Ártículos Más Recientes

1:46 a.m.
Bloch-Sermon_On_The_Mount

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                  “Verbum Spei”     
           “Palabra de Esperanza” 
         
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5° Domingo Cuaresma
El Evangelio de hoy
Juan 8,1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y Él, sentado entre ellos, les enseñaba. Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a Él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. “¿Tú qué dices?”. Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que esté libre de pecados, que arroje la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo. Al oír aquellas palabras los acusadores empezaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie junto a Él. Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?”. Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y ya no vuelvas a pecar. Palabra del Señor.

Reflexión:
A los escribas y fariseos no les importaba la mujer; no les importaban los adúlteros, quizá alguno de ellos era adúltero… ¡No les importaba! ¡Sólo les importaba tender una trampa a Jesús!. De ahí la respuesta del Señor: «¡Quien de ustedes esté sin pecado, arroje la primera piedra contra ella!».
El Evangelio con cierta ironía, dice que los acusadores se fueron, uno a uno, comenzando por los más ancianos. Y Jesús permanece solo con la mujer, como un confesor, diciéndole: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? ¿Dónde están? Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las acusaciones, sin las habladurías. ¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?» 
La mujer responde: «¡Nadie Señor!”, pero no dice: «¡Ha sido una falsa acusación! ¡Yo no cometí adulterio»; sino que reconoce su pecado. Y Jesús afirma: «¡Ni siquiera yo te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante no peques más, para no pasar un feo momento como este; para no pasar tanta vergüenza; para no ofender a Dios, para no ensuciar la hermosa relación entre Dios y su pueblo». 
¡Jesús perdona! Pero aquí se trata de algo más que el perdón: Jesús supera la ley y va más allá. No le dice: «¡El adulterio no es pecado!». ¡No lo dice! Pero no la condena con la ley. Y éste es el misterio de la misericordia. Éste es el misterio de la misericordia de Jesús.
La misericordia es algo difícil de comprender: «Pero, Padre, la misericordia ¿borra los pecados?». «No, ¡lo que borra los pecados es el perdón de Dios!». La misericordia es el modo con que Dios perdona. Porque Jesús podía decir: «Yo te perdono. ¡Ve!», como dijo a aquel paralítico que le habían presentado desde el techo: «¡Te son perdonados tus pecados!». Aquí dice: «¡Ve en paz!». 
Jesús va más allá. Le aconseja que no peque más. Aquí se ve la actitud misericordiosa de Jesús: defiende al pecador de sus enemigos; defiende al pecador de una condena justa. También nosotros, cuántos de nosotros, quizá deberíamos ir al infierno, ¿cuántos de nosotros? Y esa condena es justa… y Él perdona más allá. ¿Cómo? ¡Con esta misericordia!.
La misericordia va más allá y hace la vida de una persona de tal modo que el pecado es arrinconado. Es como el cielo. Nosotros miramos el cielo, tantas estrellas, tantas estrellas; pero cuando sale el sol, por la mañana, con tanta luz, las estrellas no se ven. Y así es la misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura.
(Papa Francisco).

Oración:
Señor Jesús, tu eres rico en misericordia y perdón, defiendes a los oprimidos, ayudas a los más débiles, rescatas a los que son despreciados. Una y otra vez intervienes en cada una de mis debilidades, me acoges, me perdonas y me invitas a convertirme de corazón y a dejar atrás mi vida de pecado con las palabras “vete y no peques más”. Esa es tu inmensa bondad. No nos condenas, solo quieres que volvamos con ojos renovados hacia Ti. Amén.

Acción:
Visitaré a Jesús por 15 minutos en el Sagrario, le daré las gracias por su eterno Amor y ofreceré mis oraciones para que se tengamos más sacerdotes, que sean misericordiosos como el Padre.
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            “Nuntium Verbi Dei  
“Mensaje de la palabra de Dios”
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11:27 a.m.
Así habla el Señor, el que abrió un camino a través del mar y un sendero entre las aguas impetuosas; el que hizo salir carros de guerra y caballos, todo un ejército de hombres aguerridos; ellos quedaron tendidos, no se levantarán, se extinguieron, se consumieron como una mecha. No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa. Me glorificarán las fieras salvajes, los chacales y los avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi Pueblo, mi elegido, el Pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza.

11:27 a.m.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenaba de risa y nuestra lengua de gritos de alegría. Entonces entre los paganos se decía: «¡Qué grandes cosas no ha hecho el Señor por ellos!» nuestra boca se llenaba de risa y nuestra lengua de gritos de alegría. Entonces entre los paganos se decía: «¡Qué grandes cosas no ha hecho el Señor por ellos!» nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones. Hasta los mismos paganos decían: “¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!”. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría! ¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones. El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas.

11:27 a.m.
Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo. y estar unido a él, no con mi propia justicia -la que procede de la Ley- sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe. Así podré conocerlo a él, conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos. Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús.

11:27 a.m.
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

11:27 a.m.
Oh Dios mío, que amas tanto perdonar, mi Creador, haz crecer sobre mí el esplendor de tu inaccesible luz para llenar de gozo mi corazón. ¡Ah, no te irrites! ¡Ah, no me abandones! pero haz que mi alma resplandezca de tu luz, porque tu luz, oh Dios mío, eres tú… Me extravié del camino recto, del camino divino, y, lamentablemente, abandoné la gloria que se me había dado. Me despojé del vestido luminoso, el vestido divino, y, caído en las tinieblas, yazgo ahora en las tinieblas, y no soy consciente de que estoy privado de luz… Porque si tú has brillado desde lo alto, si te has aparecido en la oscuridad, si has venido al mundo, oh Misericordioso, si has querido vivir con los hombres, según nuestra condición, por amor al hombre, si… tú has dicho que eres la Luz del mundo (Jn 8,12) y nosotros no te vemos, ¿no es porque somos totalmente ciegos y más desdichados que los ciegos, oh Cristo mío?... Pero tú, que eres todos los bienes, que los das sin cesar a tus servidores, a los que ven tu luz… Quien te posee, en ti lo posee realmente todo. ¡que yo no sea privado de ti, Maestro! ¡que no sea privado de ti, Creador! ¡Que no sea privado de ti, Misericordioso, yo, humilde extranjero…! Te lo ruego, ponme junto a ti aunque sea verdad que he multiplicado los pecados más que todos los hombres.           Acoge mi oración como la del publicano (Lc 18,13), como la de la prostituta (Lc 7,38), Maestro, aunque yo no llore como ella… ¿No eres tú, manantial de piedad, fuente de misericordia y río de bondad? : por estos títulos, ¡ten piedad de mi! Sí, tú que has tenido las manos, tú que has tenido los pies clavados en la cruz, y tu costado traspasado por la lanza, Compasivo Señor, ten piedad de mí y arráncame del fuego eterno… Que en este día permanezca ante ti sin condenación para ser acogido dentro tu sala de bodas donde compartiré tu felicidad, mi buen Señor, en el gozo inexpresable, por todos los siglos. Amén.

Hermanos Franciscanos

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