Novenario Virtual por los Difuntos, 6 de diciembre de 2025, 18:00 h.
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null / San Sabas de Capadocia, 5 de diciembre / ACI PrensaComo todos los años, hoy, 5 de diciembre, la Iglesia Católica recuerda la figura de San Sabas de Capadocia, célebre monje de la antigüedad, discípulo de San Eutimio el Grande. La mayor parte de su vida, transcurrida entre los siglos V y VI, residió en Palestina, dedicado a la oración, la meditación, la dirección espiritual y al trabajo manual.
Sabas nació en Cesarea de Capadocia (actual Turquía) en el año 439, en tiempos del Imperio bizantino. Como su padre pertenecía al ejército imperial, fue convocado a salir en campaña y tuvo que dejar a Sabas al cuidado de sus familiares.
Estos, lamentablemente, aprovechando la ausencia del padre, lo repudiaron, por lo que Sabas terminó siendo acogido en un monasterio con sólo ocho años. Allí permaneció hasta que creció y tuvo edad suficiente para ir a Jerusalén en peregrinación, con la intención de aprender el modo de vida de los eremitas de aquella región.
A los 20 años se convirtió en discípulo de San Eutimio -famoso abad y monje del desierto-, y a los 30 ya vivía como un anacoreta, dedicado a la oración en completa soledad. Se dice que pasó cuatro años en el desierto sin hablar con nadie.
En una siguiente etapa, mantuvo el espíritu eremita, pero destinaba parte de su tiempo a ayudar a los más necesitados. Como era costumbre entre los monjes, Sabas hacía trabajo manual: confeccionaba canastas que luego vendía en el mercado para repartir el dinero obtenido entre los más pobres.
Su fama de santidad se extendió por la región y muchos monjes empezaron a visitarlo buscando dirección espiritual. Así, Sabas se convertiría en el maestro de los monjes de lo que se conoce como la Gran Laura de Mar Sabas, monasterio que fundó y que está incrustado en la ladera de una montaña rocosa cerca de Belén, en los alrededores del Mar Muerto.
Los monjes allí habitaban las pequeñas y numerosas cuevas repartidas a lo largo del paisaje en torno a una capilla. El Patriarca de Jerusalén ordenó sacerdote al Abad Sabas y lo puso a cargo de todos los monjes de Tierra Santa.
Con el tiempo, la Gran Laura se convertiría en el prototipo para el desarrollo del monaquismo en Oriente.
El abad Sabas fue enviado a Constantinopla, residencia del emperador, hasta en tres ocasiones, para obtener su protección contra los perseguidores de cristianos o para solicitar su apoyo en medio de las disputas doctrinales en torno a la naturaleza de Cristo, tema que enfrentó a los cristianos durante los primeros siglos. Sabas siempre se mantuvo en los límites de la ortodoxia.
San Sabas murió el 5 de diciembre del año 532, a los 94 años de edad.
La humildad y sabiduría de este santo influenció enormemente en el desarrollo del monacato. Muchos hombres siguieron su ejemplo de desprendimiento de las cosas mundanas y su pasión por los asuntos De Dios.
San Sabas fue el formador de cientos de monjes, a los que guio tras las huellas del Señor. Entre sus discípulos se cuentan cinco santos: San Juan Damasceno -a quien recordamos ayer-, San Afrodisio, San Teófanes de Nicea, San Cosme de Majuma y San Teodoro de Edesa.
La memoria de poder y abuso de poder es el nuevo libro escrito por la profesora de historia Franziska Metzger, el teólogo Paul Oberholzer y el P. Hans Zollner, sacerdote jesuita y experto en la lucha contra el abuso sexual en la Iglesia, en el que ilustran cómo el uso del poder puede también conducir a un abuso de la memoria.
El P. Zollner reveló en conversación con ACI Prensa la razón por la que los coautores decidieron escribir este libro: descubrir que a la Iglesia Católica “le resulta difícil recordarse a sí misma y recordar a los demás el abuso de poder infligido por miembros del clero a muchas víctimas de violencia sexual y de otros tipos”.
En la obra se expone cómo aquellos que disponen de poder pueden también “borrar los puntos oscuros de la conciencia pública mediante una política de la memoria”. El libro cuenta además con la opinión de profesionales de diversas disciplinas, ya que “el poder, el abuso y la memoria son fenómenos complejos que deben examinarse desde distintas perspectivas”, afirma el sacerdote alemán.
Para el P. Zollner, una cultura de la memoria adecuada “resulta en un compromiso creíble con la transparencia, la rendición de cuentas y la justicia restaurativa”. Para ello, afirma, es necesario “crear espacios seguros para que los supervivientes puedan contar sus historias sin temor a re-traumatización, vergüenza o incluso represalias, y hacerlo de una manera que se adecue a ellos”.
También citó los “factores sistémicos” que han contribuido al abuso, como “el clericalismo y la priorización del prestigio institucional por encima del bienestar de los niños, jóvenes y otras personas vulnerables”. “Al reconocer honestamente el pasado —añade— y tomar medidas concretas para prevenir futuros abusos, la Iglesia puede comenzar a reconstruir la confianza y crear una cultura de sanación”.
Respecto a los abusos sexuales y el encubrimiento de estos crímenes por parte de las autoridades eclesiales, el que fuera miembro de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores remarcó que las dinámicas de poder existentes hasta ese momento habían creado un entorno “en el que las víctimas de abuso a menudo se sentían silenciadas, sus experiencias desestimadas o activamente suprimidas”.
Así, el poder institucional de la Iglesia “se utilizó para moldear la narrativa sobre el abuso”, explica el P. Zollner. A su vez, lamenta que esta dinámica se priorizó “con demasiada frecuencia por encima del cuidado de las víctimas”.
“La resistencia de la Iglesia a asumir una responsabilidad integral ha obstaculizado cualquier proceso de memoria real” explica. Asimismo, precisa que “aunque algunas diócesis han tomado medidas para reconocer el abuso y pedir perdón a los supervivientes, muchas han resistido los llamados a la transparencia y la reparación”.
La aparición de los testimonios de los supervivientes ha forzado, según el sacerdote jesuita, “un ajuste de cuentas con el pasado y ha revelado la magnitud del abuso y la complicidad de la Iglesia”, lo que ha derivado en una creciente demanda de conmemorar adecuadamente el sufrimiento.
“Cada vez más de los afectados han comenzado a crear sus propios espacios de memoria, a contar sus historias en libros, entrevistas o mediante imágenes, poemas o pinturas, y a exigir justicia. Este proceso es importante para la sanación y para garantizar que el pasado no se repita”, afirmó.
Al examinar estos abusos desde la perspectiva de la dimensión de la memoria, el P. Zollner precisa que deben “hacerse visibles tanto las historias y narraciones individuales como las formas de narrar, los modos y los espacios de recuerdo en una sociedad, en partes de ella, en comunidades y por parte de distintos agentes”.
En el libro se abordan estas cuestiones con una perspectiva transdisciplinar amplia sobre el poder y la memoria de los abusos de poder en sociedades pasadas y presentes, “con el objetivo de desarrollar enfoques metodológicos fructíferos y esquemas de análisis”.
En consecuencia, los conceptos y líneas de pensamiento de la filosofía y la teoría de la historia, “la didáctica de la historia, la historia religiosa, la teología y la antropología se ponen en relación con perspectivas y enfoques metodológicos del campo de los Memory Studies”.
El P. Zollner remarca que los actos de memoria desempeñan un papel importante en la transformación fundamental de actitudes y mentalidades, “las cuales cambian por algo más que apelaciones cognitivas u órdenes autoritarias”.
Esto, según el coautor, “facilitaría reconocer los desafíos a los que se enfrentan los afectados y ofrecería una imagen más clara de cómo deben ser los esfuerzos continuos para lograr una mayor justicia y una sanación más profunda”.
“Conocer el propio pasado ayuda a ser más coherente, más eficaz en la misión y más creíble en el testimonio”, destacó.
El sacerdote remarca que la Iglesia tiene “una implicación histórica y prolongada” en instituciones educativas, académicas, sociales y sanitarias, y reiteró que la protección de menores y adultos vulnerables “no es un asunto exclusivo de unos pocos especialistas; es responsabilidad de cada persona y, ciertamente, de todo cristiano, no solo de los líderes de la Iglesia, sino de todos los discípulos de Cristo”.
“Si bien no es posible erradicar por completo el abuso de menores, sí se puede hacer mucho para crear una cultura de espacios, prácticas y relaciones seguras en la Iglesia. Esto no es una opción; es una responsabilidad derivada de nuestro pasado y es, hoy más que nunca, una parte integral de la misión que el Señor ha confiado a la Iglesia, y es su responsabilidad cumplirla”, concluyó.