Rezo de Laudes y Misa Coral del Cabildo, 4 de diciembre de 2025, 8:30 h.
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La memoria de poder y abuso de poder es el nuevo libro escrito por la profesora de historia Franziska Metzger, el teólogo Paul Oberholzer y el P. Hans Zollner, sacerdote jesuita y experto en la lucha contra el abuso sexual en la Iglesia, en el que ilustran cómo el uso del poder puede también conducir a un abuso de la memoria.
El P. Zollner reveló en conversación con ACI Prensa la razón por la que los coautores decidieron escribir este libro: descubrir que a la Iglesia Católica “le resulta difícil recordarse a sí misma y recordar a los demás el abuso de poder infligido por miembros del clero a muchas víctimas de violencia sexual y de otros tipos”.
En la obra se expone cómo aquellos que disponen de poder pueden también “borrar los puntos oscuros de la conciencia pública mediante una política de la memoria”. El libro cuenta además con la opinión de profesionales de diversas disciplinas, ya que “el poder, el abuso y la memoria son fenómenos complejos que deben examinarse desde distintas perspectivas”, afirma el sacerdote alemán.
Para el P. Zollner, una cultura de la memoria adecuada “resulta en un compromiso creíble con la transparencia, la rendición de cuentas y la justicia restaurativa”. Para ello, afirma, es necesario “crear espacios seguros para que los supervivientes puedan contar sus historias sin temor a re-traumatización, vergüenza o incluso represalias, y hacerlo de una manera que se adecue a ellos”.
También citó los “factores sistémicos” que han contribuido al abuso, como “el clericalismo y la priorización del prestigio institucional por encima del bienestar de los niños, jóvenes y otras personas vulnerables”. “Al reconocer honestamente el pasado —añade— y tomar medidas concretas para prevenir futuros abusos, la Iglesia puede comenzar a reconstruir la confianza y crear una cultura de sanación”.
Respecto a los abusos sexuales y el encubrimiento de estos crímenes por parte de las autoridades eclesiales, el que fuera miembro de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores remarcó que las dinámicas de poder existentes hasta ese momento habían creado un entorno “en el que las víctimas de abuso a menudo se sentían silenciadas, sus experiencias desestimadas o activamente suprimidas”.
Así, el poder institucional de la Iglesia “se utilizó para moldear la narrativa sobre el abuso”, explica el P. Zollner. A su vez, lamenta que esta dinámica se priorizó “con demasiada frecuencia por encima del cuidado de las víctimas”.
“La resistencia de la Iglesia a asumir una responsabilidad integral ha obstaculizado cualquier proceso de memoria real” explica. Asimismo, precisa que “aunque algunas diócesis han tomado medidas para reconocer el abuso y pedir perdón a los supervivientes, muchas han resistido los llamados a la transparencia y la reparación”.
La aparición de los testimonios de los supervivientes ha forzado, según el sacerdote jesuita, “un ajuste de cuentas con el pasado y ha revelado la magnitud del abuso y la complicidad de la Iglesia”, lo que ha derivado en una creciente demanda de conmemorar adecuadamente el sufrimiento.
“Cada vez más de los afectados han comenzado a crear sus propios espacios de memoria, a contar sus historias en libros, entrevistas o mediante imágenes, poemas o pinturas, y a exigir justicia. Este proceso es importante para la sanación y para garantizar que el pasado no se repita”, afirmó.
Al examinar estos abusos desde la perspectiva de la dimensión de la memoria, el P. Zollner precisa que deben “hacerse visibles tanto las historias y narraciones individuales como las formas de narrar, los modos y los espacios de recuerdo en una sociedad, en partes de ella, en comunidades y por parte de distintos agentes”.
En el libro se abordan estas cuestiones con una perspectiva transdisciplinar amplia sobre el poder y la memoria de los abusos de poder en sociedades pasadas y presentes, “con el objetivo de desarrollar enfoques metodológicos fructíferos y esquemas de análisis”.
En consecuencia, los conceptos y líneas de pensamiento de la filosofía y la teoría de la historia, “la didáctica de la historia, la historia religiosa, la teología y la antropología se ponen en relación con perspectivas y enfoques metodológicos del campo de los Memory Studies”.
El P. Zollner remarca que los actos de memoria desempeñan un papel importante en la transformación fundamental de actitudes y mentalidades, “las cuales cambian por algo más que apelaciones cognitivas u órdenes autoritarias”.
Esto, según el coautor, “facilitaría reconocer los desafíos a los que se enfrentan los afectados y ofrecería una imagen más clara de cómo deben ser los esfuerzos continuos para lograr una mayor justicia y una sanación más profunda”.
“Conocer el propio pasado ayuda a ser más coherente, más eficaz en la misión y más creíble en el testimonio”, destacó.
El sacerdote remarca que la Iglesia tiene “una implicación histórica y prolongada” en instituciones educativas, académicas, sociales y sanitarias, y reiteró que la protección de menores y adultos vulnerables “no es un asunto exclusivo de unos pocos especialistas; es responsabilidad de cada persona y, ciertamente, de todo cristiano, no solo de los líderes de la Iglesia, sino de todos los discípulos de Cristo”.
“Si bien no es posible erradicar por completo el abuso de menores, sí se puede hacer mucho para crear una cultura de espacios, prácticas y relaciones seguras en la Iglesia. Esto no es una opción; es una responsabilidad derivada de nuestro pasado y es, hoy más que nunca, una parte integral de la misión que el Señor ha confiado a la Iglesia, y es su responsabilidad cumplirla”, concluyó.
El Papa pronuncia su discurso / Crédito: Vatican MediaEn su segundo día en Turquía, el Papa León XIV ha dado una caricia a quienes atienden a la minúscula comunidad católica. Hasta la catedral del Espíritu de Estambul, se trasladaron obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, y catequistas para escucharle.
Ante ellos, León XIV aseguró que la “historia que nos antecede no es simplemente para recordar y después archivar en un pasado glorioso, mientras observamos resignados cómo la Iglesia católica se ha reducido numéricamente”.
Hasta 1915, al inicio de la I Guerra Mundial y del derrumbe del imperio otomano, el 35% de la población de Turquía era cristiana. Sin embargo, hoy los católicos se han reducido al 0,04%, apenas 33.000 personas, según los datos de la Santa Sede.
Turquía, país puente entre Oriente y Occidente y de profunda tradición islámica, cuenta hoy con una minoría cristiana que ronda los 100.000 fieles, según datos de l'Œuvre d'Orient, en un contexto demográfico dominado por una población de 84 millones de habitantes, mayoritariamente musulmanes suníes.
El Papa dejó claro que el Reino de Dios no se impone “llamando la atención”, sino que se “desarrolla como la más pequeña de todas las semillas plantadas en la tierra”.
“La lógica de la pequeñez es la verdadera fuerza de la Iglesia”, aseveró. “Esta fuerza no reside ni en sus recursos ni en sus estructuras, ni los frutos de su misión derivan del consenso numérico, de la potencia económica o de la relevancia social. La Iglesia, al contrario, vive de la luz del Cordero y, reunida en torno a Él, es impulsada por el poder del Espíritu Santo en los caminos del mundo”, especificó.
Del mismo modo, les invitó a “dar testimonio del Evangelio con alegría y mirar hacia el futuro con esperanza”. El Papa puso en valor como uno de los “signos prometedores más hermosos”, los muchos jóvenes que tocan a las puertas de la Iglesia católica.
Al mismo tiempo, les pidió un "compromiso especial con la inculturación” para que “la lengua, los usos y las costumbres de Turquía “se conviertan cada vez más en los suyos”.
El Papa recordó que en Turquía planta sus raíces el “cristianismo naciente” y “se escriben las páginas de numerosos Concilios”. Esta tierra es, de hecho, el territorio donde se celebraron los primeros ocho concilios, a partir del primero en Nicea, del que se cumplen 1.700 años y que es uno de los principales motivos de su visita.
León XIV recordó que este primer concilio ecuménico celebrado en el año 325 es “cimiento en el camino de la Iglesia y de la humanidad entera”.
Durante el encuentro de oración que presidió, el Papa León XIV entonó junto al coro el Padrenuestro en latín un gesto que conmovió profundamente a la exigua comunidad católica. El Pontífice también cantó el Aleluya, en un clima de intensa oración que marcó uno de los momentos más significativos de su visita.
El primer desafío que el Papa planteó a los católicos turcos fue el de custodiar lo esencial de la fe. Subrayó que la unidad lograda en torno al Credo niceno no es una mera fórmula doctrinal, sino una invitación a buscar “la unidad y la esencialidad de la fe cristiana en torno a la centralidad de Cristo y a la Tradición de la Iglesia”.
En este sentido, el Santo Padre llamó a cada creyente a confrontarse personalmente con la cuestión fundamental del cristianismo: “Nicea nos invita, aún hoy, a reflexionar sobre esto: ¿quién es Jesús para nosotros?, ¿qué significa, en su núcleo esencial, ser cristianos?”.
Un segundo desafío señalado por el Papa fue el de redescubrir en Cristo el verdadero rostro del Padre. En este sentido alertó sobre una tendencia espiritual que tildó como un “regreso del arrianismo” porque se contempla a Jesús únicamente como un maestro o un profeta admirable, pero sin reconocer su divinidad: “Su ser Dios, Señor de la historia, viene de esta manera oscurecido y nos limitamos a considerarlo un personaje histórico (…) pero nada más”, lamentó.
Frente a ello, reafirmó: “Cristo Jesús no es un personaje del pasado, es el Hijo de Dios presente entre nosotros que guía la historia hacia el futuro que Dios nos ha prometido”.
El tercer punto del discurso estuvo dedicado a la articulación entre tradición y actualización de la doctrina. León XIV describió cómo el Credo de Nicea fue profundizado pocas décadas después en el Concilio de Constantinopla, dando lugar al Símbolo Niceno-Constantinopolitano, rezado hoy en las misas dominicales.
El Papa llamó a seguir el ejemplo de los padres conciliares de Nicea que adaptaron los “lenguajes y categorías” del contexto en el que vivían, pero instó a distinguir “el núcleo de la fe” de las fórmulas y formas históricas que lo expresan, las cuales siempre “son parciales y provisorias, y pueden cambiar a medida que profundizamos en la doctrina”.
Recordó además la enseñanza del nuevo Doctor de la Iglesia, San John Henry Newman, sobre el desarrollo doctrinal: “No es una idea abstracta y estática, sino que refleja el misterio mismo de Cristo”.
El Papa también constató en su discurso que en Turquía conviven distintas comunidades cristianas de rito oriental, como armenios, sirios y caldeos, así como las de rito latino. El Patriarcado Ecuménico, que dirige Bartolomé I, reconoció “sigue siendo un punto de referencia tanto para sus fieles griegos como para los que pertenecen a otras denominaciones ortodoxas”.
Después de visitar un hospital para ancianos, el Papa viajará a Iznik para cumplir la misión principal de su viaje: orar junto al Patriarca Ecuménico, líder espiritual de los 300 millones de cristianos ortodoxos del mundo.
null / San Juan Berchmans, 26 de noviembre / ACI PrensaCada 26 de noviembre, la Compañía de Jesús celebra a San Juan Berchmans, santo jesuita de origen flamenco nacido en 1599, fallecido a los 20 años cuando era seminarista. La Iglesia universal celebra su fiesta el 13 de agosto.
Juan Berchmans (1599-1621) forma parte, junto con San Estanislao Kostka (1550-1568) y San Luis Gonzaga (1568-1591), del grupo de jóvenes santos que influenció de manera determinante en lo que se conoce como “espiritualidad jesuítica juvenil”.
Juan nació en Diest, Ducado de Brabante (Bélgica), el 13 de marzo de 1599, en el seno de una familia sencilla. Su padre trabajaba como zapatero y su madre se dedicaba a los quehaceres del hogar en la medida en que las fuerzas se lo permitían, dado que tenía una salud muy precaria. El pequeño Juan se encargaba, en consecuencia, de cuidar a sus hermanos menores y de ayudar a su mamá. A los 10 años consiguió su primer empleo, gracias a la ayuda de un sacerdote amigo. Con el dinero que ganaba contribuía a aligerar los gastos familiares.
Más adelante Juan se trasladó a Malinas, Flandes, donde encontró trabajo como preceptor de niños, empleado por un canónigo. Pronto se abriría en la ciudad un colegio jesuita, lo que entusiasmó muchísimo al joven preceptor. Decidido, Berchmans se presentó a la recién fundada institución y logró ser aceptado como estudiante.
En la escuela, Juan quedó impresionado con la espiritualidad jesuita y empezó a considerar la posibilidad de hacerse “un hijo de San Ignacio”. Sus maestros lo veían con aprecio porque se desempeñaba muy bien académicamente y era querido por sus compañeros. Aunque a su padre no le agradó mucho la idea de que su hijo se hiciera jesuita -al inicio se opuso rotundamente a tal consideración- le impresionó su determinación y terminó asintiendo a su decisión.
Estando en el noviciado de la Compañía, Juan recibió la noticia de que su madre estaba agonizando. Lamentablemente, aunque lo quiso de corazón, no pudo regresar e ir a verla. Una hermosa carta, llena de consuelo espiritual, llegó entonces a manos de su padre. Era Juan, expresando de manera notable su esperanza en medio de las dolorosas circunstancias y la seguridad que tenía en las promesas de Dios. Aquella carta fue de gran consuelo para su padre y una confirmación de que la vocación de su hijo iba muy en serio.
En 1618, Juan Berchmans fue enviado al Colegio Romano de los jesuitas, en la Ciudad Eterna, Roma. Allí volvió a destacar por su amor al estudio y compañerismo. Poseía una habilidad especial para los idiomas y llegó a dominar el inglés, el francés, el alemán, el flamenco, el italiano, el latín y el griego.
En el seminario a Juan lo llamaban “El Hermano Alegre”, porque casi todo el tiempo estaba con la sonrisa en el rostro; era amable, jovial y atento con todos. No eran pocos los que decían que les bastaba su presencia para ponerse contentos. Al mismo tiempo, Juan resultaba ejemplar en los asuntos más difíciles de la vida en común. Era de esos chicos capaces de admitir con humildad sus errores o sus incomodidades: más de una vez reconoció que a veces le costaba vivir con personas tan distintas a él, pero que no estaba dispuesto a hacer de eso un impedimento.
Cuanto bien le brotaba del corazón, Juan lo atribuía a la Madre de Dios. Tenía una tierna devoción por Ella. Estaba convencido de la centralidad que María tiene en la salvación de cada persona. Juan solía decir con un finísimo sentido del humor: “Si logro amar a María, tengo segura mi salvación; perseveraré en la vida religiosa, alcanzaré cuanto quisiere; en una palabra, seré todopoderoso”.
Aquellas palabras no eran ni remotamente un exceso verbal. Nacían de lo profundo del corazón de Juan, inmensamente agradecido con la Virgen. Era su forma de parafrasear a San Agustín en su “Ama y haz lo que quieras”. Así, con el corazón encendido Juan se repetía todos los días: “Quiero amar a María”; y le haría una solemne promesa a Nuestra Madre: “Afirmar y defender dondequiera la Inmaculada Concepción de la Virgen María”.
De pronto, un día, terminado uno de los certámenes que se organizaban en el seminario, Juan tuvo que ser ingresado a la enfermería por unos dolores de cabeza. Su superior ya se había percatado meses antes de cierto decaimiento o cansancio crónico, pero como muchos otros en el seminario, no lo había tomado como un signo demasiado grave. Berchmans era de los que más se esforzaban, siempre atento a servir y cumplir con sus deberes.
Su salud siguió de manera inestable, hasta que bruscamente se puso muy mal. Berchmans partió a la Casa del Padre el 13 de agosto de 1621, en palabras de sus amigos, como consecuencia de un “total agotamiento”. Es muy probable que su muerte haya sido consecuencia de alguna afección pulmonar o enfermedad infecciosa.
Al morir, Juan Berchmans tenía solo 20 años. Fue beatificado en 1865 por el Beato Pío IX y canonizado en 1888 por el Papa León XIII.
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Si deseas saber más sobre San Juan Berchmans, puedes leer este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Juan_Berchmans.