Ártículos Más Recientes

10:44 a.m.


Queridos hermanos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo. El que niega al Hijo no está unido al Padre; el que reconoce al Hijo también está unido al Padre. En cuanto a ustedes, permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio: de esa manera, permanecerán también en el Hijo y en el Padre. La promesa que él nos hizo es esta: la Vida eterna. Esto es lo que quería escribirles acerca de los que intentan engañarlos. Pero la unción que recibieron de él permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Y ya que esa unción los instruye en todo y ella es verdadera y no miente, permanezcan en él, como ella les ha enseñado. Sí, permanezcan en él, hijos míos, para que cuando él se manifieste, tengamos plena confianza, y no sintamos vergüenza ante él en el Día de su Venida.

10:44 a.m.


Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos.

10:44 a.m.


Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?". El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías". "¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?". Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?". "Tampoco", respondió. Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?". Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tu no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?". Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

10:44 a.m.


“En el desierto, una voz que grita: ¡preparad el camino del Señor!” Hermanos, antes que nada nos conviene reflexionar sobre la gracia de la soledad, sobre la beatitud del desierto que, desde el principio de la era de la salvación, ha merecido ser el descanso de los santos. Ciertamente, el desierto, por la voz de Juan que predicaba en él y daba el bautismo de penitencia, ha sido santificado para nosotros. Con anterioridad a él, ya los más grandes profetas habían sido amigos de la soledad del desierto, en tanto que auxiliador del Espíritu. De todas formas, una gracia de santificación incomparablemente más excelente fue este lugar cuando llegó a él Jesús y sucedió a Juan. Cuando fue el momento, Jesús, antes de predicar a los penitentes, creyó necesario preparar un lugar para recibirlos; se fue al desierto durante cuarenta días para dedicarse a una vida nueva en ese lugar renovado… y ello, menos para él mismo que para los que, después de él, habitarían el desierto.      Si pues, tú has escogido el desierto, permanece en él y aguarda allí al que te salvará de la pusilanimidad de espíritu y de la tempestad… Aún más maravillosamente que a la multitud que le siguió hasta allí (Lc 4,42), el Señor te saciará a ti que le has seguido… En el momento en que creerás que te ha abandonado ya hace mucho tiempo, es entonces que, no olvidándose de su bondad vendrá a consolarte y te dirá: “Me he acordado de ti, movido de compasión, porque recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto”(Jr 2,2). El Señor hará de tu desierto un paraíso de delicias; y tú proclamarás, (como el profeta) que le ha sido dada la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y de Sarón (Is 35,2)… Entonces de tu alma rebosante brotará tu himno de alabanza: “¡Que el Señor sea glorificado por sus maravillas para con los hijos de los hombres! Ha saciado al alma ansiosa y colmado al alma hambrienta.”

Hermanos Franciscanos

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