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1:45 a.m.
Bloch-Sermon_On_The_Mount


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               *”Verbum Spei”*

        _”Palabra de Esperanza”_

      

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*26° Domingo Tiempo Ordinario*

*El Evangelio de hoy*

*Lucas 16, 19-31*
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba.

Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.

Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.

Pero Abrahán le contestó:

–Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.

Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.

El rico insistió: Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.

Abráhán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.

El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.

Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

*Reflexión:*

Con esta parábola debemos conmovernos ante la miseria y la injusticia. 

El grito de los que están fuera apenas se escucha. Los que están fuera gritan cada vez menos, porque no tienen ya fuerzas, y mueren por miles cada día a causa del hambre y la miseria. 

Y de hecho vemos a los pobres moverse, agitarse, gritar tras la pantalla de la televisión, en las páginas de los periódicos y de las revistas misioneras, pero su grito nos llega como de muy lejos. No llega al corazón, o llega ahí sólo por un momento. Se tiene que superar la indiferencia, la insensibilidad, echar abajo las barreras y dejarse invadir por su grito y auxilio. Los pobres no son un número, tienen nombre y apellido. Decía la santa Madre Teresa de Calcuta que el peor mal de nuestro mundo es la indiferencia. “Con-muévete” ante el sufrimiento de los débiles.

La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro no es cosa del pasado, es de lo más actual; hace referencia a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor. Ignorar esto sería ser como el “rico Epulón”, que fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta. El rico no se daba cuenta del sufrimiento de Lázaro aquí abajo. Sin embargo, lo reconoce en la estancia de los muertos. ¿Es necesario que las cosas vayan mal para que nos demos cuenta de nuestra ceguera con respecto a nuestro prójimo sufriente?

*Oración:*

Señor Jesús, concédeme la gracia de abrir mis ojos, para no ser indiferente ni ciego, frente al hermano que pide ayuda y pueda ser capaz de apoyar a los débiles. Amén.
*Acción:*

Que la oración en la fe nos haga considerar que no podemos ser indiferentes ante el sufrimiento de los demás. Ayudaré a una persona hoy.

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         *”Nuntium Verbi Dei”*   

_”Mensaje de la palabra de Dios”_

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12:50 a.m.

En aquellos días dijo Jesús esta parábola: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: “Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.” Pero Abraham le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros.” «Replicó: “Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento.” Díjole Abraham: “Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan.” El dijo: “No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán.” Le contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.”»

Reflexión

Esta parábola que acabamos de escuchar es una ilustración de aquella bienaventuranza que todos conocemos: “Felices los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios” (Lc 6.20).

A primera vista, la parábola da la impresión de que el cielo no es más que el revés de la tierra. Parece ser que nuestra situación económica determinará por sí sola cuál ha de ser nuestra condición eterna. Lázaro es llevado hasta Abrahán sin que nos lo hayan presentado como hombre virtuoso, sino que va al cielo, simplemente porque era pobre.

Y Jesús, por otra parte, no le llama al rico “un rico malvado”, sino simplemente “un rico”, como tantos otros.

Y este rico no es acusado de haberle robado a Lázaro; no lo ha maltratado, ni lo ha explotado. Tampoco dice que se haya negado a darle limosna. Lo que dice el Evangelio es que, simplemente no lo vio a Lázaro.

El rico no ve al pobre. Un proverbio dice: “Si quieres hacerte invisible, hazte pobre”. Al pobre no le ve nadie, nadie se fija en él. Puede uno pasar su vida entera sin ver a los pobres. El pecado del rico de la parábola es no haber visto a Lázaro echado a su puerta.

Y la sanción por ese pecado es terrible: el que no haya visto al pobre en esta vida, no lo verá jamás en la otra. El que no haya tratado, acogido, amado al pobre en este mundo, tampoco lo encontrará en el más allá.

La distancia que hayamos puesto entre el pobre y nosotros, es la misma que hemos establecido entre Dios y nosotros. Porque el Reino de Dios es para el pobre, y el que se aparta del pobre, se aparta de Dios.

Por eso, el rico se condena por su propia culpa, pero se trata de un pecado de omisión. Y es tan natural en el rico, tan común en su ambiente este pecado de omisión, que se necesita tiempo para saber adivinarlo.

El mensaje principal de la parábola se dirige entonces, en primer lugar, a los ricos. Es para sacarlos de su ceguera y de su inconsciencia. Porque los ricos se están preparando un porvenir terrible con esa vida tan aislada, tan separada de los demás.

Su endurecimiento es tan grande que Abrahán afirma que ni siquiera es capaz de sacudirlos y cambiarlos, la aparición de un muerto.

Y resulta que uno de ellos ha vuelto de los infiernos: Jesucristo ha resucitado de entre los muertos y nos ha ofrecido la verdadera vida, la que vence a la muerte y a sus tormentos. Pero, ¿cuántos ricos se han convertido por ello?

Tal vez se han hecho bautizar y confirmar, se confiesan y comulgan, reciben la extrema unción pero se olvidan de lo esencial, de aquella advertencia que el Señor les dirige: “¡En el cielo no hay más que pobres!”

¿Qué podemos hacer, entonces, por nuestros hermanos ricos? En primer lugar, hemos de amarlos. Porque son nuestros hermanos más pobres, los que más necesidad tienen de nuestro amor. Se ha dicho, no sin cierta ironía: “Lo que tengas de más, dalo a los ricos”. Sí, tenemos algo que dar a los ricos: nuestra piedad, nuestro amor y, sobre todo, aquellas palabras terribles de Cristo.

El peor servicio que podemos hacerles es el de callarnos. Porque es tan desgraciado el rico. No aumentemos sus desgracias, escondiéndole o suavizándole el mensaje que Jesús le ha dirigido. Lo está traicionando su propia riqueza. No es justo que tenga que sufrir además la traición del silencio de los cristianos.

Queridos hermanos, estamos hablando de los ricos como si se tratara solamente de los demás y que todos nosotros no tuviéramos nada que ver con ellos. Pero pienso que todos albergamos en nosotros algo de esa actitud de los ricos: de no querer ver a los que son más pobres que nosotros, de levantar una barrera entre hermanos, de distanciarnos de aquellos que no nos sirven para nuestros intereses personales.

Además, ¿quién de nosotros no quisiera ser también un rico ya que es la gran aspiración de nuestra sociedad actual? ¿Quién no tiene esa misma ansiedad de tener más en lugar de ser más?

¡Que nuestro Señor Jesucristo y su Madre, la Santísima Virgen, nos den la gracia de conquistar más plenamente y de conservar siempre el espíritu y la actitud de pobres!

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

Comentarios al autor

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11:30 a.m.
¡Ay de los que se sienten seguros en Sión y de los que viven confiados en la montaña de Samaría, esos notables de la primera de las naciones, a los que acude la casa de Israel! Acostados en lechos de marfil y apoltronados en sus divanes, comen los corderos del rebaño y los terneros sacados del establo. Improvisan al son del arpa, y como David, inventan instrumentos musicales; beben el vino en grandes copas y se ungen con los mejores aceites, pero no se afligen por la ruina de José. Por eso, ahora irán al cautiverio al frente de los deportados, y se terminará la orgía de los libertinos.

11:30 a.m.
El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. Abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados, el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados. El Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones.

11:30 a.m.
En lo que a ti concierne, hombre Dios, huye de todo esto. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos. Yo te ordeno delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y delante de Cristo Jesús, que dio buen testimonio ante Poncio Pilato: observa lo que está prescrito, manteniéndote sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo, Manifestación que hará aparecer a su debido tiempo el bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver. ¡A él sea el honor y el poder para siempre! Amén.

11:30 a.m.
Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".

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