Examinando el proceso de la tentación del Señor, podremos comprender con qué amplitud hemos sido librados de la tentación. El enemigo en el origen se enfrentó al primer hombre, nuestro antepasado, por tres tentaciones: lo intentó por la glotonería, la vanagloria y la avaricia… Por la glotonería le mostró la fruta prohibida del árbol y lo persuadió a comerla. Lo tentó por la vanagloria diciendo: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). Y lo tentó también por la avaricia diciendo: "Conoceréis el bien y el mal". En efecto, la avaricia no tiene solo por objeto el dinero, sino también los honores… Pero cuando tentó al segundo Adán (1 Co 15,47), los mismos medios que le habían servido para hacer caer al primer hombre vencieron al diablo. Lo tienta por la glotonería pidiéndole: "Manda que estas piedras se conviertan en panes"; lo tienta por la vanagloria diciéndole: "Si eres el Hijo de Dios, échate abajo"; Lo tienta por el ávido deseo de honores, cuando le muestra todos los reinos del mundo y le dice: "Todo esto, te daré si, postrándote a mis pies, me adoras"... Así habiendo hecho prisionero al diablo, el segundo Adán lo expulsa de nuestros corazones por el mismo camino por donde había entrado. Hay otra cosa, que debemos considerar en la tentación del Señor: podía haber precipitado a su tentador al abismo, pero no hizo uso de su poder personal; se limitó a responder al diablo con los preceptos de la Escritura Santa. Lo hizo para darnos ejemplo de su paciencia, e invitarnos así a recurrir a la enseñanza más que a la venganza… ¡Ved qué paciencia tiene Dios, y cuál es nuestra impaciencia! Nos dejamos llevar por el furor tan pronto como la injusticia o la ofensa nos alcanzan…; el Señor, Él, aguanta la hostilidad del diablo, y le respondió sólo con palabras de dulzura. March 07, 2014 at 05:00PM
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