Ártículos Más Recientes

11:26 a.m.


Hermanos: Ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo. En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor. En él, también ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en el Espíritu.

11:26 a.m.


Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

11:26 a.m.


¿Por qué Tomás busca pruebas para su fe? A su amor, hermanos, le habría gustado que después de la resurrección del Señor la falta de fe no le dejara a nadie con duda. Pero Tomás no llevaba solo la incertidumbre de su corazón, sino la de todos los hombres. Y antes de predicar la resurrección a las naciones, busca, un buen obrero, sobre el que fundará un misterio que pide tanta fe. Y el Señor muestra a todos los Apóstoles esto que Tomás había pedido. Jesús viene y le enseña sus manos y su costado (Jn 20,19-20). En efecto, el que entra, cuando las puertas estaban cerradas, puede ser tomado por los discípulos, por un espíritu si no había podido mostrarles que no era otro sino él, siendo las heridas el signo de su Pasión. En seguida, se acerca a Tomás y le dice: “Trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente. Que estas heridas que tu abres ahora, dejen fluir la fe por todo el universo, ellas que ya han vertido el agua del bautismo y la sangre del rescate” (Jn 19,34). Tomás responde: “Señor mío y Dios mío”. Que los incrédulos vengan y lo entiendan y, como dice el Señor, que no sean más incrédulos sino creyentes. Tomás manifiesta y proclama que lo que ve, no es solo un cuerpo humano, sino también que por la Pasión de su cuerpo de carne, Cristo es Dios y Señor. Es verdaderamente Dios quien sale vivo de la muerte y el que resucita de su herida.

11:26 a.m.


Sara vivió ciento veintisiete años, y murió en Quiriat Arbá - actualmente Hebrón - en la tierra de Canaán. Abraham estuvo de duelo por Sara y lloró su muerte. Después se retiró del lugar donde estaba el cadáver, y dijo a los descendientes de Het: "Aunque yo no soy más que un extranjero residente entre ustedes, cédanme en propiedad alguno de sus sepulcros, para que pueda retirar el cadáver de mi esposa y darle sepultura". Luego Abraham enterró a Sara en la caverna del campo de Macpelá, frente a Mamré, en el país de Canaán. Abraham ya era un anciano de edad avanzada, y el Señor lo había bendecido en todo. Entonces dijo al servidor más antiguo de su casa, el que le administraba todos los bienes: "Coloca tu mano debajo de mi muslo, y júrame por el Señor, Dios del Cielo y de la tierra, que no buscarás una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, con los que estoy viviendo, sino que irás a mi país natal, y de allí traerás una esposa para Isaac". El servidor le dijo: "Si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿debo hacer que tu hijo regrese al país de donde saliste?". "Cuídate muy bien de llevar allí a mi hijo", replicó Abraham. "El Señor, Dios del cielo, que me sacó de mi casa paterna y de mi país natal, y me prometió solemnemente dar esta tierra a mis descendientes, enviará su Angel delante de ti, a fin de que puedas traer de allí una esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere seguirte, quedarás libre del juramento que me haces; pero no lleves allí a mi hijo". El servidor puso su mano debajo del muslo de Abraham, su señor, y le prestó juramento respecto de lo que habían hablado. Luego tomó diez de los camellos de su señor, y llevando consigo toda clase de regalos, partió hacia Arám Naharaim, hacia la ciudad de Najor. Allí hizo arrodillar a los camellos junto a la fuente, en las afueras de la ciudad. Era el atardecer, la hora en que las mujeres salen a buscar agua. Entonces dijo: "Señor, Dios de Abraham, dame hoy una señal favorable, y muéstrate bondadoso con mi patrón Abraham. Aún no había terminado de hablar, cuando Rebeca, la hija de Betuel - el cual era a su vez hijo de Milcá, la esposa de Najor, el hermano de Abraham - apareció con un cántaro sobre el hombro. Era una joven virgen, de aspecto muy hermoso, que nunca había tenido relaciones con ningún hombre. Ella bajó a la fuente, llenó su cántaro, y cuando se disponía a regresar, Después le preguntó: "¿De quién eres hija? ¿Y hay lugar en la casa de tu padre para que podamos pasar la noche?". Ella respondió: "Soy la hija de Betuel, el hijo que Milcá dio a Najor". Y añadió: "En nuestra casa hay paja y forraje en abundancia, y también hay sitio para pasar la noche". El hombre entró en la casa. En seguida desensillaron los camellos, les dieron agua y forraje, y trajeron agua para que él y sus acompañantes se lavaran los pies. Pero cuando le sirvieron de comer, el hombre dijo: "No voy a comer, si antes no expongo el asunto que traigo entre manos". "Habla", le respondió Labán. El continuó: "Yo soy servidor de Abraham. Ahora bien, mi patrón me hizo prestar un juramento diciendo: "No busques una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, en cuyo país resido. Ve, en cambio, a mi casa paterna, y busca entre mis familiares una esposa para mi hijo". Ellos dijeron: "Llamemos a la muchacha, y preguntémosle qué opina". Entonces llamaron a Rebeca y le preguntaron: "¿Quieres irte con este hombre?". "Sí", respondió ella. Ellos despidieron a Rebeca y a su nodriza, lo mismo que al servidor y a sus acompañantes, Rebeca y sus sirvientas montaron en los camellos y siguieron al hombre. Este tomó consigo a Rebeca, y partió. Entretanto, Isaac había vuelto de las cercanías del pozo de Lajai Roí, porque estaba radicado en la región del Négueb. Al atardecer salió a caminar por el campo, y vio venir unos camellos. Cuando Rebeca vio a Isaac, bajó del camello y preguntó al servidor: "¿Quién es ese hombre que viene hacia nosotros por el campo?". "Es mi señor", respondió el servidor. Entonces ella tomó su velo y se cubrió. El servidor contó a Isaac todas las cosas que había hecho, y este hizo entrar a Rebeca en su carpa. Isaac se casó con ella y la amó. Así encontró un consuelo después de la muerte de su madre.

Hermanos Franciscanos

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