“Jesús se levantó de la cena, se quitó sus vestidura y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego, puso agua en un lebrillo y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.” (Jn 13, 4 5) Se lee en el Génesis: “Voy a traer un poco de agua para que os lavéis los pies; y descanséis debajo del árbol. Traeré un bocado de pan para que recobréis fuerzas” (Gen 18, 4 5). Lo que Abraham hizo a los tres ángeles, Cristo lo hizo a sus santos apóstoles, mensajeros de la verdad, que habrían predicado en todo el mundo la fe en la santa Trinidad. Se inclinó ante sus pies como un esclavo y, así encorvado, les lavó los pies. ¡Oh incomprensible humildad! ¡Oh inefable dignación! Aquel que en el cielo es adorado por los ángeles, se inclina a los pies de los pescadores. Aquella cabeza que hace temblar a los ángeles, se encorva ante los pies de los pobres. Por esto Pedro se asustó… Después de haberles lavado los pies, los hizo descansar bajo el árbol, que era El mismo. “Me senté a la sombra de aquel a quien tanto deseaba; y sus frutos o sea, su cuerpo y su sangre son dulces a mi paladar” (Cant 2, 3). Este es el bocado de pan, que puso delante de ellos y con el cual corroboró sus corazones, para soportar las fatigas. Así dice Isaías: “El Señor de los ejércitos preparará en este monte un banquete de manjares suculentos y un banquete de vinos refinados, de manjares exquisitos y de vinos purificados” (Is 25, 6)… Es lo que hace hoy la iglesia universal, para la cual Cristo preparó hoy en el monte Sión un banquete espléndido y suntuoso, con una doble riqueza: interior y exterior, y abundante. Les dio su verdadero cuerpo, rico en todo poder espiritual y alimentado con la caridad interior y exterior; y mandó que fuera dado también a los que creerían en El. April 15, 2014 at 05:00PM
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