Ártículos Más Recientes

10:46 a.m.


Así habla el Señor: Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.

10:46 a.m.


Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos. Busqué al Señor: El me respondió y me libró de todos mis temores. Miren hacia El y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al Señor: El lo escuchó y lo salvó de sus angustias. Los ojos del Señor miran al justo y sus oídos escuchan su clamor; pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra. Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos.

10:46 a.m.


Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

10:46 a.m.


Aquellos que desean acoger la Pascua del Señor con la santidad del espíritu y del cuerpo deben ante todo esforzarse por adquirir esta gracia que contiene la suma de las virtudes y que “cubre una multitud de pecados” (1P 4,8). Al acercarnos a la celebración del misterio más grande de todos, preparemos primero el sacrificio de la misericordia. Lo que la bondad de Dios nos ha dado, lo regresamos a aquellos que nos han ofendido. ¡Que las injurias sean tiradas al olvido, que las faltas ignoren la tortura y que todas las ofensas se liberen del miedo de la venganza! ¡Que las prisiones no retengan más a nadie!...Si alguien tiene prisioneros como éste…, que sepa que él también es pecador y, para recibir el perdón, que se regocije de haber encontrado a quién perdonar. De este modo cuando digamos, según las enseñanzas del Señor: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden” (Mt 6,12), no dudaremos, al hacer esta oración, en que obtendremos el perdón de Dios.

Hermanos Franciscanos

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