12/02/21

11:24 a.m.


Así habla el Señor: ¿No falta poco, muy poco tiempo, para que Líbano se vuelva un vergel y el vergel parezca un bosque? Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro, y verán los ojos de los ciegos, libres de tinieblas y oscuridad. Los humildes de alegrarán más y más en el Señor y los más indigentes se regocijarán en el Santo de Israel. Porque se acabarán los tiranos, desaparecerá el insolente, y serán extirpados los que acechan para hacer el mal, los que con una palabra hacen condenar a un hombre, los que tienden trampas al que actúa en un juicio, y porque sí no más perjudican al justo. Por eso, así habla el Señor, el Dios de la casa de Jacob, el que rescató a Abraham: En adelante, Jacob no se avergonzará ni se pondrá pálido su rostro. Porque, al ver lo que hago en medio de Ël, proclamarán que mi Nombre es santo, proclamarán santo al Santo de Jacob y temerán al Dios de Israel. Los espíritus extraviados llegarán a entender y los recalcitrantes aceptarán la enseñanza.

11:24 a.m.


El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? Una sola cosa he pedido al Señor, y esto es lo que quiero: vivir en la Casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su Templo. Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor.

11:24 a.m.


Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: "Ten piedad de nosotros, Hijo de David". Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: "¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?". Ellos le respondieron: "Sí, Señor". Jesús les tocó los ojos, diciendo: "Que suceda como ustedes han creído". Y se les abrieron sus ojos. Entonces Jesús los conminó: "¡Cuidado! Que nadie lo sepa". Pero ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región.

11:24 a.m.


Oh Cristo, Maestro, Señor que salvas las almas, Dios, Señor de todos los poderes visibles e invisibles, porque eres el Creador de todo lo que hay en el cielo, y de lo que existe más arriba del cielo, y de lo que está bajo la tierra... Tu mano lo sostiene todo, porque es tu mano, oh Señor, este gran poder que cumple la voluntad de tu Padre, forja, realiza, crea y dirige nuestras vidas de modo inexpresable. Es ella, pues, la que me ha creado a mí también y de la nada me ha dado el ser. Y yo, había nacido en este mundo y te ignoraba totalmente, a ti, mi buen Señor, a ti, mi creador, ha ti que me has modelado, y yo estaba en el mundo como un ciego y como sin Dios, porque desconocía a mi Dios. Entonces, tú, en persona tuviste compasión de mí, me miraste, me convertiste haciendo brillar tu luz en mi oscuridad, y me atrajiste hacia ti, mi Creador. Y después de haberme arrancado de lo hondo de la fosa... de los deseos y placeres de esta vida, me enseñaste el camino, me diste un guía para llevarme hacia tus mandamientos. Le seguía, le seguía, sin preocupación alguna... Mas también, cuando te veía a ti, mi buen Señor, allí con mi guía y con mi Padre, experimentaba un amor, un deseo indecibles. Estaba más allá de la fe, más allá de la esperanza Y decía: «He aquí que estoy viendo los bienes futuros (cf Hb 10,1), éste es el Reino de los cielos. Tengo delante de mis ojos 'estos bienes que ni el ojo vio, ni el oído nunca oyó hablar de ello'» (Is 64,3; 1C 2,9).