
Pero ahora nos rechazaste y humillaste: dejaste de salir con nuestro ejército, nos hiciste retroceder ante el enemigo y nuestros adversarios nos saquearon. Nos expusiste a la burla de nuestros vecinos, a la risa y al escarnio de los que nos rodean; hiciste proverbial nuestra desgracia y los pueblos nos hacen gestos de sarcasmo. ¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes? ¡Levántate, no nos rechaces para siempre! ¿Por qué ocultas tu rostro y te olvidas de nuestra desgracia y opresión?
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