08/18/17

11:40 p.m.

Por: H. Iván Gonzalez, L.C. | Fuente: missionkits.org

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, creo verdaderamente que Tú puedes saciar aquel núcleo de mi corazón en donde nadie puede entrar. No habrá riqueza, objeto o persona que pueda saciar ese deseo de eternidad que experimento. Quiero ser feliz eternamente y amarte libremente.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Mateo 19, 13-15

En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos regañaron a la gente; pero Jesús les dijo: "Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos". Después les impuso las manos y continuó su camino.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Tantas veces los niños pueden parecerme las personas más curiosas de este mundo. No saben nada de la vida, diría uno. No tienen ninguna utilidad, diría otro. No producen, no generan, no instruyen, no hablan lenguas, no trabajan. Ser como niños, ¿qué beneficio traería eso?

Confieso que muchas veces he podido sorprenderme a mí mismo con estos pensamientos en la cabeza. Quizá el hombre se vuelve demasiado pragmático en un mundo que le exige simplemente resultados, resultados, resultados. Puedes maravillarte, puedes reír, pero que todo sea con un fin concreto y útil.

¿De verdad los niños no saben nada de la vida?, ¿no enseñan, no producen, no instruyen? Mira hacia el cielo, invita a una persona a mirar las estrellas. ¿Se maravillaría? Puede ser. O quizá también pueda simplemente decirte que "eso" es el espacio, que hay "tantas" estrellas y "tantas galaxias", que todo está medido y que todo estará por conocerse algún día. En otras palabras, "dado que creo conocerlo todo, no tengo por qué maravillarme". Es una lástima…

Señor, Tú sabías y escondías más de lo que me decías y me dices en este Evangelio. Yo sí quiero renovar mi corazón, quiero hacer la experiencia que ya ni siquiera puedo traer a mi memoria. Un día yo también fui niño, fui niña y me sabía maravillar de tantas cosas. Me sabía maravillar de tu obra, sabía confiar en los demás, sabía reír, sabía jugar. Sabía que no todo está dirigido a esta vida, sino que hay cosas que construyen también para la otra.

Ojalá que cuando las personas me vean, no me importe si a mí también me consideran entre las personas más curiosas de este mundo.

El niño es precisamente aquel que no tiene nada que dar y todo que recibir. Es frágil, depende del papá y de la mamá. Quien se hace pequeño como un niño se hace pobre de sí mismo, pero rico de Dios.

Los niños, que no tienen problemas para comprender a Dios, tienen mucho que enseñarnos: nos dicen que él realiza cosas grandes en quien no le ofrece resistencia, en quien es simple y sincero, sin dobleces. Nos lo muestra el Evangelio, donde se realizan grandes maravillas con pequeñas cosas: con unos pocos panes y dos peces, con un grano de mostaza, con un grano de trigo que cae en tierra y muere, con un solo vaso de agua ofrecido, con dos pequeñas monedas de una viuda pobre, con la humildad de María, la esclava del Señor.

(Homilía de S.S. Francisco, 1 de octubre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Trataré de encontrar un día de descanso lejos de la televisión, el internet o todo aquello que pueda tener mi mente ocupada y buscaré algún lugar en el que pueda simplemente contemplar y maravillarme del gran amor que me ofreces, Señor, y, de ese modo, "ablandar" un poco más mi corazón.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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11:16 a.m.
Por lo tanto, teman al Señor y sírvanlo con integridad y lealtad; dejen de lado a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del Río y en Egipto, y sirvan al Señor. Y si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor". El pueblo respondió: "Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. El nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Además, el Señor expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios. Entonces Josué dijo al pueblo: "Ustedes no podrán servir al Señor, porque él es un Dios santo, un Dios celoso, que no soportará ni las rebeldías ni los pecados de ustedes. Si abandonan al Señor para servir a dioses extraños, él, a su vez, los maltratará y los aniquilará, después de haberles hecho tanto bien". Pero el pueblo respondió a Josué: "No; nosotros serviremos al Señor". Josué dijo al pueblo: "Son testigos contra ustedes mismos, de que han elegido al Señor para servirlo". "Somos testigos", respondieron ellos. "Entonces dejen de lado los dioses extraños que hay en medio de ustedes, e inclinen sus corazones al Señor, el Dios de Israel". El pueblo respondió a Josué: "Nosotros serviremos al Señor, nuestro Dios y escucharemos su voz". Aquel día Josué estableció una alianza para el pueblo, y les impuso una legislación y un derecho, en Siquém. Después puso por escrito estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Además tomó una gran piedra y la erigió allí, al pie de la encina que está en el Santuario del Señor. Josué dijo a todo el pueblo: "Miren esta piedra: ella será un testigo contra nosotros, porque ha escuchado todas las palabras que nos ha dirigido el Señor; y será un testigo contra ustedes, para que no renieguen de su Dios". Finalmente, Josué despidió a todo el pueblo, y cada uno volvió a su herencia. Después de un tiempo, Josué, hijo de Nun, el servidor del Señor, murió a la edad de ciento diez años.

11:16 a.m.
Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. Yo digo al Señor: “Señor, tú eres mi bien, no hay nada superior a ti”. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré. Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.

11:16 a.m.
¡Qué don tan grande y admirable nos ha hecho Dios, hermanos queridos! En su Pascua..., la resurrección de Cristo hace renacer, en la inocencia de los más pequeños, aquello que ayer perecía en el pecado. La simplicidad de Cristo hace suya la infancia. El niño no tiene rencor, no conoce el fraude, no se atreva a hacer daño. Por eso, este niño que el cristiano llega a ser no se enfurece  cuando es insultado, no se defiende si se le despoja, no devuelve los golpes cuando se le pega. El Señor incluso exige orar por los enemigos, dar la túnica y el manto al que te lo roba, presentar la otra mejilla (Mt 5,39ss). Esta infancia en Cristo sobrepasa a la infancia simplemente humana. Ésta ignora el pecado, aquella lo detesta. Ésta debe su inocencia a su debilidad; aquella a su virtud. Y todavía es digna de más elogios: su odio al mal viene de su voluntad, no de su impotencia... Cierto que se puede encontrar la sabiduría de un anciano en un niño y la inocencia de la juventud en personas de edad madura. Y el amor recto y verdadero puede madurar en los jóvenes: «Vejez venerable no son los muchos días, dice el profeta, ni se mide por el número de los años; que las canas del hombre son la prudencia» (Sap 4,8). Pero el Señor dice a los apóstoles ya de edad madura: «Os digo que si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 18,3). Y los envía a la fuente misma de su vida; les incita a encontrar de nuevo la infancia, a fin de que en estos hombres cuyas fuerzas ya declinan, renazca la inocencia de corazón. «El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos» (Jn 3,5).