
Con razón dice san Juan en su carta: «Dios es luz», y quien permanece en Dios está en la luz, «como él está en la luz.» (1 Jn 1,5.7) Nuestra alegría de vernos libres de las tinieblas del error debe llevarnos a caminar «como hijos de la luz». (Cfr. Ef 5,8) Por eso dice el Apóstol Pablo: «Brilláis como lumbrera del mundo, mostrando una razón para vivir.» (Cfr. Flp 2,15-16) Si no obramos así, es como si, con nuestra infidelidad, pusiéramos un velo que tapa y oscurece esta luz tan útil y necesaria, en perjuicio nuestro y de los demás. (...) Por eso la esplendorosa luz que se encendió para nuestra salvación debe lucir constantemente en nosotros. Tenemos la lámpara del mandato celeste y de la gracia espiritual, de la que dice David: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.» (Sal 118,105). (...) Esta lámpara de la ley y de la fe no debe nunca ocultarse, sino que debe siempre colocarse sobre el candelero de la Iglesia para la salvación de muchos; así podremos alegrarnos con la luz de su verdad y todos los creyentes serán iluminados.
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