Ártículos Más Recientes

11:32 a.m.
Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb. Allí se le apareció el Angel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse, Moisés pensó: "Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?". Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: "¡Moisés, Moisés!". "Aquí estoy", respondió el. Entonces Dios le dijo: "No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa". Luego siguió diciendo: "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios. El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto cómo son oprimidos por los egipcios. Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas". Pero Moisés dijo a Dios: "¿Quién soy yo para presentarme ante el Faraón y hacer salir de Egipto a los israelitas?". "Yo estaré contigo, le dijo Dios, y esta es la señal de que soy yo el que te envía: después que hagas salir de Egipto al pueblo, ustedes darán culto a Dios en esta montaña".

11:32 a.m.
Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. El Señor hace obras de justicia y otorga el derecho a los oprimidos; él mostró sus caminos a Moisés y sus proezas al pueblo de Israel.

11:32 a.m.
El Padre es aquel de quien procede todo, en quien existe todo. El mismo, por Cristo y en Cristo, es el origen de todo. Además, tiene su ser en si mismo, no lo recibe de otro... Es infinito porque no está en algún lugar sino en todas partes y todo está en él... Existiendo antes del tiempo, éste procede de él. Que tu pensamiento se dirija a él si piensas tocar a sus límites...Lo encontrarás siempre porque cuando tu avanzas sin cesar hacia él, la meta a la que te diriges se aleja cada vez más... Esta es la verdad del misterio de Dios, ésta es la expresión de la naturaleza impenetrable del Padre... Para expresarlo, la palabra tiene que cesar, el pensamiento quedar quieto, y para aprehenderlo, la inteligencia se encuentra limitada. Y no obstante, el nombre de Padre designa su naturaleza. Dios no es sino Padre. Pero no recibe desde fuera, a la manera de los hombres, el ser de Padre. Es el eternamente engendrado... Es conocido sólo por el Hijo porque “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.” Y “nadie conoce al Hijo fuera del Padre.” Los dos se conocen el una al otro y este conocimiento mutuo es perfecto. También porque “nadie conoce al Padre sino el Hijo”. No pensemos del Padre más que lo que el Hijo nos ha revelado ya que él es el testigo fiel (cf Ap 1,5). Es mejor pensar sobre quien es el Padre que no hablar de ello. Porque toda palabra es impotente para expresar sus perfecciones... No podremos más que reconocer de alguna manera su gloria, teniendo de ella cierta idea e intentar precisarla con nuestra imaginación. Pero el lenguaje humano es impotente y las palabras no explican la realidad tal cual es... Así, aunque se reconozca a Dios, hay que renunciar a nombrarlo: sean cuales sean las palabras empleadas, no sabrán expresar el ser de Dios, su grandeza... Hay creer en él, intentar comprenderlo y adorarlo. Haciendo esto, hablaremos de él.

11:25 a.m.
Un hombre de la familia de Leví se casó con la hija de un levita. La mujer concibió y dio a luz un hijo; y viendo que era muy hermoso, lo mantuvo escondido durante tres meses. Cuando ya no pudo ocultarlo más tiempo, tomó una cesta de papiro y la impermeabilizó con betún y pez. Después puso en ella al niño y la dejó entre los juncos, a orillas del Nilo. Pero la hermana del niño se quedó a una cierta distancia, para ver qué le sucedería. La hija del Faraón bajó al Nilo para bañarse, mientras sus doncellas se paseaban por la ribera. Al ver la cesta en medio de los juncos, mandó a su esclava que fuera a recogerla. La abrió, y vio al niño que estaba llorando; y llena de compasión, exclamó: "Seguramente es un niño de los hebreos". Entonces la hermana del niño dijo a la hija del Faraón: "¿Quieres que vaya a buscarte entre las hebreas una nodriza para que te lo críe"?. "Sí", le respondió la hija del Faraón. La jovencita fue a llamar a la madre del niño, y la hija del Faraón le dijo: "Llévate a este niño y críamelo; yo te lo voy a retribuir". La mujer lo tomó consigo y lo crió; y cuando el niño creció, lo entregó a la hija del Faraón, que lo trató como a un hijo y le puso el nombre de Moisés, diciendo: "Sí, yo lo saqué de las aguas". Siendo ya un hombre, Moisés salió en cierta ocasión a visitar a sus hermanos, y observó los penosos trabajos a que estaban sometidos. También vio que un egipcio maltrataba a un hebreo, a uno de sus hermanos. Entonces dirigió una mirada a su alrededor, y como no divisó a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Al día siguiente regresó y encontró a dos hebreos que se estaban pelando. "¿Por qué golpeas a tu compañero?" Preguntó al agresor. Pero este le respondió: "¿Quién te ha constituido jefe o árbitro nuestro? ¿Acaso piensas matarme como mataste al egipcio?". Moisés sintió temor y pensó: "Por lo visto, el asunto ha trascendido". En efecto, el Faraón se enteró de lo sucedido, y buscó a Moisés para matarlo. Pero este huyó del Faraón, y llegó al país de Madián. Allí se sentó junto a un pozo.

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