Ártículos Más Recientes

10:46 a.m.


Algunas personas venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse. A raíz de esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé discutieron vivamente con ellos, y por fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros, subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros. Los que habían sido enviados por la Iglesia partieron y atravesaron Fenicia y Samaría, contando detalladamente la conversión de los paganos. Esto causó una gran alegría a todos los hermanos. Cuando llegaron a Jerusalén, fueron bien recibidos por la Iglesia, por los Apóstoles y los presbíteros, y relataron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero se levantaron algunos miembros de la secta de los fariseos que habían abrazado la fe, y dijeron que era necesario circuncidar a los paganos convertidos y obligarlos a observar la Ley de Moisés. Los Apóstoles y los presbíteros se reunieron para deliberar sobre este asunto.

10:46 a.m.


¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor!» Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor -según es norma en Israel- para celebrar el nombre del Señor. Allí suben las tribus, las tribus del Señor -según es norma en Israel- para celebrar el nombre del Señor. Allí suben las tribus, las tribus del Señor. Según es norma en Israel para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David.

10:46 a.m.


Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»

10:46 a.m.


El renombre de su santa conducta y de su irreprochable vida ha llegado hasta mí; de hecho se ha esparcido por toda la faz de la tierra. He sido transportada por la alegría y el júbilo en el Señor, como lo son también todos aquellos que sirven, o desean servir a Jesucristo. Mientras que usted hubiese podido gozar de todas las adulaciones y de todos los honores del mundo, e incluso acceder a la más alta gloria al convertirse en la legitima esposa del ilustre emperador, unión que convenía a su majestad y a usted misma, usted renunció a todo y optó, con todo el impulso de su alma y de su corazón, por la santa pobreza y por la indigencia; usted escogió un esposo de una raza aún más noble: nuestro señor Jesucristo, quien conservará pura e intacta su virginidad. Amándolo, usted permanecerá casta, sus caricias la harán aún más pura; ser de su posesión consagra su virginidad. Su poder sobrepasa cualquier otro, su linaje es el más dulce que hay, su gracia la más perfecta. Usted está de aquí en adelante dedicada a abrazarlo, a él que decoró su pecho de piedras preciosas, y que suspendió a sus orejas diamantes inestimables, él que la revistió de joyas brillantes como la primavera, y que depositó en su cabeza una corona de oro adornada de las armas de la santidad.

Hermanos Franciscanos

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