10/11/21

11:24 a.m.


Yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos en primer lugar, y después de los que no lo son. En el Evangelio se revela la justicia de Dios, por la fe y para la fe, conforme a lo que dice la Escritura: El justo vivirá por la fe. En efecto, la ira de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad. Porque todo cuanto de se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles -su poder eterno y su divinidad- se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa: en efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad. Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes que representan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles. Por eso, dejándolos abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos, ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente. Amén.

11:24 a.m.


Cuando terminó de hablar, un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: "¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro.

11:24 a.m.


Comprendamos que nuestro corazón pertenecerá enteramente a Dios desde el día que le remeteremos toda nuestra voluntad, cuando no queramos más que lo que él quiere. Dios sólo desea nuestro bien y felicidad. “Cristo ha muerto, dice el Apóstol Pablo, para ser el Señor de muertos y vivos. Sea que vivamos, sea que muramos, pertenecemos al Señor” (cf. Rom 14,8-9). Jesús quiso morir por nosotros, ¿qué más podía hacer para conquistar nuestro amor y devenir el único Maestro de nuestro corazón? A nosotros ahora, con nuestra vida y nuestra muerte, mostrar al cielo y a la tierra que no nos pertenecemos más, sino que somos enteramente de nuestro Dios y sólo de él. ¡Cuánto desea Dios ver un corazón todo suyo! ¡De qué ardiente amor lo ama! ¡Qué marcas de ternura le prodiga desde ahora! ¡Que bienes, felicidad y gloria le prepara en el cielo! (…) ¡Almas fieles! Caminemos al encuentro de Jesús: Si tiene la felicidad de poseernos, nosotros tenemos la felicidad de poseerlo a él: el intercambio es mucho más ventajoso para nosotros que para él. “Teresa”, dijo un día el Señor a la santa de Ávila, “hasta aquí no fuiste enteramente mía. Ahora que eres toda a mí, debes saber que soy enteramente a ti”. (…) Dios arde de un extremo deseo de unirse a nosotros, pero es necesario que tengamos especial cuidado en unirnos a él.

Hermanos Franciscanos

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