04/08/17

11:34 p.m.

Por: H. Cristian Gutiérrez, L.C. | Fuente: www.missionkits.org

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Hoy, Señor, quiero acompañarte en este inicio de tu Pasión. Gracias, Jesús, por el amor tan grande que me vas a manifestar estos días. Dame tu gracia para que ésta no sea una Semana Santa más en mi vida, sino que pueda realmente encontrarme contigo y experimentar en primera persona el amor, el sacrificio y la generosidad que has tenido para conmigo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 26, 14-27, 66

En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me dan si les entregó a Jesús?". Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo".

El primer día de la fiesta de los panes ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?". Él respondió: "Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: 'El maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa'". Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.

Al atardecer, se sentó a la mesa con los doce, y mientras cenaban, les dijo: "Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme". Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: "¿Acaso soy yo, Señor?". Él respondió: "El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido". Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: "¿Acaso soy yo, Maestro?". Jesús le respondió: "Tú lo has dicho".

Durante la cena, Jesús tomó un pan, y pronunciada la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman. Éste es mi cuerpo". Luego tomó en sus manos una copa de vino, y pronunciada la acción de gracias, la pasó a sus discípulos, diciendo: "Beban todos de ella, porque ésta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos, para el perdón de los pecados. Les digo que ya no beberé más del fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre".

Después de haber cantado el himno, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después de que yo resucite, iré delante de ustedes a Galilea". Entonces Pedro le replicó: "Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré". Jesús le dijo: "Yo te aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces". Pedro le replicó: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré". Y lo mismo dijeron todos los discípulos.

Entonces Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a los discípulos: "Quédense aquí mientras yo voy a orar más allá". Se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: "Mi alma está llena de una tristeza mortal. Quédense aquí y velen conmigo". Avanzó unos pasos más, se postró rostro en tierra y comenzó a orar, diciendo: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú".

Volvió entonces a donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: "¿No han podido velar conmigo ni una hora? Velen y oren, para no caer en la tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil". Y alejándose de nuevo, se puso a orar, diciendo: "Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". Después volvió y encontró a sus discípulos otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño. Los dejó y se fue a orar de nuevo, por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Después de esto, volvió a donde estaban los discípulos y les dijo: "Duerman ya y descansen. He aquí que llega la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está aquí el que me va a entregar".

Todavía estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los Doce, seguido de una chusma numerosa con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que lo iba a entregar les había dado esta señal: "Aquel a quien yo le dé un beso, ése es. Aprehéndanlo". Al instante se acercó a Jesús y le dijo: "Buenas noches, Maestro!". Y lo besó. Jesús le dijo: "Amigo, ¿es esto a lo que has venido?". Entonces se acercaron a Jesús, le echaron mano y lo apresaron.

Uno de los que estaban con Jesús sacó la espada, hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó una oreja. Le dijo entonces Jesús: "Vuelve la espada a su lugar, pues quien usa la espada, a espada morirá. ¿No crees que si yo se lo pidiera a mi Padre, él pondría ahora mismo a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras, que dicen que así debe suceder?". En seguida dijo Jesús a aquella chusma: "¿Han salido ustedes a apresarme como a un bandido, con espadas y palos? Todos los días yo enseñaba, sentado en el templo, y no me aprehendieron. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las predicciones de los profetas". Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Los que aprehendieron a Jesús lo llevaron a la casa del sumo sacerdote Caifás, donde los escribas y los ancianos estaban reunidos. Pedro los fue siguiendo de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote. Entró y se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.

Los sumos sacerdotes y todo el sanedrín andaban buscando un falso testimonio contra Jesús, con ánimo de darle muerte; pero no lo encontraron, aunque se presentaron muchos testigos falsos. Al fin llegaron dos, que dijeron: "Éste dijo: "Puedo derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días' ". Entonces el sumo sacerdote se levantó y le dijo: "¿No respondes nada a lo que éstos atestiguan en contra tuya?". Como Jesús callaba, el sumo sacerdote le dijo: "Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Jesús le respondió: "Tú lo has dicho. Además, yo les declaro que pronto verán al Hijo del hombre, sentado a la derecha de Dios, venir sobre las nubes del cielo".

Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: ¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?". Ellos respondieron: "Es reo de muerte". Luego comenzaron a escupirle en la cara y a darle de bofetadas. Otros lo golpeaban, diciendo: "Adivina quién es el que te ha pegado".

Entretanto, Pedro estaba fuera, sentado en el patio. Una criada se le acercó y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el galileo". Pero él lo negó ante todos, diciendo: "No sé de qué me estás hablando". Ya se iba hacia el zaguán, cuando lo vio otra criada y dijo a los que estaban ahí: "También ése andaba con Jesús, el nazareno". Él de nuevo lo negó con juramento: "No conozco a ese hombre". Poco después se acercaron a Pedro los que estaban ahí y le dijeron: "No cabe duda de que tú también eres de ellos, pues hasta tu modo de hablar te delata". Entonces él comenzó a echar maldiciones y a jurar que no conocía a aquel hombre. Y en aquel momento cantó el gallo. Entonces se acordó Pedro de que Jesús había dicho: 'Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces'. Y saliendo de ahí se soltó a llorar amargamente.

Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Después de atarlo, lo llevaron ante el procurador, Poncio Pilato, y se lo entregaron.

Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que Jesús había sido condenado a muerte, devolvió arrepentido las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: "Pequé, entregando la sangre de un inocente". Ellos dijeron: "¿Y a nosotros qué nos importa? Allá tú". Entonces Judas arrojó las monedas de plata en el templo, se fue y se ahorcó.

Los sumos sacerdotes tomaron las monedas de plata y dijeron: "No es lícito juntarlas con el dinero de las limosnas, porque son precio de sangre". Después de deliberar, compraron con ellas el Campo del alfarero, para sepultar ahí a los extranjeros. Por eso aquel campo se llama hasta el día de hoy "Campo de sangre". Así se cumplió lo que dijo el profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata en que fue tasado aquel a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y las dieron por el Campo del alfarero, según lo que me ordenó el Señor.

Jesús compareció ante el procurador, Poncio Pilato, quien le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús respondió: "Tú lo has dicho". Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Entonces le dijo Pilato: "¿No oyes todo lo que dicen contra ti?". Pero él nada respondió, hasta el punto de que el procurador se quedó muy extrañado. Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el procurador solía conceder a la multitud la libertad del preso que quisieran. Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los ahí reunidos: "¿A quién quieren que les deje en libertad: a Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?". Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia.

Estando él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle: "No te metas con ese hombre justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa".

Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la muchedumbre de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así, cuando el procurador les preguntó: "¿A cuál de los dos quieren que les suelte?", ellos respondieron: "A Barrabás". Pilato les dijo: "¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?". Respondieron todos: "Crucifícalo". Pilato preguntó: "Pero, ¿qué mal ha hecho?". Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza: "¡Crucifícalo!". Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que crecía el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: "Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre justo. Allá ustedes". Todo el pueblo respondió: "¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!". Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás. En cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha, y arrodillándose ante él, se burlaban diciendo: "¡Viva el rey de los judíos!", y le escupían. Luego, quitándole la caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota, es decir, "Lugar de la Calavera", le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos, echando suertes, y se quedaron sentados ahí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: "Este es Jesús, el rey de los judíos". Juntamente con él, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Los que pasaban por ahí lo insultaban moviendo la cabeza y gritándole: "Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz". También se burlaban de él los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, diciendo: "Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama, pues él ha dicho: 'Soy el hijo de Dios' ". Hasta los ladrones que estaban crucificados a su lado lo injuriaban.

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella tierra. Y alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz: "Elí, Elí, ¿lemásabactaní?", que quiere decir: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Está llamando a Elías".

Enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y sujetándola a una caña, le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron: "Déjalo. Vamos a ver si viene Elías a salvarlo". Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró.

Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos que habían muerto, y después de la Resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. Por su parte, el oficial y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, se llenaron de un gran temor y dijeron: "Verdaderamente éste era Hijo de Dios".

Estaban también allí, mirando desde lejos, muchas de las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.

Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, y Pilato dio orden de que se lo entregaran. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo, que había hecho excavar en la roca para sí mismo. Hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se retiró. Estaban ahí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.

Al otro día, el siguiente de la preparación de la Pascua, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron: "Señor, nos hemos acordado que ese impostor, estando aún en vida, dijo: 'A los tres días resucitaré'. Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el tercer día; no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: 'Resucitó de entre los muertos', porque esta última impostura sería peor que la primera". Pilato les dijo: "Tomen un pelotón de soldados, vayan y aseguren el sepulcro como ustedes quieran". Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, poniendo un sello sobre la puerta y dejaron ahí la guardia.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hoy inician los días del amor. El amor que no se queda en las palabras, en los sentimientos y emociones. Es el amor más concreto, más sincero, más real. Es el amor de las obras. Cristo, con este pasaje de tu Pasión me enseñas a amar sin medidas y con obras. En efecto, se podría aplicar hoy el refrán: "obras son amores y no buenas razones".

Las obras de amor se miran, se reciben, se hacen, no se analizan ni se estudian. Como es un amor de obras lo más justo en este rato de oración es contemplar, mirar, escuchar, acompañar. No quieres en este momento que razone, que estudie, que discurra con la inteligencia. Quieres que me deje amar. Quieres que contemple los actos que sufres por amor a mí… porque me amas. Concédeme, en estos días, el don de la contemplación que me permita profundizar en los misterios de mi salvación.

Este Evangelio, Señor, me presenta el fin para el que habías venido a este mundo: salvarme y demostrarme tu amor. Es lo que vas a realizar esta Semana Santa: Salvarme de los lazos del enemigo, de la muerte, del sinsentido, del pecado; y demostrarme que eres Amor y, por lo mismo, que me amas con pasión, con locura, que me amas hasta el extremo de dar la vida por mí.

Puede ser, Señor, que ya me haya acostumbrado a leer o escuchar los relatos de tu Pasión, pero ayúdame a revivir esos momentos contigo. Adentrarme en lo que sentías (hambre, sed, sueño, cansancio, dolor, pena, vergüenza…), en lo que pensabas, en lo que hacías. No es este relato una fábula terrible o un mito milenario. Esto es verdad. Tú padeciste por mí la traición, el abandono, la flagelación, un juicio injusto, una corrupta condena, un martirio espantoso, una muerte ignominiosa.

Permíteme acompañarte en estos momentos y descubrir en ellos las enseñanzas que me quieras dar para mi vida. Jamás permitas que me acostumbre a verte crucificado y ayúdame a vivir esta Semana Santa no como una más, sino como la ocasión propicia para conocerte y dejarme amar.

Nos pude parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil incluso olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos; y nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos encaminarnos por este camino deteniéndonos durante estos días a mirar el Crucifijo, es la "catedra de Dios". Os invito en esta semana a mirar a menudo esta "Catedra de Dios", para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino.
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de marzo de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

En este día ofreceré un misterio del rosario por los misioneros que en esta Semana Santa irán a evangelizar en todo el mundo.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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11:04 a.m.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.

11:04 a.m.
Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: «Confió en el Señor, que Él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto.» Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Con tanto mirarme y observarme pudieron contar todos mis huesos. Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: «Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel.»

11:04 a.m.
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor".

11:04 a.m.
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?". El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'". Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?". El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre". Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: "Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea". Pedro, tomando la palabra, le dijo: "Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás". Jesús le respondió: "Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces". Pedro le dijo: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: "Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar". Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo". Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: "Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: "¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil". Se alejó por segunda vez y suplicó: "Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad". Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar". Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo". Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: "Salud, Maestro", y lo besó. Jesús le dijo: "Amigo, ¡cumple tu cometido!". Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo: "Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?". Y en ese momento dijo Jesús a la multitud: "¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron". Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon: "Este hombre dijo: 'Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días'". El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: "¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?". Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: "Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Jesús le respondió: "Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo". Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: "Ha blasfemado, ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Ellos respondieron: "Merece la muerte". Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole: "Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó". Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Galileo". Pero él lo negó delante de todos, diciendo: "No sé lo que quieres decir". Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: "Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno". Y nuevamente Pedro negó con juramento: "Yo no conozco a ese hombre". Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: "Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona". Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: "Antes que cante el gallo, me negarás tres veces". Y saliendo, lloró amargamente. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: "He pecado, entregando sangre inocente". Ellos respondieron: "¿Qué nos importa? Es asunto tuyo". Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: "No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre". Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado "del alfarero", para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy "Campo de sangre". Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el "Campo del alfarero", como el Señor me lo había ordenado. Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". El respondió: "Tú lo dices". Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo: "¿No oyes todo lo que declaran contra ti?". Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: "¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?". El sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: "No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho". Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: "¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?". Ellos respondieron: "A Barrabás". Pilato continuó: "¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?". Todos respondieron: "¡Que sea crucificado!". El insistió: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Que sea crucificado!". Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: "Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes". Y todo el pueblo respondió: "Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: "Salud, rey de los judíos". Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa "lugar del Cráneo", le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: "Este es Jesús, el rey de los judíos". Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!". De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios". También lo insultaban los ladrones crucificados con él. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: "Elí, Elí, lemá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías". En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: "Espera, veamos si Elías viene a salvarlo". Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: "¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!". Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo. Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro. A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: "Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: 'A los tres días resucitaré'. Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: '¡Ha resucitado!'. Este último engaño sería peor que el primero". Pilato les respondió: "Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente". Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.

11:04 a.m.
La fiesta de hoy presenta a los ojos de los hombres aquel que nuestra alma desea bajo dos aspectos diferentes. (Is 26,9) “el más bello de los hombres” (sal 44,3) Los dos aspectos atraen nuestra mirada; los dos son objeto de nuestro deseo y de nuestro amor, porque en uno y en otro es el Salvador de los hombre...      Si contemplamos al mismo tiempo la procesión de hoy y la pasión, vemos a Jesús glorioso y sublime y humillado y sufriente. En la procesión recibe los honores de rey y en la pasión es golpeado como un malhechor. Aquí, la gloria y el honor le rodean; allí “sin forma ni hermosura”(Is 53,2). Aquí, él es la alegría de los hombres y el orgullo del pueblo; allí, “oprobio de los hombres, desprecio del pueblo” (Sal 21,7) Aquí es aclamado: “Hosana al Hijo de David. Bendito sea el rey de Israel que viene...”; allí los gritos enfurecidos de la gente que pide su muerte, burlándose del que se hizo rey de Israel. Aquí, la gente sale a su encuentro con palmas en las manos; allí le dan bofetadas y con cañas le golpean en la cabeza. Aquí es colmado de elogios; allí cubierto de injurias. Aquí la gente porfía extendiendo sus mantos ante Jesús; allí es despojado de sus vestiduras. Aquí es recibido en Jerusalén como el Rey justo y el Salvador; allí es expulsado de Jerusalén como un criminal y un impostor. Aquí va montado sobre un asno, envuelto en agasajos; allí es colgado en la madera de la cruz, roto por los golpes, cubierto de llagas y abandonado por los suyos...      Señor Jesús, en tu rostro resplandece la sabiduría, tanto si aparece glorioso como si se presenta humillado. En él resplandece la gloria de la luz eterna (Sb 7,26) Que brille siempre sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro (Sal 4,7), en la tristeza como en las alegrías... tú eres la alegría y la salvación de todos, tanto si te vemos montado sobre el asno o clavado en la cruz.

12:36 a.m.
Bloch-Sermon_On_The_Mount


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               *”Verbum Spei”*

        _”Palabra de Esperanza”_

      

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*5° Sábado de Cuaresma*

*El Evangelio de hoy*

*Juan 11, 45-56*
En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, creyeron en él. Pero algunos de entre ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.

Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron al sanedrín y decían: «¿Qué será bueno hacer? Ese hombre está haciendo muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación».

Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Ustedes no saben nada. No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca». Sin embargo, esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios, que estaban dispersos. Por lo tanto, desde aquel día tomaron la decisión de matarlo.

Por esta razón, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la ciudad de Efraín, en la región contigua al desierto y allí se quedó con sus discípulos.

Se acercaba la Pascua de los judíos y muchos de las regiones circunvecinas llegaron a Jerusalén antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús en el templo y se decían unos a otros: «¿Qué pasará? ¿No irá a venir para la fiesta?»

*Reflexión:*

Cada vez que leo este pasaje del Evangelio me llama la atención hasta qué punto pude llegar la ceguera y la envidia de alguien. El comentario de los sumos sacerdotes y del sanedrín me parece realmente sin sentido: “Ese hombre está haciendo muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación”.

El problema, en el fondo, no es que los romanos fueran a destruir el templo, sino que “todos van a creer en él.” Es realmente impresionante hasta dónde podemos engañarnos nosotros mismos y ser capaces de actos tan viles como la muerte de un inocente cuando nuestros intereses se ven afectados. Esto es importante en nuestra vida, pues situaciones parecidas se pueden presentar en nuestra vida en donde podemos escudarnos detrás de “principios religiosos”, en bien de “la Iglesia” para no perder nuestra posición social, un puesto determinado, y sobre todo, nuestro “status” dentro de una parroquia o grupo religioso.

Es necesario abrir los ojos y ver, como dice san Pablo, que “todo coopera para el bien de los que aman a Dios”. No te escudes nunca detrás de parapetos religiosos, lo más seguro es que lo que vayas a hacer sea en contra del mismo Dios o de su Iglesia, producto de tu ceguera espiritual.

(Evangelización Activa).

*Oración:*

Señor Jesús, has dado tu vida por mí, me has redimido, has perdonado mi pecado y me das tu gracia para que pueda llegar al cielo. Amén.
*Acción:*

Esta semana, Señor, voy a ir a misa todos los días y la viviré con gran amor y devoción.

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         *”Nuntium Verbi Dei”*   

_”Mensaje de la palabra de Dios”_

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