
Qué persona, cuando ve dejar ciertos bienes grandes, no se dice: Yo querría imitar bien a estos que así se apartan del mundo, pero no tendré nada que pueda dejar. Vosotros abandonáis mucho, mis hermanos, cuando renunciáis a los deseos terrenos. Nuestros bienes externos, lo mismo si son pequeños, bastan a los ojos del Señor. Es el corazón lo que él mira, y no la fortuna. No pesa el valor comercial del sacrificio, sino la intención de quien la ofrece... El Reino de Dios no tiene precio, y sin embargo te cuesta exactamente lo que tú tienes...Le ha costado a Pedro y a Andrés abandonar una barca y las redes; ha costado a la viuda dos monedas de plata(Lc 21,2); ha costado a cualquier otro un vaso de agua fresca(Mt 10,42). El Reino de Dios, nosotros hemos dicho, cuesta lo que tú tienes. Mirad, por tanto, mis hermanos, ¿qué es más fácil de adquirir y qué es más precioso de poseer? Pero puede ser que tu mismo no tengas un vaso de agua fresca que ofrecer a un pobre en necesidad. En este caso la Palabra de Dios nos tranquiliza...«Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»(Lc 2,14). En efecto, a los ojos de Dios, la mano no está jamás desprovista de presente si el secreto del corazón está lleno de buena voluntad...Pero si yo no tuviera nada exterior para ofrecerte, mi Dios, yo encontraría sin embargo en mí mismo esto que depositaría sobre el altar en tu alabanza...Tú te complaces en las ofrendas del corazón.
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