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El Papa lee la homilía / Crédito: captura de pantalla

Más de 35.000 peregrinos procedentes de 117 países de todo el mundo han participado durante todo el fin de semana en el Jubileo de los Coros y Corales. Lea aquí la homilía de la Misa que celebró el Papa León XIV en la Plaza de San Pedro junto a algunos de ellos.

Queridos hermanos y hermanas:

En el salmo responsorial hemos cantado: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor” (cf. Sal 122). La liturgia de hoy nos invita, por tanto, a caminar juntos —en la alabanza y la alegría— al encuentro de nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, soberano manso y humilde, Aquel que es el principio y el fin de todas las cosas.

Su poder es el amor, su trono es la cruz y, por medio de la cruz, su reino se irradia en el mundo. “Dios reina desde el madero” (cf. Himno Vexilla Regis) como Príncipe de la paz y Rey de la justicia que, en su Pasión, revela al mundo la inmensa misericordia del corazón de Dios.

Este amor es también la inspiración y el motivo de sus cantos. Queridos coristas y músicos, hoy celebran su jubileo y agradecen al Señor por haberles concedido el don y la gracia de servirlo ofreciendo sus voces y sus talentos para su gloria y para la edificación espiritual de los hermanos (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 120). Su tarea es la de involucrarlos en la alabanza a Dios y de hacerlos participar mejor de la acción litúrgica por medio del canto. Hoy expresan plenamente su “iubilum”, su regocijo, que nace del corazón inundado de la alegría de la gracia.

Las grandes civilizaciones nos han regalado la música para que podamos manifestar lo que llevamos en lo profundo de nuestro corazón y que no siempre pueden expresar las palabras. Todos los sentimientos y las emociones que nacen en nuestro interior y de una relación viva con la realidad pueden encontrar voz en la música. El canto, de manera particular, representa una expresión natural y completa del ser humano; en él la mente, los sentimientos, el cuerpo y el alma se unen para comunicar las cosas grandes de la vida. Como nos recuerda san Agustín: «Cantare amantis est» (Sermón 336, 1), es decir, «cantar es propio de quien ama».

Quien canta expresa el amor, pero también el dolor, la ternura y el deseo que alberga en su corazón y, al mismo tiempo, «ama a aquel a quien canta» (Comentarios a los Salmos, 72, 1).

Para el Pueblo de Dios el canto expresa la invocación y la alabanza, es el “cántico nuevo” que Cristo resucitado eleva al Padre, haciendo partícipe de ello a todos los bautizados, como un único cuerpo animado por la vida nueva del Espíritu. En Cristo somos cantores de la gracia, hijos de la Iglesia que encuentran en el Resucitado la causa de su alabanza.

La música litúrgica se convierte así en un instrumento muy valioso mediante el cual desempeñamos el servicio de alabanza a Dios y expresamos el gozo de la vida nueva en Cristo.

San Agustín nos exhorta, además, a caminar cantando, como viajeros fatigados que encuentran en el canto un presagio de la alegría que experimentarán al llegar a su meta. «Canta, pero camina […], avanza en el bien» (Sermón 256, 3). Por tanto, formar parte de un coro significa avanzar juntos tomando de la mano a los hermanos, ayudándoles a caminar con nosotros y cantando junto a ellos la alabanza de Dios, consolándolos en los sufrimientos, exhortándolos cuando parece que les vence el cansancio, infundiéndoles entusiasmo cuando parece que predomina la fatiga.

Cantar nos recuerda que somos Iglesia en camino, una auténtica realidad sinodal, capaz de compartir la vocación a la alabanza y a la alegría con todos, en una peregrinación de amor y de esperanza.

También san Ignacio de Antioquía usa palabras conmovedoras relacionando el canto del coro con la unidad de la Iglesia: «En vuestro sinfónico y armonioso amor es Jesucristo quien canta. Que cada uno de vosotros también se convierta en coro, a fin de que, en la armonía de vuestra concordia, toméis el tono de Dios en la unidad, cantéis a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca por vuestras buenas obras» (A los Efesios, IV).

En efecto, las diferentes voces de un coro se armonizan entre ellas dando vida a una única alabanza, símbolo luminoso de la Iglesia, que une a todos en el amor, en una única y suave melodía.

Ustedes pertenecen a coros que desarrollan su actividad sobre todo en el servicio litúrgico. Su ministerio exige preparación, fidelidad, entendimiento mutuo y, sobre todo, una vida espiritual profunda, de modo que, si ustedes rezan cantando, ayuden a todos a rezar.

Es un ministerio que requiere disciplina y espíritu de servicio, especialmente cuando es necesario preparar una liturgia solemne o algún acontecimiento importante para sus comunidades. El coro es una pequeña familia de personas diferentes unidas por el amor a la música y por el servicio que ofrecen.

Pero recuerden que su gran familia es la comunidad; no están por delante, sino que forman parte de ella, con el compromiso de hacerla más unida, inspirándola y haciéndola partícipe. Como en todas las familias, pueden surgir tensiones o pequeñas incomprensiones, cosas normales cuando se trabaja juntos y se hace un esfuerzo por alcanzar un resultado.

Podemos decir que el coro es un poco un símbolo de la

Iglesia que, orientada hacia su meta, camina en la historia alabando a Dios. Aunque este camino en ocasiones está lleno de dificultades y de pruebas, y los momentos de alegría se alternan con otros de mayor fatiga, el canto hace más ligero el viaje, dando alivio y consuelo.

Comprométanse, por tanto, a transformar cada vez más sus coros en un prodigio de armonía y belleza; sean cada vez más imagen luminosa de la Iglesia que alaba a su Señor. Estudien atentamente el Magisterio, que indica en los documentos conciliares las normas para desarrollar al máximo su servicio.

Sobre todo, sean capaces de hacer siempre partícipe al pueblo de Dios, sin ceder a la tentación del exhibicionismo, que excluye la participación activa de toda la asamblea litúrgica en el canto. Sean, en esto, signo elocuente de la oración de la Iglesia, que expresa su amor a Dios por medio

de la belleza de la música. Vigilen, para que su vida espiritual esté siempre a la altura del servicio que realizan, de modo que esto pueda expresar auténticamente la gracia de la liturgia.

Los encomiendo a todos a la protección de santa Cecilia, la virgen y mártir que, aquí en Roma, ha elevado con su vida el canto de amor más hermoso, entregándose totalmente a Cristo y ofreciendo a la Iglesia su luminoso testimonio de fe y amor.

Prosigamos cantando y hagamos nuestra, una vez más, la invitación del salmo responsorial de la liturgia de hoy: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”.

Encuentro del Papa con las monjas de Montefalco / Crédito: Vatican Media

“Un momento de gran familiaridad”. Así describió la abadesa María Cristina Daguati, del convento agustino en Montefalco, la visita del Papa León XIV este jueves.

Después de visitar la tumba de San Francisco en Asís y reunirse con los obispos italianos, el Papa viajó a la ciudad italiana de Montefalco para celebrar Misa en el monasterio de las monjas agustinas, erigido en el siglo XIII y uno de los centros espirituales más antiguos y significativos de la región de Umbría. 

El Papa llegó en helicóptero a esta ciudad, conocida por su arquitectura medieval, y aterrizó en el campo deportivo, donde fue recibido por el alcalde Alfredo Gentili y el teniente alcalde Daniele Morici. 

A las puertas del monasterio —donde actualmente viven 13 monjas— se agolparon los vecinos de esta pequeña región de Perugia que esperaban su llegada con gran expectación.

“Lo conocemos desde hace años; fue un momento de familiaridad. Tiene una personalidad muy tranquila”, detalló la Madre María Cristina en declaraciones a Vatican News.

León XIV ya había estado en el convento cuando ejercía como superior de la Orden de San Agustín y, este 20 de noviembre, regresó como Papa, convirtiéndose en el primer Pontífice en hacerlo.

"Un momento de gran familiaridad". Crédito: Vatican Media
"Un momento de gran familiaridad". Crédito: Vatican Media

Este convento está intrínsecamente ligado a la figura de Santa Clara de Montefalco (1268-1308), también conocida como Santa Chiara della Croce (Santa Clara de la Cruz), una mística agustina cuya vida contemplativa dejó una huella profunda en la tradición espiritual de la Iglesia Católica. 

“Es una gran amistad, porque obviamente lo conocemos desde hace muchos años, así que diría que todo se desarrolló en un ambiente de gran familiaridad”, precisó la abadesa.

El Papa conversó con las monjas agustinas, luego celebró Misa y compartió con ellas el almuerzo. Para las religiosas, fue “un día muy sencillo” con “un hombre encantador y afable” con una “personalidad tranquilizadora”.

León XIV celebra Misa en la iglesia del convento. Crédito: Vatican Media
León XIV celebra Misa en la iglesia del convento. Crédito: Vatican Media

“El Papa León XIV trae consigo una gran atmósfera de oración. Así que no es que nos haya incomodado demasiado, fue realmente hermoso”, agregó Daguati.

Antes del almuerzo, el Papa celebró Misa en la iglesia del convento, construida en el siglo XVII y diseñada por el arquitecto peruano Valentino Martelli.

Antes de regresar al Vaticano, las monjas entregaron al Papa el calendario de 2026 titulado “Hacia una paz desarmada y desarmante”, con textos de sus discursos y homilías y de San Agustín.

null / Nuestra Señora de la Presentación del Quinche, 21 de noviembre / ACI Prensa

“María no protagonizó nada, ‘discipuleó’ toda su vida. La primera discípula de su Hijo y tenía consciencia de que todo lo que ella había traído al mundo era pura gratuidad de Dios, consciencia de gratuidad”, afirmó el Papa Francisco en su encuentro con los sacerdotes y religiosos en Ecuador durante su visita al Santuario de Nuestra Señora de la Presentación del Quinche en julio de 2015.

La fiesta de la Virgen del Quinche, Patrona del Ecuador, se celebra el 21 de noviembre y sus devotos la llaman cariñosamente “la Pequeñita”. Algunas tradiciones refieren que a fines del siglo XVI la Virgen María se apareció a unos indios en una cueva y les prometió liberarlos de los osos que devoraban a los niños.

Por otro lado, el artista Don Diego de Robles talló una hermosa escultura de madera de la Virgen María con el niño en brazos y como los que se la habían solicitado no le pagaron, decidió dársela a los indios oyacachis, a cambio de unos tablones de cedro fino para sus trabajos.

Los caciques quedaron asombrados cuando vieron la imagen mariana porque reconocieron en ella los rasgos de la Señora que se les apareció en la cueva. Por quince años la imagen estuvo al cuidado de los indios, hasta que en 1604 el Obispo ordenó que se trasladara al pueblo del Quinche.

La imagen mide 62 centímetros de alto y lleva hermosos ropajes. El rostro del niño Jesús evoca las facciones de los pequeños mestizos del lugar. El color de la Virgen es síntesis del alma del inca y del español. Fue coronada canónicamente en 1943 y su templo actual fue declarado Santuario Nacional en 1985.

En honor de la Virgen del Quinche se han entonado cantos en quechua, castellano, jíbaro y otros dialectos de la región. Muchos de ellos se cantan desde hace varios siglos. En el mes de noviembre, miles de devotos emprenden una caminata hasta el Santuario para agradecerle a la Madre de Dios o pedirle un favor especial.

Quinche proviene del quechua “Quin” que significa sol y “Chi” que quiere decir monte. Antes de la llegada de los españoles en aquella región estaba ubicado uno de los principales templos dedicados al “dios sol”.

null / Presentación de la Virgen María, 21 de noviembre / ACI Prensa

Cada 21 de noviembre la Iglesia celebra la memoria de la Presentación de la Santísima Virgen María. En esta fecha se recuerda el episodio, recogido por la tradición, según el cual María fue llevada a los tres años al templo de Jerusalén por sus padres, San Joaquín y Santa Ana, para ser introducida en la fe del pueblo de Israel.

Allí, en el templo, sería recibida por el Sumo Sacerdote junto a otras doncellas. De esta manera, María, aprendería desde pequeña el valor y el sentido de las promesas de Dios, especialmente sobre la llegada del Mesías.

La celebración de la Presentación de la Virgen evoca la consagración que María hizo de sí misma a Dios, una entrega prefigurada por su concepción inmaculada y que se va realizando a lo largo de su vida, día a día, en sintonía con los designios del Espíritu Santo. Por eso, decimos de María que es “la llena de Gracia”.

Origen de la celebración

El origen de esta celebración se remonta a la dedicación, en el año 543, de la iglesia de Santa María la Nueva, santuario ubicado muy cerca del Templo de Jerusalén.

Este acontecimiento histórico fortalece la convicción de que en el siglo VI ya se celebraba la ‘Presentación de la Virgen’ en la Iglesia de Oriente; aunque sería recién en 1372 que el Papa Gregorio XI (p. 1370-1378) empezaría a celebrarla en Avignon (Francia) cada 21 de noviembre. Posteriormente, el Papa Sixto V (p. 1585-1590) extendió la festividad a toda la Iglesia, incorporándola al calendario litúrgico romano.

21 de noviembre: Jornada Pro orantibus, para orar por los que oran

En 1953, el Papa Pío XII instituyó el día 21 de noviembre como la “Jornada Pro Orantibus” (Jornada ‘por aquellos que oran’), en honor a las comunidades religiosas de clausura. Es decir, todos los cristianos están invitados a orar por las personas que dedican su vida precisamente a la oración.

Décadas después, en el año 2014, el Papa Francisco recordó que este día debería ser “una ocasión oportuna para agradecer al Señor por el don de tantas personas que, en los monasterios y en las ermitas, se dedican a Dios en la oración y en el silencio activo, reconociéndole aquella primacía que sólo a Él le corresponde”.

Todo cristiano debe pedir en oración y agradecer a Dios por las vocaciones de clausura, poco conocidas y muchas veces olvidadas. También debe hacerlo por aquellos que rezan por las intenciones de quienes forman parte de la Iglesia peregrinante en este mundo y por las almas del purgatorio.

Hermanos Franciscanos

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