplación espiritual.

Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.