
La belleza de las creaturas, con la variedad de luces, de dibujos y de colores de los cuerpos, así como los astros y los minerales, las piedras y los metales, las plantas y los animales, proclaman evidentemente los atributos de Dios. El orden de los seres nos permite descubrir en el libro de la Creación la primacía, lo sublime y la dignidad del Primer principio en su infinito poder. El orden de las cosas nos toma por la mano y nos guía con toda evidencia hasta el Ser primero y soberano, todopoderoso, absolutamente sabio y perfectamente bueno. Aquél que no es iluminado por tanto esplendor creado es un ciego. A quién no es despertado por tantos gritos es un sordo. A quién todas esas obras no lo empujan a alabar a Dios es un mudo. A quién tantos signos no lo obligan a reconocer al Primer principio es un tonto. Abre los ojos, prepara el oído de tu alma, desata tus labios, aplica tu corazón: todas las creaturas te harán ver, escuchar, alabar, amar, servir, glorificar y adorar a tu Dios. De lo contrario asegúrate de que el universo no se ponga en contra tuya. Pues por olvidar esto «el mundo entero luchará contra los insensatos» (Sab 5:21), mientras que será una fuente de gloria para el sabio que puede afirmar con el profeta: « ¡me alegras con tus obras Señor, por tu creación; voy a gritar de júbilo ante las obras de tus manos!» (Sal 91:5). ¡Qué magnificencia en tus obras, Señor! ¡Las hiciste todas con sabiduría, la tierra esta repleta de tus dones! (Sal 103:24).
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