Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: «Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga».
Oración introductoria
Señor, hoy vengo a recibir tu Palabra, que es una pequeña semilla. Pero quiero que me hables claro sobre lo que necesito. No quiero, por mi parte, cerrar el corazón a esta pequeña semilla, sino recibirla con alegría. Para esto te pido fe, que me lleve a reconocer en tu semilla mi salvación y me permita acogerla. Necesito también confianza, para que tu semilla, Dios mío, crezca. Y por último pido amor, ese amor que hace fructificar en mi vida el ciento por uno. Así sea.
Petición
Señor, hazme dócil a tu Palabra; que te escuche con atención. Dame la "tierra buena", de la que tú hablas en el Evangelio, Señor. Que no sea sordo a tu voz.
Meditación del Papa
Señor arroja con abundancia y gratuidad la semilla de la Palabra de Dios, aun sabiendo que podrá encontrar una tierra inadecuada, que no le permitirá madurar a causa de la aridez, y que apagará su fuerza vital ahogándola entre zarzas. Con todo, el sembrador no se desalienta porque sabe que parte de esta semilla está destinada a caer en "tierra buena", es decir, en corazones ardientes y capaces de acoger la Palabra con disponibilidad, para hacerla madurar en la perseverancia, de modo que dé fruto con generosidad para bien de muchos.
La imagen de la tierra puede evocar la realidad más o menos buena de la familia; el ambiente con frecuencia árido y duro del trabajo; los días de sufrimiento y de lágrimas. La tierra es, sobre todo, el corazón de cada hombre, en particular de los jóvenes, a los que os dirigís en vuestro servicio de escucha y acompañamiento: un corazón a menudo confundido y desorientado, pero capaz de contener en sí energías inimaginables de entrega; dispuesto a abrirse en las yemas de una vida entregada por amor a Jesús, capaz de seguirlo con la totalidad y la certeza que brota de haber encontrado el mayor tesoro de la existencia. Quien siembra en el corazón del hombre es siempre y sólo el Señor, (Benedicto XVI, 21 de julio de 2009).
Reflexión
Cristo se pone a la orilla del lago de nuestra vida y quiere entrar con su barca, no como extraño, sino como amigo que trae la paz. Y ¿de qué forma? Por su palabra y su presencia. En esto hay una relación muy estrecha entre la lectura y el Evangelio. Así como Dios dio alimento a los israelitas en el desierto, también Cristo quiere darse como alimento a nuestras almas. Él quiere que nos demos cuenta de las dos únicas fuentes de vida: su Palabra en el Evangelio y su cuerpo en la Eucaristía. Todo el evangelio se centra en nuestro primero alimento vital, que es ésta semilla lanzada a tu alma en particular. Pero el sembrador es el protagonista de la escena y no nuestro pobre terreno, con sus espinas y piedras, porque si miramos bien, no podemos trabajar la tierra sin la ayuda de Dios. Si nos creemos el centro de la escena, estaremos equivocados; pero si entendemos nuestro papel de colaboración con la obra de Dios, entonces hemos atinado en nuestra relación con Él.
Ahora bien, es bonito percibir el amor de Dios que lanza con cariño las semillas, y sentimos vergüenza de la aspereza con que recibimos su Palabra en el Evangelio, sin mejorar nuestra vida. Entonces ¿qué podemos hacer? Primero, analizar el grado de sintonía entre lo que yo quiero y lo que Dios quiere. Después, aceptar o no su voluntad, pero nunca estar indecisos porque nos mueve a la desesperación, y por último, llevar a cabo la Palabra de Dios en el día, esto es, vivirlos dos mandamientos de Dios: Amarlo a Él y al prójimo como a nosotros mismos. Vivir de cara a Dios, hablándole en la oración como amigo, esposo y Señor, respetando su cuerpo en la Eucaristía. Y al prójimo, preocupándonos por todo el que está a nuestro lado, prestando atención al que me habla, demostrando cariño a todos. Así Dios podrá producir el “ciento por uno” en nuestras almas.
Propósito
Trataré con respeto y cariño a todos los que vengan hablarme como si lo hiciera al mismo Cristo, Nuestro Señor.
Diálogo con Cristo
Señor, hoy me has hablado claro, sé que solo con escucharte y recibirte en la Eucaristía no pereceré en este desierto que es el mundo. También me has mostrado mi ingratitud para contigo, especialmente cuando no hago fructificar tus semillas: aquellas gracias y oportunidades para crecer en el amor y en la paciencia, porque he cerrado mi corazón. Pero ahora te pido de rodillas, que ya no dejes pasar mis días sin amarte, viendo en todo tu mano de Padre, y rezando con el corazón y no con la boca. Amaré a todos los que vea hoy como si fuese mi último día en la tierra, con amor y con cariño. Jesús, que nunca deje de te amar. Amén.
Como Jesús fue el anunciador del amor de Dios Padre, también nosotros lo debemos ser de la caridad de Cristo: somos mensajeros de su resurrección, de su victoria sobre el mal y sobre la muerte, portadores de su amor divino. (Benedicto XVI, 5 de abril de 2010).
Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte». Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Oración Introductoria
"Corazón de Jesús traspasado de amor por mí, haz mi corazón semejante al tuyo". Abre, Señor, mi entendimiento para recibir tus palabras y hacerlas fructificar en mi vida. Renueva mis oídos del alma para escuchar tu mensaje, y concede a mi voluntad la fortaleza y decisión para cumplir tus designios de amor. Aumenta mi fe para verte en la oración; aumenta mi esperanza para entusiasmarme con el día en que pueda gozar eternamente de ti en el cielo y amarte sin fin.
Petición
Jesús, Señor de Misericordia, ayúdame a incrementar mi familiaridad contigo por la fe, de tal modo que te conozca cada vez más; y conociéndote, te ame más; y amándote, te imite más; e imitándote te siga y me entregue todo a ti sin reservas.
Meditación
"Quien acoge a Cristo en la intimidad de su casa se sacia con las alegrías más grandes". El Señor Jesús fue su gran atractivo, el tema principal de su reflexión y de su predicación, y sobre todo el término de un amor vivo e íntimo. Sin duda, el amor a Jesús vale para todos los cristianos, pero adquiere un significado singular para el sacerdote célibe y para quien ha respondido a la vocación a la vida consagrada: sólo y siempre en Cristo se encuentra la fuente y el modelo para repetir a diario el "sí" a la voluntad de Dios. "¿Qué lazos tenía Cristo?", se preguntaba san Ambrosio, que con intensidad sorprendente predicó y cultivó la virginidad en la Iglesia, promoviendo también la dignidad de la mujer. A esa pregunta respondía: "No tiene lazos de cuerda, sino vínculos de amor y afecto del alma". Y, precisamente en un célebre sermón a las vírgenes, dijo: "Cristo es todo para nosotros. Si tú quieres curar tus heridas, él es médico; si estás ardiendo de fiebre, él es fuente refrescante; si estás oprimido por la iniquidad, él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es vigor; si temes la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si huyes de las tinieblas, él es la luz; si buscas comida, él es alimento". (Benedicto XVI, 2 de junio de 2012).
Reflexión
En esta meditación no nos detendremos a elucubrar pensamientos sobre si Jesús tuvo hermanos o no, porque somos conscientes de que la palabra -hermano- y se usaba para designar a un rango muy amplio de familiares, parientes y cercanos. La virginidad de María, por gracia y designio de Dios, estuvo siempre intacta y San José fue siempre, con palabras del Evangelio, un justo y santo varón, el casto esposo de María.
Lo más importante es comprender que las palabras de Jesús no fueron ningún desaire para su Madre la Virgen Santísima. A primera vista puede parecer un rechazo o un desprecio hacia María. Pero hay que advertir que se trata de uno de los halagos y piropos más bellos a la Virgen María. El Señor les dice que la que le busca fuera del recinto no es sólo quien lo ha engendrado, sino quien más se ha destacado por cumplir la Voluntad de Dios. Es como darse cuenta de que no hay que reducir a su madre como a un simple hecho biológico, sino que Ella es el ser más excelso de la creación, la mujer que mejor ha obedecido a Dios reflejándolo en su incondicional "fiat", "hágase". De este modo, cualquiera que pretenda ser madre, hermano o hermana de Jesús, tiene que serlo primero por el fiel cumplimiento de la Voluntad de su Padre que está en los cielos.
Cristo quiere que seamos sus verdaderos hermanos o madres de Él, pero distinguiéndonos principalmente por nuestra docilidad al Padre. Todos deseamos tener el beneplácito del Señor, que Él nos mire y nos diga que nos conoce porque cumplimos la voluntad de Dios. ¿Dónde encontramos su voluntad? En nuestro deber diario según nuestra condición de vida, en los mandamientos, en hacer el bien, en transmitirlo a los demás, en vivir de cara a Dios.
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María, antes de concebir a Dios en su seno, lo concibió en la fe. Dicen los santos padres que Cristo elogia a su Santísima Madre en este pasaje, para elevarla más aún sobre todo parentesco meramente humano a la maternidad espiritual. Todos estamos llamados a ser cercanos a Jesús, familiares, parientes, pero sobre todo hermanos porque con el bautismo hemos sido recibidos en adopción divina y Él nos ha rescatado con su muerte para hacernos hermanos.
María es una persona muy importante en la misión de Cristo, y en Ella, nosotros estamos llamados a ser piezas clave para la continuación de la misión de Cristo en el mundo. Por este motivo, no podemos ser extraños o ajenos al Señor, pues no nos sentiríamos interpelados con el encargo, por ejemplo, de ir y proclamar el Evangelio a todas las naciones. Hay que conocer, amar a Cristo como un hermano, hermana o madre. Sólo desde el amor los lazos humano-divinos se fortalecen.
Propósito
Rezaré un misterio del rosario para pedir a María que me enseñe a valorar a Cristo y a descubrirlo en los demás, de modo que vea a las personas como hermanos a quienes puedo ayudar.
Diálogo con Cristo
Padre Santo, tú que te manifestaste en Cristo para que nos reconociéramos como hermanos, hijos tuyos, concédeme la gracia de comprender que el mejor modo de comportarnos como miembros de esta familia santa es cumpliendo tu voluntad. Ilumina mi mente para descubrir lo que quieres de mí y para ver el camino que debo seguir para encontrarte a ti. Mira mi debilidad, mis rencores, desánimos, errores y pecados, y bórralos con el fuego de tu amor para que sea un digno miembro de tu Iglesia.
«Toda la pedagogía de la liturgia cuaresmal concreta este imperativo fundamental. Seguir a Cristo significa, ante todo, ponernos a la escucha de su palabra. La participación en la liturgia dominical, semana tras semana, es necesaria para todo cristiano precisamente para entrar en una verdadera familiaridad con la palabra divina: el hombre no sólo vive de pan, o de dinero, o de la carrera; vive de la palabra de Dios, que nos corrige, nos renueva y nos muestra los verdaderos valores fundamentales del mundo y de la sociedad.» Joseph Ratzinger, 26 de marzo de 2005