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Leamos y escuchemos la Palabra de Dios de cada día.
Todos los días encuentre aquí el pasaje del Evangelio correspondiente a la Liturgia de Hoy así como una reflexión del mismo, hecho por sacerdotes de diversos lugares, en español.

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1:41 a.m.


I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro del Apocalipsis 14,1-3.4b-5:

Yo, Juan, miré y en la visión apareció el Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Oí también un sonido que bajaba del cielo, parecido al estruendo del océano, y como el estampido de un trueno poderoso; era el son de arpistas que tañían sus arpas delante del trono, delante de los cuatro seres vivientes y los ancianos, cantando un cántico nuevo. Nadie podía aprender el cántico fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil, los adquiridos en la tierra. Éstos son los que siguen al Cordero adondequiera que vaya; los adquirieron como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero. En sus labios no hubo mentira, no tienen falta.
Sal 23,1-2.3-4ab.5-6 R/. Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,1-4:

En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: «Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
II. Compartimos la Palabra

Las lecturas de la Sagrada Escritura resuenan a final y, por ende, a preguntarnos «y, ahora, ¿ qué viene después?». Empezar de nuevo. Pero no es así. La vida del cristiano no es un bucle sin fin, sino una carrera donde cada vuelta es nueva, no tiene nada que ver con la anterior. El adviento nos traerá una nueva esperanza. Pero, no nos adelantemos y gustemos de lo que Dios nos dice hoy: ¿recuerdas tu bautismo? ¿qué me ofreces hoy?

«Llevaba grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre»

Entender a Juan es tener imaginación y memoria. Tras leer la Palabra inspirada en el Apocalipsis hemos de visualizarla para contemplar todos los detalles y, a su vez, es necesaria la memoria de los setenta y dos libros que preceden a este. Juan plaga de símbolos su escritura, pero nosotros nos vamos a centrar en dos: ciento cuarenta y cuatro mil y el grabado en la frente que llevan éstos. ¿A quién se está refiriendo Juan? A nosotros: los cristianos (leamos Ap 21,14; Is 1,9; 4,3; 6, 13; Ez 9, 4; Ex 12, 13; Am 3, 12 para ejercitar la memoria bíblica). ¿Cuál es el grabado en la frente? El día de nuestro bautismo fuimos «rescatados de la tierra (…) como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero»; se nos puso sobre la frente un sello indeleble que nos imprimió carácter: el crisma de los catecúmenos. Desde ese momento pasamos a ser hijos de la luz (Lc 16, 8; Jn 12, 36; Ef 5, 8-9; 1 Tes 5, 5) y por eso somos los únicos que podemos aprender el cántico nuevo que se eleva a Dios y somos el cortejo del Cordero. Juan señala otra característica de los grabados: irreprochables. Nuestro bautismo nos lleva a no vivir en la mentira y el defecto. Ser de Dios es renunciar a la marca de la bestia (Ap 13, 16).

«Ha echado todo lo que tenía para vivir»

Para mantener vivo el aroma y frescor del óleo del bautismo la Palabra de Dios, a través de la Buena Noticia de Lucas, nos muestra el método: ofrecernos a Dios. La viuda no entrega dos monedillas, entrega lo que tiene para vivir. Eso significa que entrega su vida, no se conforma con entregar, como los ricos, lo que le sobra: misa, confesión, oraciones, obras de misericordia… sólo por cumpli-miento o por aparentar. Eso es endiosarnos por no ser capaces de ponernos en las manos de Dios como lo hizo la viuda, que se ofrece enteramente a la providencia divina. Si no somos capaces de que nuestra vida sea ofrenda a Dios, el aroma de nuestro bautismo se disipa y se pierde, cayendo en las tentaciones de adoptar otras marcas que no son las del Cordero; y, además, no podremos decir con disposición y disponibilidad las palabras de María: «¡Hágase en mí según tu Palabra!» (Lc 1, 38). María misma, la Virgen Madre de Dios, fue ofrecida al Templo. El Protoevangelio de Santiago -escrito apócrifo- cuenta cómo los padres de la Virgen María -Joaquín y Ana- la llevaron siendo niña al templo de Jerusalén y allí la dejaron por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida muy cuidadosamente respecto a la religión y a todos los deberes con Dios. Esta celebración mariana -de la que hacemos memoria hoy y que se celebra en el cristianismo oriental desde el año 543, a partir de la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva en Jerusalén, y que el Papa Sixto V (s. XVI) impuso para toda la Iglesia- nos hace ver que, tras aquella ofrenda al templo, María seguirá toda ella y para toda la vida siendo una ofrenda viva y constante a Dios.

¿Qué significa poseer la marca del Cordero sobre mi frente? ¿«Recuerdo» y vivo mi bautismo?
¿Soy consciente de que no hay mayor y mejor ofrenda a Dios que yo mismo? ¿Cómo lo vivo y manifiesto?