
Si queremos saber porqué Juan bautizaba, sabiendo que su bautismo no podía perdonar los pecados, la razón es clara: para ser fiel a su ministerio de precursor, debía antes bautizar al Señor por la misma razón que había nacido antes que él, que predicaría antes que él y moriría antes que él. Al mismo tiempo era para impedir que la disputa envidiosa de los fariseos y de los escribas no influyera sobre el ministerio del Señor, en el caso que él hubiera dado primero el bautismo a los hombres. «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?» Como no se atrevieron a negar que venía del cielo, se vieron forzados a reconocer que las obras del cielo de aquél de quien Juan predicaba también eran debidas a un poder que venía del cielo. Sin embargo, aunque el bautismo de Juan no perdonaba los pecados, no dejaba, sin embargo, sin frutos a los que lo recibían... Era una señal de fe y de arrepentimiento, o sea que recordaba que todos debían abstenerse de pecado, practicar la limosna, creer en Cristo, y apresurarse a recibir su bautismo desde que él se hiciera presente, a fin de lavarse para recibir la remisión de sus pecados. Por otra parte, el desierto donde Juan permanecía representa la vida de los santos que abandonaban los placeres de este mundo. Tanto si viven en soledad o entre la multitud, sin cesar con toda la fuerza de su alma tienden a prescindir de los deseos del mundo presente; su gozo lo encuentran en no unirse más que a Dios, en el secreto de su corazón, y a no poner más que en él solo toda su esperanza. Es hacia esta soledad del alma, tan amada por Dios, que el profeta, con la ayuda del Espíritu Santo, deseaba ir cuando decía: «¿Quién me diera alas de paloma para volar y posarme?» (Sl 54,7).