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10:48 a.m.
Así habla el Señor: Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. ¡Y yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba. Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer. ¿Cómo voy a abandonarte, Efraím? ¿Cómo voy a entregarte, Israel? ¿Cómo voy a tratarte como a Admá o a dejarte igual que Seboím? Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura: Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura: no daré libre curso al ardor de mi ira, no destruiré otra vez a Efraím. Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti, y no vendré con furor.

10:48 a.m.
Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Y dirán en aquel día: Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!

10:48 a.m.
Yo, el menor de todos los santos, he recibido la gracia de anunciar a los paganos la insondable riqueza de Cristo, y poner de manifiesto la dispensación del misterio que estaba oculto desde siempre en Dios, el creador de todas las cosas, para que los Principados y las Potestades celestiales conozcan la infinita variedad de la sabiduría de Dios por medio de la Iglesia. Este es el designio que Dios concibió desde toda la eternidad en Cristo Jesús, nuestro Señor, por quien nos atrevemos a acercarnos a Dios con toda confianza, mediante la fe en él. Por eso doblo mis rodillas delante del Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra. Que él se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, conforme a la riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre interior. Que Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y edificados en el amor. Así podrán comprender, con todos los santos, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios.

10:48 a.m.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.

10:48 a.m.
Los soldados perforaron y traspasaron no solamente las manos de Jesús sino los pies; la lanza de su furia perforó incluso el costado y, hasta el fondo, el Corazón sagrado que había sido ya perforado por la lanza del amor. «Me has herido el corazón, oh hermana y esposa mía; me has herido el corazón» dice (Ct 4:9). Oh amoroso Jesús, tu esposa, tu hermana, tu amiga habiendo herido tu corazón, ¿era necesario que tus enemigos lo hiriesen a su vez? Y ustedes, sus enemigos, ¿qué hacen? Si ya está herido, o más bien porque está herido, el corazón del dulcísimo Jesús, ¿por qué infligirle una segunda herida? ¿Ignoran ustedes que ya en la primer herida el corazón se apaga y se vuelve de cierta manera insensible? El corazón de mi dulcísimo Jesús murió porque fue herido, una herida de amor invadió el corazón de Jesús nuestro esposo, una muerte de amor lo invadió. ¿Cómo una segunda muerte podría entrar? «Pero el amor es fuerte como la muerte» (Ct 8:6); más bien, en verdad es más fuerte que la muerte misma. Imposible ahuyentar la primer muerte, es decir el amor de tantas almas muertas, del corazón que ella habita, porque su herida soberana lo ha conquistado. De dos adversarios igualmente fuertes, de los cuales uno está en la casa, y el otro afuera, ¿quién dudará en efecto que aquel que está adentro se lleva la victoria? Mira entonces como el amor, que habita el corazón y lo mata de una herida de amor, es fuerte, y esto es cierto no solamente de Jesús el Señor pero también de sus discípulos. Es así que fue primero herido y murió el corazón del Señor Jesús, «degollado por nosotros, todo el día, tratado como una oveja de matadero» (Sal 43:21). La muerte corporal vino sin embargo y triunfó por un tiempo pero con el fin de ser vencida eternamente.

10:48 a.m.
No podemos amar verdaderamente a Dios sin amar al prójimo, ni amar verdaderamente al prójimo sin amar a Dios…Y es por esto que el Espíritu ha sido dado a los discípulos en dos ocasiones: primero por el Señor cuando vivía en la tierra, luego por el Señor cuando reinaba en el cielo (Jn 20:22; Hch 2). Nos es dado sobre la tierra para amar al prójimo, y del cielo para amar a Dios. Pero ¿por qué primero nos es dado sobre la tierra, y en seguida del cielo, sino para darnos a comprender claramente esta palabra de Juan: «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve»? (1 Jn 4:20) De este modo hermanos míos, apreciemos a nuestro prójimo; amemos al que está cerca de nosotros, para que nos sea posible amar a aquel que está sobre nosotros. Que nuestro espíritu se ejercite en regresar al prójimo lo que le debe a Dios, a fin de merecer disfrutar en Dios una alegría perfecta con el mismo prójimo. Es así que llegaremos a esta alegría de los habitantes del cielo, cuya garantía hemos recibido ya por el don del Santo Espíritu. Que nuestro amor tienda hacia este fin en dónde nos regocijaremos sin fin. Allá se encuentra la santa asamblea de los ciudadanos del cielo; allá, una fiesta certera, allá un reposo seguro; allá, una paz verdadera, que en adelante no solamente nos será dejada, sino que también dada por nuestro Señor Jesucristo (Jn 14:27).

Hermanos Franciscanos

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