Ártículos Más Recientes

11:26 a.m.


Algunas personas venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse. A raíz de esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé discutieron vivamente con ellos, y por fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros, subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros. Los que habían sido enviados por la Iglesia partieron y atravesaron Fenicia y Samaría, contando detalladamente la conversión de los paganos. Esto causó una gran alegría a todos los hermanos. Cuando llegaron a Jerusalén, fueron bien recibidos por la Iglesia, por los Apóstoles y los presbíteros, y relataron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero se levantaron algunos miembros de la secta de los fariseos que habían abrazado la fe, y dijeron que era necesario circuncidar a los paganos convertidos y obligarlos a observar la Ley de Moisés. Los Apóstoles y los presbíteros se reunieron para deliberar sobre este asunto.

11:26 a.m.


¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor!» Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor -según es norma en Israel- para celebrar el nombre del Señor. Allí suben las tribus, las tribus del Señor -según es norma en Israel- para celebrar el nombre del Señor. Allí suben las tribus, las tribus del Señor. Según es norma en Israel para celebrar el nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David.

11:26 a.m.


Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»

11:26 a.m.


En cualquier etapa que se encuentra el alma, su trabajo es únicamente un trabajo de cooperación. No está sola ya que Dios trabaja en ella. Es el primer Autor de su progreso. En los comienzos, cuando el alma está todavía avergonzada de sus vicios y malos hábitos, es necesario que se aplique ella misma con virilidad y ardor a sacar esos obstáculos que se oponen a la unión divina. La cooperación que Dios reclama en este período es particularmente grande y activa y se revela fuertemente a la conciencia. Durante este período Dios otorga gracias sensibles que restablecen y animan. Pero el alma experimenta conflictos, vicisitudes interiores. Cae y se levanta, pena y luego reposa, toma aliento y después reparte. A medida que el alma avanza, que ceden los obstáculos, su vida interior se hace más homogénea, más regular y unificada. La acción de Dios se hace sentir más poderosa porque es más libre de ejercer y encuentra en el alma menos resistencia, más docilidad. Entonces progresamos rápidamente en la vía de la perfección. (…) Nuestro Señor nos ha dado claramente esta doctrina fundamental: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”. (Jn 15,5). (…) Sería una peligrosa ilusión imaginar que Cristo tomará sobre él todo el trabajo. Pero sería una ilusión igualmente peligrosa creer que podemos realizar algo sin él. Por eso debemos estar convencidos que es por nuestra unión con Jesús que nuestras obras tienen valor.

11:26 a.m.


Vinieron de Antioquía y de Iconio algunos judíos que lograron convencer a la multitud. Entonces apedrearon a Pablo y, creyéndolo muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad. Pero él se levantó y, rodeado de sus discípulos, regresó a la ciudad. Al día siguiente, partió con Bernabé rumbo a Derbe. Después de haber evangelizado esta ciudad y haber hecho numerosos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía de Pisidia. Confortaron a sus discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. En cada comunidad establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los encomendaron al Señor en el que habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Luego anunciaron la Palabra en Perge y descendieron a Atalía. Allí se embarcaron para Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para realizar la misión que acababan de cumplir. A su llegada, convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos. Después permanecieron largo tiempo con los discípulos.

Hermanos Franciscanos

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