Ártículos Más Recientes

10:54 a.m.
La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo. Pedro, en una gira por todas las ciudades, visitó también a los santos que vivían en Lida. Allí encontró a un paralítico llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años. Pedro le dijo: "Eneas, Jesucristo te devuelve la salud: levántate, y arregla tú mismo la cama". El se levantó en seguida, y al verlo, todos los habitantes de Lida y de la llanura de Sarón se convirtieron al Señor. Entre los discípulos de Jope había una mujer llamada Tabitá, que quiere decir "gacela". Pasaba su vida haciendo el bien y repartía abundantes limosnas. Pero en esos días se enfermó y murió. Después de haberla lavado, la colocaron en la habitación de arriba. Como Lida está cerca de Jope, los discípulos, enterados de que Pedro estaba allí, enviaron a dos hombres para pedirle que acudiera cuanto antes. Pedro salió en seguida con ellos. Apenas llegó, lo llevaron a la habitación de arriba. Todas las viudas lo rodearon y, llorando, le mostraban las túnicas y los abrigos que les había hecho Tabitá cuando vivía con ellas. Pedro hizo salir a todos afuera, se puso de rodillas y comenzó a orar. Volviéndose luego hacia el cadáver, dijo: "Tabitá, levántate". Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. El la tomó de la mano y la hizo levantar. Llamó entonces a los hermanos y a las viudas, y se la devolvió con vida. La noticia se extendió por toda la ciudad de Jope, y muchos creyeron en el Señor.

10:54 a.m.
¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor en presencia de todo su pueblo. ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor.

10:53 a.m.
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".

10:53 a.m.
"¿A quién pues iremos?", dice Pedro. Quiere decir: "¿quién nos instruirá como tú de los misterios divinos? ", o incluso: "¿Al lado de quién encontraremos algo mejor? Tú tienes palabras de vida eterna". No son intolerables, como dicen otros discípulos. Al contrario, todas ellas conducen a la realidad más extraordinaria, la vida infinita, la vida imperecedera. Estas palabras nos muestran bien que debemos permanecer a los pies de Cristo, tomándolo por nuestro solo y único dueño, y mantenernos constantemente cerca de él… El Antiguo Testamento también nos enseña que hay que seguir a Cristo, siempre unidos a Él. Efectivamente, cuando los israelitas, liberados de la opresión egipcia, se apresuraban hacia la Tierra prometida, Dios permitió que se desviaran del camino. El que les dio la Ley no les permitió ir a cualquier lugar de su agrado. En efecto, sin guía, ciertamente se habrían extraviado; los israelitas encontraban su salvación permaneciendo con su guía. Hoy, también hacemos el nuestro negándonos a separarnos de Cristo, porque es Él quien se manifestó a los antiguos bajo la apariencia de una tienda, un nubarrón y fuego (Ex 13,21; 26,1s)… "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, también estará mi servidor " (Jn 12,26)… Claro, el camino en compañía y al lado de Cristo Salvador no se hace en un sentido material, sino más bien por las obras de la virtud. Los discípulos más sabios, se comprometieron firmemente a esto con todo su corazón…; con razón dicen: "¿A dónde iremos?" En otros términos: " Estaremos siempre contigo, cumpliremos tus mandamientos, acogeremos tus palabras, sin recriminar nada. No creeremos, como los ignorantes, que tu enseñanza es dura a oír. Al contrario, diremos: 'qué dulce al paladar tu promesa: ¡más que miel en mi boca!'" (Sal. 118,103)

3:43 a.m.
Del santo evangelio según San Juan 6, 52-59.

Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.» Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.


Oración introductoria


Teniendo en cuenta que la fe vale más que la vida, pues de qué me servirían cien años vividos sin sentido profundo, al inicio de esta oración quiero aprender a creer. Recibe Señor mi oración arrodillándome en mi interior pues te reconozco como mi Padre, mi amigo, mi hermano, alguien que cuenta en mi vida. Mira mi alma que llega cansada de tanto bregar sola en las olas encrespadas de las preocupaciones y dolores de la vida. Ilumina mi entendimiento, suaviza mi corazón, enciende mi alma.


Petición


Cristo, amigo de mi alma que sienta la necesidad de tu compañía para que cuando te reciba en la comunión seas tú el que vivas en mí, que no reine la oscuridad de mi vida solitaria y triste.


Meditación del Papa Francisco


Los Sacramentos no son apariencias, no son ritos, los sacramentos son la fuerza de Cristo, está Jesucristo en los Sacramentos. Cuando celebramos la Misa, en la Eucaristía, está Jesús vivo, muy vivo, que nos reúne, nos hace comunidad, nos hace adorar al Padre.

Cada uno de nosotros, de hecho, mediante el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, está incorporado a Cristo y unido a toda la comunidad de los creyentes.

Por tanto, si por un lado está la Iglesia que "hace" los Sacramentos, por otro lado están los Sacramentos que "hacen" a la Iglesia, la edifican, generando nuevos hijos, agregándolos al pueblo santo de Dios, consolidando su pertenencia.

Cada encuentro con Cristo, que en los Sacramentos nos da la salvación, nos invita a "ir" y comunicar a los demás una salvación que hemos podido ver, tocar, encontrar, acoger y que es verdaderamente creíble porque es amor. (S.S. Francisco, 6 de noviembre de 2013).


Reflexión


¡Qué extraño nos parece la gente que habla de cosas que nadie entiende! Con razón los coetáneos de Cristo pensaron que Él se había vuelto loco: cómo estaba eso de comer su carne y beber su sangre, ¿no es esto un acto de canibalismo? Y todavía son más enigmáticas las palabras del Maestro que nos promete la verdadera vida por este Cuerpo y esta Sangre. Y es que muchas veces los discursos de Dios, en las lágrimas nunca enjugadas de una persona abandonada y explotada, en las decepciones y fracasos, en las ingratitudes e incomprensiones, nos parecen contradictorios. Es entonces cuando brillan las paradojas de Dios, que promete alegría sufriendo, paz al que es perseguido, gloria al que es despreciado.


Esto es lógico, pues sabemos por la Revelación que el pecado original vino a corromper la el orden entre nuestras facultades espirituales y sensitivas. Nos encontramos en contradicción muchas veces entre nuestras potencias irascibles concupiscibles y racionales. ¿Qué hacer? El Evangelio de hoy nos abre la puerta que comienza a iluminar nuestro camino sembrado de dolores y tinieblas: nos enseña el camino de la Fe.

Sólo a esta luz se puede contemplar este pasaje. Comer el Cuerpo de Cristo, significa saciar nuestra hambre de felicidad que tantas veces buscamos en lugares que lo único que nos traen es vacío y desengaño. Nuestra alma nuestra vida pide alimento y sólo Dios puede saciarlo, lo demás se acaba, se marchita, acaba por no saciarnos. Beber la Sangre de Cristo, participar de la Eucaristía es asistir al único momento aquí en la tierra donde es posible unir lo finito con lo infinito, el tiempo con la eternidad. Pidamos la fe, para que podamos hacer una verdadera experiencia de Cristo, pues uno nunca valorará lo que nunca ha conocido, ni podrá esperar en aquello de lo que nunca ha hecho experiencia.


Cada cristiano ha recibido desde su bautismo la hermosa misión de sembrar, nos abre a la dimensión del apostolado, que no significa otra cosa que compartir el tesoro más grande que hemos recibido. Mas nadie da lo que no tiene. Es un hecho que la gente está sedienta de Dios. Es evidente la falta de principios en la juventud, la falta de ideales. Hoy más que nunca nos da la impresión que la flor espléndida y lozana de la juventud se ha trocado en un museo de energía congelado o casi fosilizado. Es muy común encontrar personas que piensan que hubiera sido mejor no haber venido a la existencia. Es entonces cuando nuestra labor apostólica cobra sentido pues en esos momentos podemos compartir la convicción de que sólo aquel que ha hecho la experiencia de sentirse amado puede encontrar un sentido a su propia vida. ¿O no es esto el secreto en el matrimonio, en el noviazgo o la vida religiosa? Sólo la Eucaristía nos abre a la esperanza de una vida que no se acaba aquí abajo, que sólo se encuentra en quien ha aprendido a amar, es decir que ha entendido lo que significa caer en tierra cual semilla que lentamente se pudre para dar fruto.


Propósito


Hacer de mi próxima Eucaristía un momento de adoración y gratitud por tanto amor de Dios.


Diálogo con Cristo


Señor en este corto peregrinar de nuestra vida, ante las sombras que amenazan oscurecer nuestra verdadera alegría, ante la desorientación y la falta de luz en nuestras vidas y en la sociedad, concédeme la gracia de tener siempre encendida la antorcha de la fe, para que cada contacto con cada persona seas tú el que vuelva encender esa llama, ese fuego y esa pasión que nace de aquellos corazones que han hecho una verdadera experiencia del amor de un Dios que no se cansa de esperar ni de amar con locura.


Todo este anhelo está presente en el mundo de hoy, el anhelo hacia lo que es grande, hacia lo que es bueno. Es la nostalgia del Redentor, de Dios mismo, incluso donde se lo niega. (Benedicto XVI, 5 de febrero de 2010).



May 09, 2014 at 03:10AM

Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.