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1:24 a.m.
Bloch-Sermon_On_The_Mount

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             ”Verbum Spei”
     ”Palabra de Esperanza”
  
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11° Domingo Tiempo Ordinario
El Evangelio de hoy
Lucas 7, 36-8, 3

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: “Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora”.
Entonces Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. El fariseo contestó: “Dímelo, Maestro”. Él le dijo: “Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?” Simón le respondió: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”.
Entonces Jesús le dijo: “Haz juzgado bien”. Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama”. Luego le dijo a la mujer: “Tus pecados te han quedado perdonados”.
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos: “¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?” Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”.
Después de esto, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritu malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.

Reflexión:
El evangelio de hoy nos habla del episodio de la mujer que fue acogida por Jesús durante una comida en casa de Simón, el fariseo. Uno de los aspectos de la novedad que la Buena Nueva de Dios trae es la actitud sorprendente de Jesús hacia las mujeres. Este domingo pudiéramos llamarlo del Amor y del Perdón, o el perdón regalado, Simón el fariseo no fue capaz de apreciar el gesto de aquella mujer llena de amor por Jesús y de arrepentimiento Y Jesús ante el enorme fervor de la mujer perdonó sus pecados. Simón perdió la oportunidad de hacer suya una enseñanza. Su dureza de corazón le impidió ver la misericordia del Señor.
La misericordia divina se abre para iniciar una nueva vida. Tampoco Simón alcanzó a verlo.
Mientras tanto, la mujer pecadora tiene una gran confianza en Jesús. Jesús la acoge con un amor que la transforma y entonces se despierta en ella un amor más grande. Otro amor que la purifica y la resucita, un amor inmenso que ha recibido un perdón inmenso. La palabra de Jesús crea una vida nueva. Cada vez que me confieso pecador, Cristo me dice las mismas palabras, con el mismo amor, con la misma fuerza. La diferencia no está en Jesús sino en mí. El amor es consecuencia del perdón. El perdón es lo primero, no se da a cambio del amor, sino que es pura y simplemente regalado.

Oración:
Señor Jesús, reconozco que soy pecador, te suplico cada día que me perdones, que me libres de toda tentación y que cada día aumentes mi amor y mi fe hacia ti. Amén.

Acción:
Buscaré durante el día, algún hermano y compartiré con hechos de verdad que hoy he meditado en el evangelio, el perdón de Dios.
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          ”Nuntium Verbi Dei”
”Mensaje de la palabra de Dios”
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12:01 a.m.
En aquel tiempo un fariseo le rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando Jesús en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora. Jesús le respondió: Simón, tengo algo que decirte. Él dijo: Di, maestro. Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más? Respondió Simón: Supongo que aquel a quien perdonó más. Él le dijo: Has juzgado bien, y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Y le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados. Los comensales empezaron a decirse para sí: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? Pero Él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado. Vete en paz. Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

Reflexión
1. Los textos bíblicos de hoy exigen una decisión de nosotros, porque nos muestran dos alternativas: la actitud o mentalidad del hombre viejo y del hombre nuevo.

El hombre viejo es el hombre de la ley – lo encontramos en el fariseo del evangelio.
El hombre nuevo u hombre pascual es el hombre del amor – se nos presenta en la pecadora del Evangelio.

2. El hombre viejo es el hombre de la ley.
A partir de la ley de Moisés, los fariseos han inventado un catálogo de prácticas y prohibiciones. Es tan ingenioso que basta con respetarlo para estar en regla con Dios.
No interesa ya que el corazón esté endurecido, ni la fe apagada. Lo único importante son los gestos y ritos. Así la fidelidad a la letra hace olvidar el espíritu de la ley.

En consecuencia, la actitud del fariseo es la de soberbia, de autocomplacencia y de desprecio hacia los demás. Él no necesita a Dios, ni su misericordia ni su justificación. Porque él se cree limpio de todo pecado y se da como justificado por el mérito de sus buenas obras propias. Y así queda ante Dios como pecador que no es perdonado.

3. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con nosotros?
Me parece que quiere llamar nuestra atención sobre un peligro inherente de la vida cristiana: el formalismo, el legalismo, la rutina religiosa.

Es el peligro de toda religión: realizar fiestas y ritos, pero sin cambiar en nada la vida de cada día, sin cambiar en nada la actitud frente a Dios y a los demás.

Así es como el cristianismo muere. El mayor en enemigo de la Iglesia no es el odio, ni la persecución. Al contrario, estas adversidades son un estímulo y una ocasión para renovarnos. Tampoco lo es el pecado, porque todo pecado puede convertirse en una falta bendita, gracias al arrepentimiento y el perdón.

El mayor enemigo del cristianismo es la rutina. Ella se insinúa sin que nos demos cuenta. Es ella la que reseca el corazón y corrompe los mejores anhelos. La rutina nos hace rezar sin respeto, nos hace asistir a misa sin gozo, sin acción de gracias y sin provecho. Nos hace venir a la Iglesia con el corazón cerrado y nos obliga a marcharnos tal como hemos llegado.

4. Sin embargo, creemos que estamos asegurando nuestra salvación yendo a misa todos los domingos. Pero de nada nos servirá el haber asistido a misa, si al salir no ha cambiado nada en nuestro corazón, en nuestra conducta, en nuestras costumbres.

¿Para qué comulgar con el Cuerpo de Cristo y encontrarse en Él con todos sus miembros, nuestros hermanos, si al salir quedamos guardando rencor contra uno de ellos, si no nos amamos un poco más que antes, si no nos sentimos más cerca unos de otros?

5. El hombre nuevo es el hombre del amor. Lo encontramos en la pecadora del Evangelio. Ella se sabe pecadora y se reconoce como tal ente Jesús. Y por su gran amor el Señor le perdona: “Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”.

Vivir el amor, no cumplir la ley, es la característica del hombre nuevo. La ley es la frontera: el amor es el horizonte de la vida cristiana.

San Agustín lo expresa en forma concisa: “¡Ama y haz lo que quieras!” Pues, el que ama, sólo puede querer el bien. El amor le basta. El amor le es todo.

6. Pero, ¿sabemos nosotros realmente amar? Muchas veces creemos amar, y nos hacemos más que amarnos a nosotros mismos. ¿En qué consiste, entonces, el auténtico amor?

Amor, en su esencia, es entregarse al otro y a los otros. Amor, en primer lugar, no es sentir, no es un paso instintivo, sino la decisión de nuestra voluntad de ir hacia los demás y entregarnos a ellos.

El amor es un camino con dirección única: parte siempre de mí para ir a los demás. Cada vez que tomo en posesión algo o a alguien para mí, dejo de amar, pues dejo de dar. Camino a contramano

Más ama, quien más se da. Si queremos amar sin límites, hemos de estar dispuestos a dar nuestra vida, a favor del otro y de los otros. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”, nos dice Jesús en sus despedidas (Jn 15, 13)

7. Queridos hermanos, si queremos ser perdonados, ahora y al final de nuestra vida, tenemos que amar. Pidamos por eso, a Jesucristo, que encienda en nuestro corazón este fuego del amor que hace auténtico y grande nuestra existencia – igual que la suya.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

Comentarios al autor

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11:15 a.m.
Entonces Natán dijo a David: "¡Ese hombre eres tú! Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y puse a sus mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera poco, añadiría otro tanto y aún más. ¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita. David dijo a Natán: "¡He pecado contra el Señor!". Natán le respondió: "El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás.

11:15 a.m.
¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: “Confesaré mis faltas al Señor”. ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! Tú eres mi refugio, tú me libras de los peligros y me colmas con la alegría de la salvación. ¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón!

11:15 a.m.
Pero como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, hemos creído en él, para ser justificados por la fe Cristo y no por las obras de la Ley: en efecto, nadie será justificado en virtud de las obras de la Ley. Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de la Ley, Cristo ha muerto inútilmente.

11:15 a.m.
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!". Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro!", respondió él. "Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?". Simón contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien". Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor". Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados". Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?". Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz". Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.

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