Ártículos Más Recientes

10:47 a.m.


Al cabo de cuarenta días, Noé abrió la ventana que había hecho en el arca, y soltó un cuervo, el cual revoloteó, yendo y viniendo hasta que la tierra estuvo seca. Después soltó una paloma, para ver si las aguas ya habían bajado. Pero la paloma no pudo encontrar un lugar donde apoyarse, y regresó al arca porque el agua aún cubría toda la tierra. Noé extendió su mano, la tomó y la introdujo con él en el arca. Luego esperó siete días más, y volvió a soltar la paloma fuera del arca. Esta regresó al atardecer, trayendo en su pico una rama verde de olivo. Así supo Noé que las aguas habían terminado de bajar. Esperó otros siete días y la soltó nuevamente. Pero esta vez la paloma no volvió. La tierra comenzó a secarse en el año seiscientos uno de la vida de Noé, el primer día del mes. Noé retiró el techo del arca, y vio que la tierra se estaba secando. Luego Noé levantó un altar al Señor, y tomando animales puros y pájaros puros de todas clases, ofreció holocaustos sobre el altar. Cuando el Señor aspiró el aroma agradable, se dijo a sí mismo: "Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque los designios del corazón humano son malos desde su juventud; ni tampoco volveré a castigar a todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo. De ahora en adelante, mientras dure la tierra, no cesarán la siembra y la cosecha, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche".

10:47 a.m.


¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor en presencia de todo su pueblo. ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo. en los atrios de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. ¡Aleluya!

10:47 a.m.


Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: "¿Ves algo?". El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: "Veo hombres, como si fueran árboles que caminan". Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Ni siquiera entres en el pueblo".

10:47 a.m.


    La impresión que causa contemplar la inmensidad del mar es la que experimento cuando, desde las alturas de las palabras del Señor, como desde la cima de una montaña, contemplo su abismo infinito. (...) Mi alma experimenta vértigo ante esta palabra del Señor: “Dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios.” (Mt 5,8) Dios se ofrece a la mirada de los que tienen el corazón puro. Ahora bien, “nadie ha visto nunca a Dios.” (Jn 1,18) dice San Juan. Y San Pablo confirma esta idea hablando de aquel que “nadie entre los hombres no lo ha visto ni lo verá jamás.” (1Tim 6,16) Dios es la roca abrupta y tallada que no da lugar a que podamos imaginarlo. Moisés lo llama el “inaccesible”...;  “Nadie puede ver al Señor y seguir con vida.” (Ex 33,20) Pero qué es esto? La vida eterna es la visión de Dios y los pilares de la fe nos aseguran que esto es imposible? ¡Qué abismo! (...) Si Dios es la vida, aquel que no le ve tampoco ve la vida. (...)     Ahora bien, el Señor estimula esta esperanza. ¿No dio la prueba de ello a Pedro? Debajo de los pies del apóstol, a punto de ahogarse, el Señor pone firmeza y afianza sus pies. (cf Mt 4,30) ¿La mano del Verbo se extenderá también sobre nosotros que estamos sumergidos en estos abismos, nos sostendrá? Entonces nos veremos afianzados porque firmemente dirigidos por la mano del Verbo.     “Dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios.” Esta promesa sobrepasa nuestras alegrías más grandes. Después de esta felicidad ¿qué podremos desear todavía? (...) El que ve a Dios posee en esta visión todos los bienes imaginables: una vida sin fin, una incorruptibilidad perpetua, un gozo inacabable, un poder invencible, delicias eternas, una luz verdadera, las dulces palabras del Espíritu, una gloria incomparable, una alegría ininterrumpida, todos los bienes juntos. ¡Qué bienes tan grandes y hermosos nos ofrece esta bienaventuranza!

Hermanos Franciscanos

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