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11:37 a.m.
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                  “Verbum Spei”     
           “Palabra de Esperanza” 
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25 de diciembre
El Evangelio de hoy
Juan 1,1-18

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: “Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo”. De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre!”

Reflexión:
Celebrar, cristianamente la Navidad es celebrar visiblemente la presencia de un Dios invisible en un cuerpo visible, como el nuestro. Y, si Dios es amor, como en muchas ocasiones nos repetirá el apóstol San Juan, en la celebración de la Navidad deberá hacerse visible el amor de Dios. Un amor real y encarnado, no un amor invisible y lejano. Y un amor de Dios que nosotros debemos manifestar en nuestro amor al prójimo, porque, si fue por amor a nosotros por lo que se encarnó Dios, también nuestro amor deberá ser un amor que se encarne en los demás. Una celebración cristiana de la Navidad nos exige un amor grande, un compromiso grande, compromiso grande con el prójimo, especialmente con el prójimo más necesitado. Un discípulo de Cristo y una Iglesia de Cristo que no viva seria y profundamente comprometida con el prójimo, volcada hacia el prójimo, especialmente hacia el prójimo más necesitado, no celebra cristianamente la Navidad.

Oración:
Señor Jesús, esté día vamos a contemplar tu cuerpecito envuelto en pañales y buscando calor. Déjame esta Navidad, ofrecerte nuestro corazón amoroso. Esté día sí queremos estar junto a ti. Amén.

Acción:
Hoy es Navidad hablaré con Jesús y de Jesús. 
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            “Nuntium Verbi Dei  
“Mensaje de la palabra de Dios”
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11:34 a.m.
Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y signos en el pueblo. Algunos miembros de la sinagoga llamada "de los Libertos", como también otros, originarios de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de la provincia de Asia, se presentaron para discutir con él. Pero como no encontraban argumentos, frente a la sabiduría y al espíritu que se manifestaba en su palabra, Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios. Entonces exclamó: "Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios". Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre él como un solo hombre; y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: "Señor Jesús, recibe mi espíritu".

11:34 a.m.
Inclina tu oído hacia mí, date prisa en liberarme. Sé para mí una roca de refugio, el recinto amurallado que me salve. inclina tu oído hacia mí y ven pronto a socorrerme. Sé para mí una roca protectora, un baluarte donde me encuentre a salvo, porque tú eres mi Roca y mi baluarte: por tu Nombre, guíame y condúceme. Yo pongo mi vida en tus manos: tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. Gozaré y me alegraré de tu bondad porque has mirado mi aflicción y comprendido la angustia de mi alma; mi destino está en tus manos.» Líbrame del poder de mis enemigos y de aquellos que me persiguen. Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia.

11:34 a.m.
Jesús dijo a sus apóstoles: Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.

11:34 a.m.
Nos arrodillamos una vez más ante el pesebre... Muy cerca del Salvador recién nacido, encontramos a San Estebán. ¿Qué es lo que le ha valido este lugar de honor a aquel que ha sido el primero en dar testimonio del Crucificado con su sangre? Con su ardor juvenil ha llevado a cabo eso que el Señor ha declarado al entrar en el mundo: «Me has dado un cuerpo. Heme aquí, vengo a hacer tu voluntad» (Heb 10,5-7). Ha practicado la perfecta obediencia que hunde sus raíces en el amor y se exterioriza en el amor. Ha seguido los pasos del Señor en lo que, según la naturaleza, es, posiblemente, lo más difícil para el corazón humano, tanto que llega a parecer imposible: igual que el Salvador, ha observado el mandamiento del amor a los enemigos. El Niño en el pesebre, que ha venido para hacer la voluntad dl Padre hasta a muerte en cruz (Flp 2,8), en espíritu ve delante de él a todos los que le seguirán por este camino. Ama a este joven al que esperará para colocarlo, un día,  el primero cerca de su Padre, con una palma en la mano. Su pequeña mano nos le señala ya como modelo, como si nos dijera: «Mirad el oro que espero de vosotros».

Hermanos Franciscanos

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