Ártículos Más Recientes

11:25 a.m.


En ese momento se abrió el Templo de Dios que está en el cielo y quedó a la vista el Arca de su Alianza, y hubo rayos, voces, truenos y un temblor de tierra, y cayó una fuerte granizada. Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera. La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada durante mil doscientos sesenta días. Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: "Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios.

11:24 a.m.


Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquellos que estén unidos a él en el momento de su Venida. En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte, ya que Dios todo lo sometió bajo sus pies. Pero cuando él diga: "Todo está sometido", será evidentemente a excepción de aquel que le ha sometido todas las cosas.

11:24 a.m.


María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz". Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

11:24 a.m.


Si santa María Magdalena, que ha sido pecadora y de la cual el Señor ha expulsado siete demonios, ha merecido ser glorificada hasta tal punto que su alabanza permanece en la asamblea de los santos, ¿quién podrá medir cuánto «los justos se alegran en la presencia de Dios y desbordan de alegría", refiriéndonos a la Virgen María que no ha conocido varón?... Si el apóstol san Pedro, que no sólo no ha sido capaz de velar una hora con Cristo, sino que incluso llegó a renegar, ha obtenido tal gracia que le han sido encomendadas las llaves del Reino de los cielos, ¿de qué elogios Santa María no es digna, Ella que llevó en su seno al rey de los ángeles en persona, a quien los cielos no pueden contener? Si Pablo, que "no respiraba más que amenazas y matanzas con respecto a los discípulos del Señor»..., ha sido objeto de tal misericordia...que ha sido arrebatado «hasta el tercer cielo, sea en su cuerpo o fuera de su cuerpo", no es sorprendente que la santa Madre de Dios, que ha permanecido con su Hijo en las pruebas que ha soportado desde la cuna, haya sido elevada al cielo con su cuerpo y exaltada por encima de los coros angélicos. Si hay «alegría en el cielo ante los ángeles, por un solo pecador que hace penitencia», ¿qué hermosa y alegre alabanza no se elevará ante Dios, ante la persona de Santa María, que nunca ha pecado?... Si realmente aquellos que «en el pasado estuvieron en tinieblas» y han llegado, por la gracia, a ser «luz en el Señor» «brillarán como el sol en el Reino de su Padre», ¿quién estará en condiciones de relatar «el peso eterno de gloria» de Santa María, que ha venido a este mundo «como Aurora que se levanta, hermosa como la luna, elegida como el sol" y de quien ha nacido «la luz verdadera que ilumina todo hombre en este mundo»? Por otra parte, ya que el Señor dijo: "El que me sirve, que me siga, y donde yo estoy, también estará mi siervo", ¿dónde pensamos que está su Madre, que lo ha servido con tanto empeño y constancia? Si lo ha seguido y lo ha obedecido hasta la muerte, no sorprende que ahora, más que nadie, "siga al Cordero dondequiera que vaya». (Referencias bíblicas: Lc 8,2; Sal 149,1; Sal 67,4; Lc 1,34; Mt 26,40.70; Mt 16,19; Hech 9,1; 1 Cor 7,25; 2 Cor 12,2; Lc 22,28; Lc 15,7; Ef 5,8; Mt 13,43; 2 Cor 4,17; Jn 1,9; Jn 12,26; Apoc 14,4)

12:24 p.m.


Por lo tanto, teman al Señor y sírvanlo con integridad y lealtad; dejen de lado a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del Río y en Egipto, y sirvan al Señor. Y si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor". El pueblo respondió: "Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. El nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Además, el Señor expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios. Entonces Josué dijo al pueblo: "Ustedes no podrán servir al Señor, porque él es un Dios santo, un Dios celoso, que no soportará ni las rebeldías ni los pecados de ustedes. Si abandonan al Señor para servir a dioses extraños, él, a su vez, los maltratará y los aniquilará, después de haberles hecho tanto bien". Pero el pueblo respondió a Josué: "No; nosotros serviremos al Señor". Josué dijo al pueblo: "Son testigos contra ustedes mismos, de que han elegido al Señor para servirlo". "Somos testigos", respondieron ellos. "Entonces dejen de lado los dioses extraños que hay en medio de ustedes, e inclinen sus corazones al Señor, el Dios de Israel". El pueblo respondió a Josué: "Nosotros serviremos al Señor, nuestro Dios y escucharemos su voz". Aquel día Josué estableció una alianza para el pueblo, y les impuso una legislación y un derecho, en Siquém. Después puso por escrito estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Además tomó una gran piedra y la erigió allí, al pie de la encina que está en el Santuario del Señor. Josué dijo a todo el pueblo: "Miren esta piedra: ella será un testigo contra nosotros, porque ha escuchado todas las palabras que nos ha dirigido el Señor; y será un testigo contra ustedes, para que no renieguen de su Dios". Finalmente, Josué despidió a todo el pueblo, y cada uno volvió a su herencia. Después de un tiempo, Josué, hijo de Nun, el servidor del Señor, murió a la edad de ciento diez años.

Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.