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12:25 a.m.
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-16

Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. " Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.


Oración introductoria


Señor, el día de hoy dispusiste todo para que pueda tener este momento de intimidad contigo. Me invitas a ser sal de la tierra, luz para los demás, y yo quiero hacerlo, dame la gracia que necesito y la fortaleza para ser fiel a tu amor.


Petición


Jesús, que la tibieza y mediocridad se mantengan alejadas de mi vida, quiero ser la luz y la sal en mi entorno familiar y social.


Meditación del Papa Francisco


El cristiano, según la metáfora evangélica, está llamado a ser la sal de la tierra. Pero si no transmite el sabor que el Señor le ha dado, se transforma en "sal insípida" y se convierte en "un cristiano de museo". ¿Cómo hacer para que la sal no se vuelva insípida?

El sabor de la sal cristiana nace de la certeza de la fe, de la esperanza y de la caridad que brota de la consciencia de que Jesús resucitó por nosotros y nos ha salvado. Pero esta certeza no se nos dio simplemente para conservarla.

La sal que hemos recibido es para darla; es para dar sabor, para ofrecerla. De otro modo se vuelve insípida y no sirve. Pero la sal tiene también otra particularidad: cuando se usa bien no se percibe el sabor de la sal misma ni altera el sabor de las cosas. Esta es la originalidad cristiana: cuando nosotros anunciamos la fe, con esta sal, cada uno la recibe en su peculiaridad, como los alimentos. Y es que la originalidad cristiana no es una uniformidad. Consiste en que cada uno sigue siendo lo que es, con los dones que el Señor le ha dado». (S.S. Francisco, 31 de mayo de 2013, homilía en misa matutina en capilla de Santa Marta).


Reflexión


Lucas nos cuenta que, cuando nació Jesús en Belén, se apareció un ejército celestial a un grupo de pastores para darles la buena nueva y la gloria del Señor los envolvió con su luz (Lc 2, 9). Y el anciano Simeón, cuando ve entrar a María y a José al templo para presentar el Niño al Señor, lo toma en brazos y lo llama “luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 32).


San Juan, por su parte, nos dice que en Cristo, "estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron" (Jn 1, 4). Y, un poco más adelante: "Él era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció" (Jn 1, 9-10).


Aparece aquí nuevamente el tema de la luz y de las tinieblas, del que hablamos hace dos semanas. San Juan trata repetidamente de esta realidad en su evangelio y en sus cartas. Efectivamente, Cristo mismo se definió "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6); y afirmó que "el que crea en Él, no perecerá, sino tendrá la vida eterna... El que cree en Él, no es juzgado, pero el que no cree en Él ya está juzgado porque no creyó en el nombre del Unigénito Hijo de Dios. Y el juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas" (Jn 3, 16.18-19).


La luz es la fe, el amor y la vida de cara a la verdad. Las tinieblas son la incredulidad, la hipocresía, la mentira, el odio, el no abrir el corazón ni aceptar a Cristo. El mismo Juan resume así todo el objetivo de su evangelio: "Estas cosas (semeia) fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20, 31). Éste es como el núcleo central y el "leitmotiv" de su mensaje.


Pero no basta con que Jesús sea la luz del mundo. Él quiere que también nosotros, cada cristiano, sea también luz del mundo: "Vosotros sois la luz del mundo; vosotros sois la sal de la tierra" (Mt 5, 13-14).


Y enseguida nos explica este apoftegma: "Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada sirve ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres". Está claro que la sal es para salar y para dar sazón a la comida. En nuestra sociedad consumista, la sal es un ingrediente que carece prácticamente de valor porque nos hemos acostumbrado a tenerla. Y, además, es muy fácil conseguirla y cuesta poco. Pero si, por enfermedad o por algún otro motivo, nos vemos privados temporalmente de ella, nos damos cuenta de cuán necesaria es en la vida.


Pero no sólo. Hoy en día contamos con refrigeradores, neveras y conservantes. En el tiempo de Jesús nada de esto existía. La sal era usada también para conservar los alimentos –sobre todo las carnes y el pescado- y era un elemento indispensable para que no se descompusieran.


Cuando el Señor nos dice que los cristianos debemos ser sal de la tierra, nos está diciendo que tenemos que dar sabor y sazón al alimento; pero también que debemos servir como conservantes para que el mundo no se pudra en su pecado y en sus vicios. Tenemos que ser como la levadura en la masa, o como el alma en el cuerpo.


A este propósito, existe un bello texto espiritual de la época de los Padres, llamado "Carta a Diogneto", que habla sobre la misión de los cristianos en el mundo. Dice así:


Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos; ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.


Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte; siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida; y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble.


Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.


Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan esas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se les condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida.


Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, pero abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados con la muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen; y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.


Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros el cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo.


El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos porque se oponen a sus placeres.


El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado del que no les es lícito desertar (Carta a Diogneto, cap. 5-6).


Esto significa ser sal de la tierra. Esto significa ser luz del mundo.


Propósito


Ojalá que cada uno de los cristianos estemos a la altura de esta noble y excelsa misión para que, con nuestro testimonio y nuestra vida santa, hagamos que este mundo viva de un modo más humano y cada día más cerca de Dios.



February 08, 2014 at 11:52PM

11:08 a.m.
compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!". si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. February 07, 2014 at 05:00PM

11:08 a.m.
Brilla como luz en las tinieblas para los de recto corazón; él comprende, es clemente y justo. Le va bien al compasivo y que presta, y lleva sus negocios en conciencia, pues nada logrará perturbarlo: el recuerdo del justo será eterno. No tiene miedo a las malas noticias, pues en su corazón confía en el Señor; su corazón está firme, nada teme, al final, despreciará a sus adversarios. Es generoso en dar a los pobres, su honradez permanece para siempre, su cuerno aumenta en gloria. February 07, 2014 at 05:00PM

11:08 a.m.
Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. February 07, 2014 at 05:00PM

11:08 a.m.
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. February 07, 2014 at 05:00PM

11:07 a.m.
Llenar de luz el mundo, ser sal y luz: así ha descrito el Señor la misión de sus discípulos. Llevar hasta los últimos confines de la tierra la buena nueva del amor de Dios. A eso debemos dedicar nuestras vidas, de una manera o de otra, todos los cristianos. Diré más. Hemos de sentir la ilusión de no permanecer solos, debemos animar a otros a que contribuyan a esa misión divina de llevar el gozo y la paz a los corazones de los hombres. En la medida en que progresáis, atraed a los demás con vosotros, escribe San Gregorio Magno; desead tener compañeros en el camino hacia el Señor. Pero tened presente que, cum dormirent homines, mientras dormían los hombres, vino el sembrador de la cizaña, dice el Señor en una parábola. Los hombres estamos expuestos a dejarnos llevar del sueño del egoísmo, de la superficialidad, desperdigando el corazón en mil experiencias pasajeras, evitando profundizar en el verdadero sentido de las realidades terrenas. ¡Mala cosa ese sueño, que sofoca la dignidad del hombre y le hace esclavo de la tristeza! Es necesario, pues, despertar a quienes hayan podido caer en ese mal sueño: recordarles que la vida no es cosa de juego, sino tesoro divino, que hay que hacer fructificar. Es necesario también enseñar el camino, a quienes tienen buena voluntad y buenos deseos, pero no saben cómo llevarlos a la práctica. Cristo nos urge. Cada uno de vosotros ha de ser no sólo apóstol, sino apóstol de apóstoles, que arrastre a otros, que mueva a los demás para que también ellos den a conocer a Jesucristo. February 07, 2014 at 05:00PM

Hermanos Franciscanos

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