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null / San Juan Diego, 9 de diciembre /ACI Prensa

Cada 9 de diciembre, pocos días antes de celebrar la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, recordamos a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin (1474-1548), en cuyos vestidos quedó impresa la imagen de la Madre de Dios.

“¡Amado Juan Diego, ‘el águila que habla’! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que ella nos reciba en lo íntimo de su corazón”, exclamó con voz potente el Papa San Juan Pablo II durante la homilía de la misa de canonización de San Juan Diego, celebrada el 31 de julio de 2002.

Con estas palabras el Papa le pedía al vidente de Guadalupe que nos muestre el camino del amor y piedad a nuestra madre, la Virgen María, para que todos los fieles la amemos como este santo la amó: con corazón inocente y puro.

Quizás por eso, hoy, como ayer, cada vez que queramos desearle el bien a alguien -por ejemplo a un hijo- debamos decirle: “Que Dios te haga como Juan Diego”.

Juan Diego, fruto maduro de la evangelización de América

De acuerdo a la tradición, San Juan Diego nació en 1474 en Cuautitlán, entonces reino de Texcoco (hoy territorio mexicano), una región habitada por etnias chichimecas. Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que significa “Águila que habla” o “El que habla con un águila”.

Siendo ya un hombre maduro y con una familia a cuestas, Juan Diego empezó a conocer la religión que había llegado con los foráneos, los españoles. Se sintió interpelado por esta gracias a las enseñanzas que impartían los franciscanos arribados a territorio mexicano en 1524. Un tiempo después, Juan Diego recibiría el bautismo junto a su esposa, María Lucía. Luego se casarían cristianamente, aunque su matrimonio no duraría mucho debido a la intempestiva muerte de María Lucía.

La Madre del cielo se apareció en el monte

El 9 de diciembre de 1531, estando Juan Diego de camino por el monte del Tepeyac, se le apareció la Virgen María. La “Señora”, como empezaría a llamarla, se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”, según sus propias palabras. Ella le encomendó que se presentara ante el obispo capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, para pedirle en su nombre que se construya una iglesia en aquel lugar.

Juan Diego accedió a llevar la petición de la Señora al obispo, pero este no le creyó y se negó a cumplir el pedido. La Virgen, entonces, se le apareció de nuevo a Juan Diego y le pidió que insistiera. Al día siguiente, el indígena volvió a encontrarse con el prelado, quien, escéptico, lo interrogó sobre la doctrina cristiana y le pidió pruebas del prodigio que relataba.

El milagro de las flores

El martes 12 de aquel diciembre, la Virgen se presentó nuevamente a Juan Diego y lo consoló porque se hallaba muy triste, invitándole a subir a la cima de la colina del Tepeyac para que recogiera flores y se las trajera.

A pesar de lo agreste del lugar y de que era invierno, San Juan Diego accedió con diligencia al pedido de la Virgen. Cuando llegó a la cima del monte encontró un brote de flores muy hermosas. Entonces las recogió y las colocó, bien envueltas, en su “tilma” (nombre del manto típico con el que se revestían los indígenas de la región). La Virgen luego le pidió que se las llevara al obispo.

Estando frente al prelado, el santo soltó la parte delantera de su tilma para dejar caer las flores. Sorprendentemente, al precipitarse estas dejaron expuesta sobre el tejido una imagen femenina, de piel morena y rasgos indígenas. Era la imagen de la “Señora”, la Virgen de Guadalupe.

Desde ese momento, aquel prodigio se convertiría en el corazón espiritual de la Iglesia en México y en una de las más extendidas devociones marianas del mundo. La Virgen de Guadalupe habría de cambiar el rumbo de la Evangelización de los pueblos americanos y sellaría para siempre el vínculo entre la cultura hispánica y la de los pueblos originarios de América.

Con la autorización del obispo, el templo consagrado a la Virgen de Guadalupe se empezó a construir en el Tepeyac, y San Juan Diego sería el primer custodio del santuario. El santo, por su parte, construyó una humilde casita para vivir al costado de la iglesia. San Juan Diego limpiaba la capilla y acogía a los peregrinos que visitaban el lugar. Allí permaneció hasta el final de sus días, dedicado al servicio de la “Señora del Cielo”. El santo murió en 1548.

San Juan Pablo II beatificó a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en 1990 y lo canonizó en el año 2002. Su fiesta se celebra cada 9 de diciembre.

Una síntesis cultural forjada al calor de los cuidados de la Madre

Incontables bendiciones enriquecen la historia de la Virgen de Guadalupe. En esa historia, San Juan Diego ocupa un lugar primordial, cargado de simbolismo: fue un hombre de raza indígena, muy sencillo y de corazón puro, un laico como cualquier otro, pero de una devoción inmensa a la Madre de Dios.

Esta es una historia que invita a contemplar a la Madre y renovar el esfuerzo evangelizador en América y en el resto del mundo. Con la cooperación de San Juan Diego, María le regaló a todos sus hijos una prueba fehaciente de que Ella está siempre cerca del corazón de todos los pueblos del mundo.

¡María de Guadalupe, ruega por nosotros!

null / Inmaculada Concepción, 8 de diciembre / ACI Prensa

Cada 8 de diciembre la Iglesia Católica celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

Se trata de una celebración de enorme trascendencia para los cristianos, en la que se recuerda, con gratitud y alegría, el designio divino por el que la Madre de Jesús quedó preservada del pecado original desde el momento mismo de su concepción.

En el mundo católico, la Inmaculada Concepción es fiesta de guardar y en muchos calendarios, especialmente de América Latina, se considera feriado civil y religioso.

Dogma

Todo ser humano desde que es invitado a la existencia lleva sobre sí la carga del ‘pecado original’, cometido por nuestros primeros padres, Adán y Eva. María, por el contrario, en el preciso momento del inicio de su vida, fue preservada de dicha carga y protegida del mal que ingresó al mundo, como consecuencia del uso indebido de la libertad humana. Ella quedó limpia de esa falta que solo puede ser absuelta por la gracia del bautismo en virtud a que sería Madre del Salvador.

Que María goce de tal privilegio es solo entendible dentro del marco del plan divino de la salvación. Y es en virtud de dicho plan, cuyo centro es Cristo, que la Inmaculada Concepción de nuestra Madre resulta un dato imposible de ser soslayado; por eso, la Iglesia ha tenido a bien erigirlo como dogma de fe: todo católico está obligado a creer y defender esta certeza, preservada por la Iglesia como don único.

Un poco de historia

La Iglesia ha preservado desde sus inicios la certeza de que María es “Inmaculada”, es decir, en ella no hay mancha alguna a causa del pecado.

Es a mediados del siglo XIX que el Papa Pío IX, después de recibir numerosos pedidos de obispos y fieles de todo el mundo, en comunión plena con toda la Iglesia, proclamó la bula Ineffabilis Deus [Dios inefable] con la que queda decretado este dogma mariano:

“Que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..." (Pío IX, Ineffabilis Deus).

El día elegido para la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción fue el 8 de diciembre de 1854. En aquella ocasión, desde Roma fueron enviadas cientos de palomas mensajeras portando el texto con la gran noticia. Se afirma que unos 400 mil templos católicos alrededor del mundo repicaron campanas en honor a la Madre de Dios.

Unos tres años después (1857), en Lourdes (Francia), la Virgen María se le apareció en repetidas oportunidades a una humilde pastorcita, Santa Bernardita Soubirous. En una de ellas se presentó a sí misma con estas palabras: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.

Actualmente son miles las iglesias y capillas -distribuidas en los cinco continentes- que están dedicadas a “la Inmaculada”; y millones los fieles que le profesan a Ella particular devoción.

En el corazón de nuestros pueblos hispanos

La Inmaculada Concepción es la patrona de España; mientras que en América, en muchos países, ha quedado impostada en diversas advocaciones marianas.

Solo como una pequeña muestra de esto, se puede traer a colación que, por ejemplo, en Nicaragua la imagen de “Nuestra Señora de El Viejo” es una representación de la Inmaculada Concepción -cuyos devotos llaman cariñosamente “La Purísima”-. Algo semejante sucede en Paraguay con la venerada “Virgen de Caacupé”, que también es una representación de la Inmaculada Concepción.

Si quieres conocer más sobre la Inmaculada Concepción o sobre la historia del dogma, te recomendamos este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/Inmaculada_Concepci%C3%B3n.

Más información:

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