Ártículos Más Recientes

10:44 a.m.
Palabra que llegó a Jeremías de parte del Señor, en estos términos: Así habla el Señor, el Dios de Israel: Escribe en un libro todas las palabras que yo te he dirigido, Porque así habla el Señor: ¡Tu herida es incurable, irremediable tu llaga! Nadie defiende tu causa, no hay remedio para tu herida, tú ya no tienes cura. Todos tus amantes te han olvidado, no se interesan por ti. Porque yo te he golpeado como golpea un enemigo, con un castigo cruel, a causa de tu gran iniquidad, porque tus pecados eran graves. ¿Por qué gritas a causa de tu herida, de tu dolor incurable? A causa de tu gran iniquidad, porque tus pecados eran graves, yo te hice todo esto. Así habla el Señor: Sí, yo cambiaré la suerte de las carpas del Jacob y tendré compasión de sus moradas; la ciudad será reconstruida sobre sus escombros y el palacio se levantará en su debido lugar. De allí saldrán cantos de alabanza y risas estridentes. Los multiplicaré y no disminuirán, los glorificaré y no serán menoscabados. Sus hijos serán como en los tiempos antiguos, su comunidad será estable ante mí y yo castigaré a todos sus opresores. Su jefe será uno de ellos y de en medio de ellos saldrá su soberano. Yo lo haré acercarse, y él avanzará hacia mí, porque si no, ¿quién se atrevería a avanzar hacia mí? -oráculo del Señor- Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios.

10:44 a.m.
Las naciones temerán tu Nombre, Señor, y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria: cuando el Señor reedifique a Sión y aparezca glorioso en medio de ella; cuando acepte la oración del desvalido y no desprecie su plegaria. Quede esto escrito para el tiempo futuro y un pueblo renovado alabe al Señor: porque él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo, para escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte. Los hijos de tus servidores tendrán una morada y su descendencia estará segura ante ti, para proclamar en Sión el nombre del Señor y su alabanza en Jerusalén, cuando se reúnan los pueblos y los reinos, y sirvan todos juntos al Señor.

10:43 a.m.
Entonces, unos fariseos y escribas de Jerusalén se acercaron a Jesús y le dijeron: "¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros antepasados y no se lavan las manos antes de comer?". Jesús llamó a la multitud y le dijo: "Escuchen y comprendan. Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella". Entonces se acercaron los discípulos y le dijeron: "¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oírte hablar así?". El les respondió: "Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Déjenlos: son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo".

10:43 a.m.
Santo teólogo [san Juan], primero llamaste al Hijo de Dios "Verbo", la Palabra de Dios; luego lo llamas "vida" y "luz” (1,1.4). Con razón cambiaste su nombre, para darnos a entender significados diferentes. Lo llamaste "Verbo", porque por Él, el Padre lo dijo todo, cuando habló, enseguida todo fue hecho (Sal. 33,9). Lo llamaste "luz y vida" porque el Hijo es también la luz y la vida de todas las cosas que han sido hechas por él. ¿Qué ilumina? Nada más que a Él mismo y su Padre: Él mismo se ilumina, se da a conocer al mundo, se manifiesta a los que no lo conocen. Esta luz del conocimiento de Dios había abandonado el mundo, cuando el hombre abandonó a Dios. La luz eterna se revela al mundo de dos modos, por la Escritura y por la creación (Sal.18; Rm 1,20). El conocimiento de Dios se renueva en nosotros sólo por los textos de la Escritura y la vista de la creación. Cuando estudiáis la palabra de Dios y acogéis en el corazón lo que significa: aprendéis a conocer al Verbo. A través de vuestros sentidos corporales percibís las formas magníficas de las cosas accesibles a nuestros sentidos, y reconocéis en ellas a Dios, el Verbo. En todas estas cosas, la verdad no le revelará nada más que al Verbo mismo, el que lo hizo todo (Jn 1,3); fuera de él, no podéis contemplar nada, porque en Él están todas las cosas. Está en toda cosa que existe, cualquiera que sea.

6:57 p.m.
Del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: "Traédmelos". Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente: Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


Oración introductoria


Señor, concédeme estar a la escucha de lo que quieres transmitirme en esta oración. Te ofrezco los talentos que me has regalado para que los multipliques y los transformes en medios para crecer en el amor.


Petición


Jesús, dame la gracia de saberme desprender de aquello que puede hacer bien a los demás.


Meditación del Papa Francisco


Cuando los apóstoles le dijeron a Jesús que las personas que habían llegado a escuchar sus palabras estaban hambrientas, los incitó a ir a buscar alimentos y siendo pobres, estos no encontraron otra cosa que cinco panes y dos peces, pero con la gracia de Dios llegaron a alimentar a una multitud de personas, recogiendo incluso los restos y logrando así a evitar cualquier descarte.

La parábola de la multiplicación de los panes y los peces nos enseña justamente esto: que si existe voluntad lo que tenemos no termina e incluso sobra y no debe ser desechado.

Por lo tanto queridos hermanos y hermanas les invito hacer lugar en nuestro corazón a esta urgencia, respetando este derecho dado por Dios a todos de tener acceso a una alimentación adecuada. (Cf S.S. Francisco, 10 de diciembre de 2013, homilía en Santa Marta).


Reflexión


Un amigo mío me envió un mensaje titulado: "¿En manos de quién?", y decía así: "¡Todo depende de en manos de quién está el asunto! Una pelota de basketball en mis manos vale unos 19 dólares, pero en las manos de Michael Jordan vale alrededor de 3.000.000 de dólares. Una raqueta de tenis en mis manos no sirve para nada, pero en manos de Novak Đoković, significa el campeonato en Wimbledon. Una honda en mis manos es un juego de niños, pero en manos de David es el arma de la victoria del Pueblo de Dios. Cinco panes y dos peces en mis manos son un par de sandwiches de pescado, pero en manos de Jesús son el alimento para miles... ¡Todo depende de en manos de quién está el asunto!"


Este mensaje me pareció sumamente adecuado para el tema de nuestra reflexión de hoy: lo más importante de todo es, en efecto, en manos de quién está el asunto, porque ¡allí está la clave del verdadero éxito!


El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesucristo en la ribera del mar de Galilea, rodeado de una enorme muchedumbre de toda la comarca. Lo seguían anhelantes de escuchar su palabra. Jesús, en su predicación, les habla del Reino de los cielos, y pasan las horas sin que la gente se dé cuenta. Estaban todos pendientes de su boca. Hacia media tarde sus apóstoles lo interrumpen para decirle que ya es muy tarde y que despida a la gente para que se vaya a las aldeas vecinas y se compre algo de comer. Y Jesús, con un cierto tono de ironía: "No hace falta que se vayan –les responde–. Dadles vosotros de comer". Si eran sus invitados, también serían sus comensales; y no los iba a despedir en ayunas. Pero esa respuesta, sin duda, los dejó aún más confundidos... ¿Cómo iban a hacerlo? Ni doscientos denarios de pan –doscientos dólares, diríamos hoy– alcanzarían para que a cada uno le tocara un pedacito... Un muchacho de la multitud ofrece a Andrés, el hermano de Simón Pedro, todo lo que traía en su lonchera: cinco panes y dos peces. Pero eso, ¿qué era para tantos? ¡Una cantidad sumamente irrisoria! ¡No era nada!


Pero fíjate bien, lector amigo, que es aquí cuando interviene Jesús y comienza a realizarse el maravilloso milagro de la multiplicación de los panes que todos conocemos... ¿Qué fue lo que pasó? Dos cosas, aparentemente bien sencillas, pero prodigiosas y decisivas: primera, que el muchacho ofreciera toda su “despensa”, que no era casi nada; y segunda, que la pusiera en manos de Jesús. Y ya sabemos qué pasó a continuación: se saciaron cinco mil hombres con cinco panes –sin contar mujeres y niños, nos dice el evangelista– y llenaron doce canastos con los pedazos que sobraron.


¿Cómo era posible? ¡Eran sólo cinco panes y dos peces! ¡Era una insignificancia, claro! Es absolutamente evidente la desproporción tan abismal entre los medios materiales que se tienen a disposición y los efectos que logra nuestro Señor. Sí. Pero para realizar el milagro fueron necesarios esos cinco panes y esos dos peces. Sin ellos tal vez no habría sucedido nada. Y el Señor quiere contar con eso para realizar sus prodigios.


Monseñor Francois-Xavier Van Thuan, Obispo vietnamita que pasó trece años en la cárcel bajo el régimen comunista durante la dura persecución religiosa en su país, escribió varios libros con hermosos y conmovedores testimonios personales de ese período de su vida. Uno de ellos se titula precisamente "Cinco panes y dos peces". Y allí él trata de resumir en unas cuantas pinceladas las experiencias espirituales más fuertes de su cautiverio. "Yo hago – nos confiesa con sencillez– como el muchacho del Evangelio que da a Jesús los cinco panes y dos peces: eso no es nada para una multitud de miles de personas, pero es todo lo que tengo. Jesús hará el resto".


¡Aquí está la primera parte del secreto del éxito!: Darle a Jesús TODO lo que somos y tenemos. No importa que no sea casi nada, o prácticamente nada. Lo importante es dárselo porque Él quiere contar con esa nada para hacer sus obras. Y la segunda parte del secreto es ponerlo en SUS MANOS. Y Él se encarga de todo lo demás.


Propósito


Sé generoso y magnánimo con Dios y con los demás: da de ti mismo, no seas egoísta ni tacaño. Da de tus bienes materiales y espirituales, comparte tu tiempo y tus cosas con los demás; pero, sobre todo, dónate a ti mismo a tu prójimo: ¡no importa que sólo tengas cinco panes y dos peces! Pon todos tus proyectos, tus inquietudes, tus preocupaciones, tus miedos, tus deseos, tus sueños, tu familia, tus relaciones, tu "todo" EN MANOS DE DIOS, pues sabemos que "¡todo depende de en manos de quién está el asunto!".



August 03, 2014 at 06:30PM

Hermanos Franciscanos

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