
Oh Dios mío, que amas tanto perdonar, mi Creador, haz crecer sobre mí el esplendor de tu inaccesible luz para llenar de gozo mi corazón. ¡Ah, no te irrites! ¡Ah, no me abandones! pero haz que mi alma resplandezca de tu luz, porque tu luz, oh Dios mío, eres tú… Me extravié del camino recto, del camino divino, y, lamentablemente, abandoné la gloria que se me había dado. Me despojé del vestido luminoso, el vestido divino, y, caído en las tinieblas, yazgo ahora en las tinieblas, y no soy consciente de que estoy privado de luz… Porque si tú has brillado desde lo alto, si te has aparecido en la oscuridad, si has venido al mundo, oh Misericordioso, si has querido vivir con los hombres, según nuestra condición, por amor al hombre, si… tú has dicho que eres la Luz del mundo (Jn 8,12) y nosotros no te vemos, ¿no es porque somos totalmente ciegos y más desdichados que los ciegos, oh Cristo mío?... Pero tú, que eres todos los bienes, que los das sin cesar a tus servidores, a los que ven tu luz… Quien te posee, en ti lo posee realmente todo. ¡que yo no sea privado de ti, Maestro! ¡que no sea privado de ti, Creador! ¡Que no sea privado de ti, Misericordioso, yo, humilde extranjero…! Te lo ruego, ponme junto a ti aunque sea verdad que he multiplicado los pecados más que todos los hombres. Acoge mi oración como la del publicano (Lc 18,13), como la de la prostituta (Lc 7,38), Maestro, aunque yo no llore como ella… ¿No eres tú, manantial de piedad, fuente de misericordia y río de bondad? : por estos títulos, ¡ten piedad de mi! Sí, tú que has tenido las manos, tú que has tenido los pies clavados en la cruz, y tu costado traspasado por la lanza, Compasivo Señor, ten piedad de mí y arráncame del fuego eterno… Que en este día permanezca ante ti sin condenación para ser acogido dentro tu sala de bodas donde compartiré tu felicidad, mi buen Señor, en el gozo inexpresable, por todos los siglos. Amén.
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