02/15/18

11:02 a.m.
Así habla el Señor Dios: ¡Grita a voz en cuello, no te contengas, alza tu voz como una trompeta: denúnciale a mi pueblo su rebeldía y sus pecados a la casa de Jacob! Ellos me consultan día tras día y quieren conocer mis caminos, como lo haría una nación que practica la justicia y no abandona el derecho de su Dios; reclaman de mí sentencias justas, les gusta estar cerca de Dios: "¿Por qué ayunamos y tú no lo ves, nos afligimos y tú no lo reconoces?". Porque ustedes, el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre. Ayunan para entregarse a pleitos y querellas y para golpear perversamente con el puño. No ayunen como en esos días, si quieren hacer oír su voz en las alturas. ¿Es este acaso el ayuno que yo amo, el día en que el hombre se aflige a sí mismo? Doblar la cabeza como un junco, tenderse sobre el cilicio y la ceniza: ¿a eso lo llamas ayuno y día aceptable al Señor? Este es el ayuno que yo amo -oráculo del Señor-: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!".

11:02 a.m.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí. contra ti, contra ti sólo pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice. Por eso en tu sentencia tú eres justo, no hay reproche en el juicio de tus labios. Los sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas: mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado.

11:02 a.m.
El que practica el ayuno debe comprender qué es el ayuno: debe acoger con agrado al hombre que tiene hambre si quiere que Dios le acoja con su propia hambre; debe ser misericordioso si espera recibir misericordia... Lo que hemos perdido a través del desprecio, lo hemos de conquistar a través del ayuno; inmolemos nuestras vidas con el ayuno, puesto que no hay nada más importante que podamos ofrecer a Dios, tal como da pruebas de ello el profeta cuando dice: «El sacrificio que Dios quiere es un corazón quebrantado; el corazón quebrantado y humillado, Dios no lo desprecia» (Sl 50,19). Ofrece, pues, a Dios tu vida, ofrece la oblación del ayuno para que le llegue a Él una ofrenda pura, un sacrificio santo, una víctima viva que interceda en favor tuyo... Mas, para que estos dones sean agradables es preciso que vayan seguidos por la misericordia. El ayuno no da ningún fruto si no es regado por la misericordia; el ayuno se convierte en menos árido acompañado de la misericordia; lo que es la lluvia para la tierra, lo es la misericordia para el ayuno. El que ayuna puede muy bien cultivar su corazón, purificar su carne, arrancar vicios, sembrar virtudes: si no derrama sobre ellos la misericordia, no recoge ningún fruto. Tú que ayunas, tu campo ayuna también si le privas de la misericordia; tú que ayunas, lo que esparces a través de la misericordia, crecerá de nuevo en tu granero. Para no despilfarrar por tu avaricia, recoge por tu generosidad. Cuanto das al pobre, te lo das a ti mismo; porque lo que tú no cedes a otro, tampoco tú lo tendrás.

Hermanos Franciscanos

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