Ártículos Más Recientes

11:13 a.m.
Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos. Este es el testimonio que él dio a su debido tiempo, y del cual fui constituido heraldo y Apóstol para enseñar a los paganos la verdadera fe. Digo la verdad, y no miento. Por lo tanto, quiero que los hombres oren constantemente, levantando las manos al cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones.

11:13 a.m.
Oye la voz de mi plegaria, cuando clamo hacia ti, cuando elevo mis manos hacia tu Santuario. el Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confía en él. Mi corazón se alegra porque recibí su ayuda: por eso le daré gracias con mi canto. El Señor es la fuerza de su pueblo, el baluarte de salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo y bendice a tu herencia; apaciéntalos y sé su guía para siempre.

11:13 a.m.
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

11:13 a.m.
En la lectura del evangelio que acabamos de escuchar vemos cómo Jesús alaba nuestra fe juntamente con la humildad. Cuando ha prometido ir a curar al criado del centurión, éste ha contestado: «Señor, no te molestes; yo no soy quién para que entres bajo mi techo; dilo de palabra y mi criado quedará sano». Reconociéndose indigno, se muestra no sólo digno de que Cristo entre en su casa, sino también en su corazón... Porque no habría sido ninguna dicha si el Señor hubiera entrado en su casa y no hubiera entrado también en su corazón. En efecto, Cristo, Maestro en humildad por su ejemplo y sus palabras, se sentó a la mesa en casa de un fariseo orgulloso, llamado Simón (Lc 7,36s). Pero por mucho que estuviera en su mesa, no estaba en su corazón: allí «el Hijo del Hombre no tuvo donde reclinar su cabeza» (Lc 9,58). Aquí, ocurre lo contrario: no entra en la casa del centurión, pero posee su corazón... Es pues la fe unida a la humildad lo que el Señor alaba en el centurión. Cuando éste dice: «Señor, no te molestes; yo no soy quién para que entres bajo mi techo», el Señor responde: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe»... El Señor vino primero, según la carne, al pueblo de Israel para buscar primero en ese pueblo su oveja perdida cf Lc 15,4)... Los demás, en tanto que hombres, no podemos conocer la medida de la fe de los hombres. Sólo él que ve el fondo del corazón, él a quien nadie engaña, que ha conocido lo que era el corazón de ese hombre al escuchar su palabra llena de humildad, y, a cambio, le dio una palabra que cura.

1:51 a.m.
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                *”Verbum Spei”*

         _”Palabra de Esperanza”_

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*24° Domingo Tiempo Ordinario*

*El Evangelio de hoy*

*Mateo 18 21-35*
En aquel tiempo Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: «Si mi hermano me ofende ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contestó: «No sólo hasta siete sino hasta setenta veces siete».

Entonces les dijo Jesús: «El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar el señor mandó que lo vendieran a él a su mujer a sus hijos y todas sus posesiones para saldar su deuda. El servidor arrojándose a sus pies le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. El rey tuvo lástima de aquel servidor lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero apenas había salido aquel servidor se encontró con uno de sus compañeros que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba mientras le decía: Págame lo que me debes. El compañero se le arrodilló y le rogaba: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Pero el otro no quiso escucharlo sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

Al ver lo ocurrido sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti? Y el señor encolerizado lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.

Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

*Reflexión:*

El Señor quiere que le hablemos como un hijo lo hace con su padre, persuadidos de que nos escucha con atención y con el deseo de ayudarnos. 

Muchos de nosotros, hemos recibido ofensas que, en ocasiones, nos cuesta mucho perdonar, también nosotros hemos pensado, quizás, que la paciencia tiene un límite. Perdonar siete veces es fácil, pero es difícil perdonar setenta veces siete, es decir, perdonar para siempre, por muy grande que fuese la ofensa recibida.

No hay punto de comparación entre la ofensa hecha a Dios y la que se pueda hacer a un hombre. Por mucho que nos ofendan, nunca la ofensa tendrá la gravedad que tiene toda ofensa que se hace a Dios. Pues si el Señor nos perdona las ofensas que le hacemos, ¿cómo no vamos nosotros a perdonar las ofensas que nos hagan?. Es este un punto claro e incontrovertible del mensaje cristiano, repetido por el Maestro en otras ocasiones. Recordemos, sobre todo, la oración del Padrenuestro. En ella se formula con precisión que para ser perdonados por Dios nuestro Padre, hemos de perdonar de la misma manera a cuantos nos ofendieron.

*Oración:*

Señor Jesús, así como tu perdonas los pecados de cada uno, toca nuestro corazón y enséñanos a perdonarnos mutuamente. Permite que nos amemos los unos a los otros, como tú nos has amado. Amén.
*Acción:*

Hoy, antes de ir a Misa, voy a dedicar un momento para reflexionar si he ofendido a alguien o me he dejado llevar por el rencor. Reconoceré que le he ofendido y le pediré perdón.

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      *”Nuntium Verbi Dei”*

_”Mensaje de la palabra de Dios”_

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