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22 de enero de 2020.- (13 TV / Vatican News / Camino Católico) “Acoger a los cristianos de otras tradiciones significa mostrarles el amor de Dios, pero también acoger lo que Dios ha realizado en sus vidas y dejarnos recibir de las otras comunidades, es lo mismo. Estemos disponibles y abiertos, con el deseo de conocer su experiencia de fe, para vernos enriquecidos por ese don espiritual”. Esta es la petición del Papa Francisco realizada hoy, 22 de enero de 2020, en la audiencia general. El Santo Padre ha reflexionado en torno a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene como tema la hospitalidad. De este modo, ha remitido a pasaje de los Hechos de los Apóstoles que narra el naufragio de Pablo en Malta. En él, el Apóstol y sus compañeros, así como el resto de la tripulación del barco en el que viajaban estuvieron “a merced del mar embravecido”, ha relatado Francisco. No obstante, ha señalado que el Apóstol Pablo, “desde su experiencia de fe, llama a la confianza en Dios que es para él un Padre amoroso”. Por obra de la providencia todos se salvan y llegan a Malta, donde “saborean el entrañable modo de hacer hospitalidad de los habitantes de la isla”, continúa narrando el Papa, subrayando que “es significativo que aquellos hombres que no conocían a Cristo, fueron capaces de manifestar el amor de Dios”. Por su parte, Pablo “les muestra a ellos la misericordia de Dios, curando a los enfermos de la Isla”, ha expuesto el Pontífice. En el vídeo superior de 13 TV se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma.


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Santo Rosario de hoy Miércoles 22 de enero donde meditamos los Misterios Gloriosos de la Vida de Jesús. La Resurrección de Nuestro Señor. La Ascensión de Jesús al Cielo. La Venida del Espíritu Santo. La Asunción de María al Cielo. La Coronación de María como Reina del Universo. Rezo de los Misterios Gloriosos del Santo Rosario de Hoy Miércoles 22 de enero de 2020.




De la Constitución dogmática Lumen géntium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano segundo (Núms. 2. 16) YO SALVARÉ A MI PUEBLO El Padre eterno, por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, creó el mundo universo, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, sino que les otorgó siempre los auxilios necesarios para la salvación, en atención a Cristo redentor, que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura. El Padre, desde toda la eternidad, conoció a los que había escogido y los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. Determinó reunir a cuantos creen en Cristo en la santa Iglesia, la cual fue ya prefigurada desde el origen del mundo y preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el antiguo testamento, fue constituida en los últimos tiempos y manifestada por la efusión del Espíritu y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido, se congregarán delante del Padre en una Iglesia universal. Por su parte, todos aquellos que todavía no han recibido el Evangelio están ordenados al pueblo de Dios por varios motivos. Y en primer lugar aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas y del que nació Cristo según la carne; pueblo, según la elección, amadísimo a causa de los padres: porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables. Pero el designio de salvación abarca también a todos los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando profesar la fe de Abraham, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso, que ha de juzgar a los hombres en el último día. Este mismo Dios tampoco está lejos de aquellos otros que entre sombras e imágenes buscan al Dios desconocido, puesto que es el Señor quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven. Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio y la Iglesia de Cristo pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con sus obras la voluntad divina, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos que, sin culpa por su parte, no han llegado todavía a un expreso conocimiento de Dios y se esfuerzan, con la gracia divina, en conseguir una vida recta. La Iglesia considera que todo lo bueno y verdadero que se da entre estos hombres es como una preparación al Evangelio y que es dado por aquel que ilumina a todo hombre para que al fin tenga la vida.


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